7 de octubre de 2023

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Argentina

EL OTRO PRESO POLITICO

Por: Sebastián Hacher (*).

27 de julio de 2005

El militante del MUP Gabriel Roser no fue, como la mayoría de los presos políticos en la Argentina, detenido durante o después de una movilización. Acusado de robo, fue encarcelado y está esperando fecha de juicio. El suyo es quizás uno de los primeros casos donde se aplica contra los movimientos sociales una de las técnicas policiales mas extendidas para fraguar causas.

“...Y me pareció oír que esta carcel hablaba, en sueños, sobre los crímenes y el castigo. Pensé, ¿quienes son los criminales?. ¿Quiénes son los castigados?...”.

A esas palabras quizás las leerá Gabriel esta la noche, poco después de poner un trapo contra la puerta y llenar la celda con todo el agua que pueda largar la canilla. Porque el penal de Magdalena -la ciudad de la Misericordia, según el cartel de la entrada- es moderna y está bien construida, y entonces hay que inundar es cuartito de dos por cuatro todas las noches, y a veces dormir en el piso, envueltos en ese charco de agua sucia. Es la única forma de soportar el calor.

Gabriel Roser, de 26 años, llegó a esa mole de cemento después de pasar una temporada en una comisaría y otra en la carcel de Olmos. Casi 9 meses atrás, cuando fue detenido, vivía en Billingurst, en un asentamiento a orillas del arroyo El Gato. Allí ofreció parte de su terreno para construir con maderas un comedor del Movimiento de Unidad Popular (MUP) que aglutina a los desocupados del barrio. Ese fue el primer delito que cometió, tal como lo reconoce ahora:

“Algo habré hecho, algo que no les gustó... Lo que yo hacía era pelear por mi barrio, por mi gente. Yo coordinaba la seguridad del movimiento, y veía todo; que nos sacaban fotos, que nos seguían en las marchas. Sabía que iban a hacer algo contra nosotros, pero no me imaginaba que me iban a meter preso a mí.”

Viendo lo que sucedió después, ahora entiende que hubo señales muy claras de que lo tenían marcado:

“Yo me la pasaba viajando de un lugar a otro, porque cada vez que queríamos hacer una reunión con los compañeros de seguridad en La Plata, no se podía llegar, porque a todos nos paraba la policía por el camino.”

- La detención

Una tarde, Gabriel y sus compañeros decidieron limpiar la zanja cloacal que bordea su asentamiento. Esa fue, quizás, la gota que rebalsó el vaso. La obra comunitaria terminó de irritar al dirigente barrial del Partido Justicialista (PJ), con quién mantenían una permanente disputa. Los militantes del MUP acusaban a los “punteros” de desviar para provecho propio parte de la ayuda social que llega al barrio. Estos, a su vez, reconocen en los movimientos de desocupados a unos de los principales enemigos del control social que pretenden ejercer.

La venganza de los punteros no tardó en llegar. El 29 de Abril del 2004, de madrugada, Gabriel y varios de sus compañeros estaban jugando a las cartas en su casa. Cuando sonaron golpes en la puerta, junto al grito de “¡policía!”, todos ellos pensaron que venían a pedir permiso para pasar hasta la orilla del arroyo.

Porque siempre pasaba eso: las persecuciones, en el barrio, terminaban en el agua. Todos lo habían visto pocos días antes. Dos ladrones corrían por las calles del barrio, y cuando tuvieron oportunidad se metieron por el arroyo, bordeando la orilla y metiéndose al agua para escapar.

Pero esa noche no se iban a producir corridas. Los veinte policías que estaban en la puerta fueron entrando de a poco y obligaron a todo el mundo a ponerse contra la pared. Uno entró con una máquina de escribir y la apoyó sobre la mesa. Otro, el que dirigía el operativo, señaló a su objetivo con nombre y apellido: “A vos, Gabriel Roser, te venimos a buscar”. Al mismo tiempo, los policías extendían el allanamiento al lindante comedor del MUP, rompiendo todo lo que los niños de la zona usan para alimentarse cada día.

Esa noche, todavía nadie veía una relación clara entre la detención de Gabriel y las disputas políticas de la zona.

- Acusado

La zaga que terminó con Gabriel en la carcel, comenzó cinco días antes de la detención, el 24 de Abril del 2004, cuando el ex -comisario Marcelo Rodolfo Toni se presentó en la Comisaría 6ta, la dependencia de donde años atrás se había jubilado. Devenido en comerciante, Toni radicó ese día una denuncia por robo contra su local. En su declaración, señaló que no conocía a los delincuentes, y ofreció una tímida descripción de sus fisonomías, para que sus colegas intenten investigar.

Dos días después las cosas cambiaron. El comisario retirado se presentó a la justicia para ampliar su declaración, acompañado esta vez por un testigo: nada menos que el dirigente del PJ del barrio. Ambos, comisario y puntero, decían ahora conocer a dos jóvenes que habrían participado del asalto. El primero resultó ser un menor de edad, del que después se sabrá que en el momento del robo estaba preso en otra comisaría. El segundo habría sido Gabriel Roser, de quienes los acusadores sabían nombre, apellido y dirección.

Luego de esa nueva declaración, los policías de la 6ta. le exhibieron al denunciante un "album de malvivientes", que es donde se guarda registro los rostros de los jóvenes fotografiados en las comisarías. Los procedimientos para conseguir esas fotos no son legales: la mayoría de ellas son tomas a jóvenes demorados por averiguación de antecedentes, jóvenes que no han cometido ningún delito y sobre los cuales no hay nada que justifique legalmente el registro policial. Así, por ejemplo, consiguieron la foto de Gabriel, esa que aquella tarde señaló el ex comisario Toni. Claro que, para que todo parezca legal, el procedimiento para reconocerlo estuvo ratificado por dos testigos. Ambos, por casualidad, eran policías en actividad en la comisaría 6ta.

Cuando Gabriel fue detenido, el procedimiento se volvió a repetir. Al ex comisario Toni le pusieron a cuatro personas delante para una rueda de reconocimiento. “Ahí está, ese es el piquetero de mierda”, señaló, volviendo a identificar a quién ya había dicho conocer desde hacía tiempo, por “haberlo detenido algunas veces mientras estaba en actividad” y por la foto que sus colegas le habían mostrado dos días antes de la detención.

En síntesis, a Gabriel Roser se lo acusó con un procedimiento por demás común en la policía bonaerense. La diferencia es que ya no sólo se usan esos métodos contra los jóvenes ‘indeseables’ en los barrios, sino que ahora lo extendieron a los movimientos sociales que se organizan en los territorios que policía y punteros políticos quieren controlar.

- En la carcel

Afuera, durante las movilizaciones, se encargaba de la seguridad de todo su movimiento. No se trata de un lugar que ocupen -como puede creer el desconocedor- hombres corpulentos y dispuestos a la pelea. Por el contrario, es un papel donde hay que dispuesto a ser solidario, a tener los ojos bien abiertos y a cuidar a todo el mundo.

Gabriel aprendió los secretos de esa tarea en los últimos tres años. “Jugaba un rol muy importante”, explica una de sus compañeras, “porque generaba mucha confianza con los compañeros. Se juntaban antes de cada movilización y charlaban todo. Él estaba en todos los detalles, pero también sabía escucharlos a todos...”.

Ahora, en el pabellón que comparte con otros 40 detenidos, se encarga de la limpieza, que es a la vez un trabajo y una forma de actuar como organizador de sus compañeros de encierro. “Para decidir que hacemos” , explica Gabriel, “nos juntamos y hablamos entre todos... Yo veo siempre que mejoras podemos conseguir. Ahora, por ejemplo, estamos viendo si nos dejan el patio hasta más tarde, y también si podemos pintar todo pabellón”.

También es un constante consejero de quienes comparten con él la vida tras las rejas. De ellos y sus problemas nos habla todo el tiempo. Señala, por ejemplo, a aquel de allá, que está al borde salir en libertad. Cuenta que lo metieron preso cuando tenía 20 años, que y ahora está por cumplir 29. No se quiere ir; porque se acostumbró a la vida adentro de la carcel y, además, desde que cayó preso no volvió a ver a su familia. “Dice que su vida está acá adentro, le da miedo estar afuera... Yo le digo que no, que tiene que salir, que tiene seguir luchando. Uno tiene que seguir libre con la mente, por mas que el cuerpo esté acá adentro” . O ese otro de allá, que está detenido desde hace casi tres años, pero al que recién van a juzgar en el 2006. “Como no sabe leer y escribir, yo todos los días le leo algo, o le voy contando sobre lo que estoy leyendo. Ahora lo convencí de que se anote para estudiar, para que por lo menos estar acá le sirva para algo” .

- Esperanzas

”Pero a veces” , reconoce Gabriel, “lo que le decís a los demás es difícil aplicarlo para vos mismo” . Una de esas ocasiones fue el viernes pasado, cuando un guardicarcel le alcanzó un papel que había llegado a su nombre. En el lenguaje técnico de los juzgados, la carta era notificarlo del rechazo a su pedido de excarcelación. Era unanuncio de que las cosas seguírían como están: con la acusación pendiente, la espera incierta de la fecha del juicio, y una condena por adelantado, que se cumple antes de la sentencia.

Con noticias así, los sentimientos se mezclan, y se vuelven dificil de explicar con palabras. Son esos momentos donde todo parece conspirar en contra. Para colmo, cuando cae la noche, uno ni siquiera puede uno sentarse a mirar las estrellas, porque quedan escondidas arriba de los reflectores que iluminan el penal. Y del otro lado del teléfono -en esa media hora bendita que tienen los presos para hablar- a veces no responde nadie, volviendo a los contestadores automáticos pruebas frías y crueles de que el mundo sigue girando sin nosotros.

“Es como tener un precipicio en frente” , explica Gabriel, “y te dan ganas de tirar todo ahí, de no seguir peleando” . Pero después entiende que no. Casi enseguida se convence de que hay que seguir, de que si “yo bajo los brazos, no se que les quedaría a los que están afuera, que también están peleando por mí”.

- Continuidades.

Es un ánimo que se renueva todos los Miércoles, cuando las puertas de la prisión se abren apenas lo necesario para dejar entrar a las visitas. Es una ceremonía repetida: los guardiacarceles revisan todo lo que traemos, pero no encuentran nada extraño, quizás porque estamos enterados hasta de las prohibiciones mas ridículas: las gaseosas, el dulce de membrillo y todo lo que venga en paquetes mas o menos cerrados.

Lo que sí pasan son los sobres con cartas, los papeles con los que Gabriel va a responder a cada uno de los que escribieron, y los libros que son devorados en una o dos tardes, para luego circular de mano en mano por todo el penal.

Es en uno de esos libros donde leerá la frase con la que comienza este artículo. Se trata de un ejemplar de “Pesadilla”, el relato que el obrero polaco Pinie Wald escribió poco después de la Semana Trágica de Enero de 1919. Detenido en el departamento central de policía, el prisionero político de entonces narró en forma novelada como fue su detención y sus vivencias tras las rejas. En esas páginas, Gabriel Roser descubrirá que algunas cosas han cambiado. Pero también que muchas otras, quizás demasiadas, siguen igual.

(revista La Haine del 24.01.05).