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DÍAS COMO ESE DEL 45, NO SE REPITEN.
Cuento de Eduardo Pérsico.
Vea señor, hablemos sin apuro porque si trajinamos mal estos asuntos de la historia que cada vez inquietan menos, la memoria se amotina, pierde el rumbo y se convierte en intrusa de uno mismo. Y en los renglones que puedo contarle del 17 de octubre de 1945, no muchos, mi viejo manejaba un ómnibus que iba del parque de Lomas al Dock Sur, ‘el amarillo’, y ese mediodía se volvió a casa porque frente al frigorífico Anglo algunos matarifes que dejaban el trabajo le mostraron una cuchilla, ‘largá hermano que hoy no trabaja nadie’ y eso le bastó. Así que fuera del recorrido llegó temprano para sentarse en el patiecito a tomar mate y por costumbre, a discutir con mi vieja. Vivíamos al lado de un tal don Justo, un morocho gigante con quien al rato salimos hasta la avenida Pavón a ver al gentío yendo a Plaza de Mayo que decía la radio. Los acompañé saltando contento entre los dos; iban charlando, se convidaron cigarrillos y por ahí seis o siete muchachos saliendo de una fábrica de cacerolas, con las caras oscuras por el esmeril del aluminio, se treparon a un camión de mudanza donde venían otros gritando algo que no recuerdo. Por la avenida Pavón, empedrada y con un cantero al medio por donde iban los tranvías, los dos saludaron sonriendo ‘bien muchachos’ a unos de un local del Partido Laborista, ahí charlaron un rato y luego supe que ese comité era de un tal Raúl Pedrera que después sería diputado o algo así. No serían las cinco de la tarde, desde el mediodía la muchedumbre iba en aumento a la Plaza de Mayo, por ahí vimos pasar a unos de la Cristalería con un cartel de madera y también a los dueños de la carpintería Suárez cerrar el portón para irse con sus obreros.
Claro, le hablo de una zona nutrida de talleres chicos, sin patrones millonarios, precisamente, y que muchos por olfato productivo se unieron a la manifestación supimos poco, como que Perón ese día ya no estaba preso en Martín García sino en el Hospital Militar de Luis María Campos. ‘La detención del coronel era un asunto del ejército, ustedes vayan tranquilos’, les dijeron ahí a unos dirigentes improvisados que fueron a buscarlo cuando ya en la plaza la manifestación era cada hora más intranquila y densa. No digamos que había millones, usted sabe, pero esa multitud a medianoche ya había enronquecido de tanto gritar y cuando el coronel Perón salió al balcón de la Casa Rosada ‘y levantó los brazos para agarrarse del Poder hasta su muerte’, - todavía repiten algunos- todos los laburantes sintieron un íntimo cambio. Y me animaría a decirle, una transformación acaso misteriosa, si gritar ‘perón perón’ al menos les daba un honroso empate ante los oligarcas; y aunque nadie definió al 17 de octubre de 1945 como una liberación psicológica del obrero ante el patrón, los del Poder sintieron que la cosa pasaba por ahí y fueron tomando nota. Así que luciendo su buen oficio, después de unos días ‘los oligarcas’ se fueron acomodando de a poco y al tiempo transaban sin escándalo con los sindicatos millonarios y otras cosas menos heroicas... Bueno, le digo, frente al puente de Escalada mi viejo y don Justo, que también era medio radical, se despidieron entusiasmados y nos volvimos caminando junto al gordo Menéndez, el de la gomería, que esa tarde no abrió su ‘recauchutaje y vulcanizado’ y supongo que con mi viejo charlaron de la escasez de cubiertas importadas y otros repuestos para los colectivos.
No sé, pero al quedarme en la esquina de casa con los demás pibes escuché ‘cuando oscurece, entrá’ y como yo era muy pibe de aquel día no guardo otros datos; pero igual se me ocurre que por la voz grave del General que esa noche muy tarde transmitió la radio, al otro día en todas partes se nombraba a Perón cada tres palabras y los nombres de los otros personajes del 17 de octubre pronto se diluyeron. La gente que no quería de uniforme ni a los guardas de tren no estaba de acuerdo, por supuesto, pero desde esa tarde ya nadie negaría la llegada del peronismo y menos cuando a fin de año regalaron pan dulce y sidra en el Correo, y muchos cobraron como adicional su primer aguinaldo. Y vea usted, quizá de tanta humildad en mi barrio algunos despreciaron que Luisito, un peón ferroviario hijo de Anita la lavandera, se comprara dos trajes nuevos en lo de Beltrán, uno marrón y otro azul, y ni bien llegó el sábado el loco se calzó un sombrero tipo Gardel y se paró en la esquina un rato con cada pilcha nueva. ‘Para desafiar’ dijeron dos o tres atrasadores de la historia y vaya uno a saber qué pensaría Lusito; es que por una enigmática condición que traemos de nacimiento, conciliar nuestras discordias nos lleva temporadas. Quizá porque nombramos de modo equivocado las cosas y cualquier torturador o genocida siempre se anima a gritar que es un perseguido político, o desmemorias así que descalifican a todos.
Y le agrego algo más, me acuerdo que de las primeras en quejarse contra Perón fue mi vieja al enterarse que ‘ese gordo Menéndez, un alcahuete del caudillo Barceló’, como buen conservador en pocos meses abrió en la misma gomería una Unidad Básica Peronista hasta conseguir un cargo, y al poco tiempo andaba en un Chevrolet último modelo libre de impuestos. De eso se hablaba por lo bajo, como decir que la ‘justicia social’ no era repartir algunas máquinas de coser o pelotas de fútbol en los barrios apartados, y en voz más alta se decía que ese privilegio de importar autos lo manejaba Juan Duarte, el hermano de Evita, un seductor conocido por curtir amores con las actrices más bonitas y eso sí, de aparecer o fotografiarse poco en las revistas por respeto a Perón. Aunque al morir su hermana Eva en el año ’52, el galán cayó en desgracia y lo suicidaron mientras escribía una carta que terminaba “perdón por la letra, perdón por todo”. Usted imagine, se rieron hasta los peronistas; si ya le endilgaban a Perón mantener cerca suyo a fulanos más ladrones que su cuñado Juancito, aquello del ‘perdón’ era una flor de gilada. Y usted perdone, algo parecido y tan inverosímil como pretender ordenar con fecha de hoy escenas fugaces o fotogramas que tienen más de sesenta años, por más que un día como aquel de octubre no se repite mucho.
Nota:
Eduardo Pérsico, narrador y ensayista, publicó cuentos, seis novelas, algún poema y la tesis “Lunfardo en el Tango y la Poética Popular”. Nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.