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KIRCHNER: EL REENCAUCHE CAPITALISTA .
Por: Convergencia Socialista. (*).
El análisis marxista de las relaciones de fuerzas entre las clases (que es indispensable para elaborar una política justa) no puede limitarse a contar los hechos tal cual se suceden. Para eso bastaría con la existencia de buenos periodistas revolucionarios. Lo que hacen falta son caracterizaciones precisas que sirvan para entender el curso de los acontecimientos, única manera de preparar a la vanguardia para enfrentar los conflictos que se vienen.
Cuando la realidad tiene un signo claro es relativamente sencillo prever su dinámica y proponer las orientaciones del caso. En ese sentido, cuando todo “va para adelante” hay que “empujar” y levantar consignas ofensivas, como las huelgas generales o parciales con ocupación de fábrica y los organismos para desbordar a los sindicatos tradicionales (comisiones de lucha, coordinadoras, etc.)
Por el contrario, cuando la iniciativa la tienen los de arriba y la clase obrera retrocede, se debe organizar la retirada, preservar al activismo y levantar tácticas más defensivas (como petitorios, huelgas parciales, marchas, etc.) fortaleciendo el terreno conquistado dentro de los organismos sindicales más tradicionales.
El error más frecuente de los marxistas es reducir las caracterizaciones a esquemas en donde, o todo va para adelante o todo va para atrás, algo que casi nunca ocurre, porque la realidad no es “blanca” o “negra”, está llena de matices y de elementos contradictorios. Por ejemplo, en la actualidad se combinan rasgos de una situación “no revolucionaria” (estabilidad entre las clases, luchas defensivas, avance de la derecha, etc.) con elementos propios de una situación «prerrevolucionaria» (conflictos ofensivos, avance en la conciencia obrera, crisis en las alturas, etc.)
Si esto no se entiende bien, se pueden cometer errores muy graves. Uno muy frecuente es tomar unilateralmente los aspectos positivos de la situación y salir a pelear sin medir las consecuencias. Así ocurrió en varias de las luchas que se perdieron, como en el Frigorífico Tango Meat de Pacheco, donde los delegados “pisaron el palito” de la provocación patronal, que mediante el despido de uno de ellos, los empujó a ir a un paro por tiempo indeterminado que terminó desgastándolos.
Algo parecido sucedió en Coca Cola, donde activistas muy inexpertos (algunos con apenas un año de empresa) presentaron una lista sindical, demolida por la patronal, que cesanteó a su principal promotor. El error opuesto es caracterizar que todo camina a favor de los de arriba, ubicándose siempre por detrás de la situación, frenando sistemáticamente todo tipo de confrontación. Esto último pasó a principios de año en el subte, cuando los delegados combativos desaprovecharon las condiciones existentes para “patear el tablero” y salir a la huelga para romper el techo salarial del 19% que impusieron la burocracia sindical y el gobierno.
El movimiento obrero pelea “duro” cuando cuenta con dirigentes “duros”.
Kirchner asumió el poder para recauchutar las instituciones del régimen (Poder Ejecutivo, Parlamento, Justicia, Fuerzas Armadas, etc.) debilitadas por la crisis revolucionaria que explotó en diciembre de 2001 y por la debacle del sistema capitalista semicolonial. Para hacerlo tomó en sus manos una herramienta poco utilizada por sus antecesores, la demagogia y el populismo. Con esa política (similar a la que están aplicando la mayoría de los gobiernos latinoamericanos) está tratando de evitar que estallen nuevas crisis revolucionarias, o al menos, que cuando estas exploten no adquieran la continuidad necesaria para estabilizar la situación como abiertamente revolucionaria.
De esa manera, apoyándose en la burocracia sindical y las fuerzas represivas, ya ha obtenido algunos éxitos parciales, como, por ejemplo, haber frenado la oleada de huelgas que tuvo lugar a principios de año, imponiendo las paritarias “truchas” y un techo salarial por debajo de la inflación. Pero lo peor del caso no fue la actitud de los burócratas (que ya sabemos para quien trabajan) sino la política de los dirigentes antiburocráticos, particularmente aquellos que están al frente del Cuerpo de Delegados del Subte e impulsan el Movimiento Intersindical Clasista, MIC.
Estos compañeros aceptaron el 19% antes que el propio Moyano, sin siquiera convocar a una Asamblea General para que la base resolviera que hacer al respecto. Varias semanas después, esos mismos dirigentes permitieron que la policía desalojara los túneles, sin llamar a los trabajadores, a los sectores combativos y a la izquierda a organizar piquetes de defensa y a ocupar las estaciones para impedir el atropello. La excusa fue la misma que cuando aceptaron el 19%: “la situación no daba...”
¿La situación no da...?
El razonamiento de los compañeros (que rehuzaron presentarse como dirección alternativa para el conjunto de la clase obrera) es falso, ya que más allá de los avances del gobierno y las patronales, la situación continúa siendo favorable para las luchas. Esta afirmación no es caprichosa, sino que se apoya en un hecho que niegan los delegados de Metrovías: El movimiento obrero está dispuesto a pelear duramente, cada vez que al frente de sus reclamos se ubican dirigentes combativos y democráticos dispuestos a ir hasta el final.
Las huelgas triunfantes de Textil Pagoda y el Puerto de Buenos Aires (ver notas específicas) son dos ejemplos elocuentes de esta realidad, que también se manifiesta en donde no ha madurado una dirección antiburocrática, como en Córdoba, donde los trabajadores estatales y docentes repudiaron a la burocracia cuando pretendió conformar a las bases con las migajas ofrecidas por el gobernador De la Sota.
Estos conflictos, como los del Puerto de Mar del Plata, Jabón Federal, los choferes de la Ciudad de Paraná o el propio Subte (que paró contra la incorporación de un supervisor «capanga») son síntomas de las reservas y combatividad de la nueva clase obrera argentina, compuesta por miles de jóvenes que no son dirigidos ni contenidos por los viejos y decadentes burócratas sindicales. Estos últimos están tan en crisis que el propio Moyano tiene que actuar permanentemente como “bombero”, reemplazando en los hechos a varios de los desprestigiados secretarios generales de los sindicatos más importantes del país.
Si los nuevos dirigentes obreros impulsan las asambleas democráticas, se apoyan en la base, aprenden a organizar a los activistas y se valen de los métodos más radicalizados, las luchas que estos dirijan se podrán ganar. Esos triunfos tonificarán a la resistencia, que todavía es débil y fragmentada, ayudando a transformarla en una poderosa ofensiva de masas contra las patronales, el plan de ajuste y el gobierno.
Para avanzar en ese sentido hay que seguir el camino que ya comenzaron a trazar los trabajadores de Textil Pagoda y el Puerto de Buenos Aires. Si los jóvenes luchadores asumen sus enseñanzas, estarán sentando las bases sobre las cuales construirán los organismos que harán falta para unificar las futuras luchas ofensivas (las comisiones de lucha, las coordinadoras regionales y el centro coordinador nacional) Estas son algunas de las tareas que deberán encarar los nuevos activistas obreros, y que la izquierda tiene que asumir como propias para ayudar a cambiar la relación de fuerzas entre las clases.
Exigencia y desborde. Dos tácticas que se complementan.
La organización de las luchas requiere un trabajo meticuloso. Nada puede quedar librado al azar. Ya no estamos como antes del 2001 - o un par de años después - donde debido al descalabro del régimen, para ganar los conflictos bastaba con “empujarlos”.
La relativa “calma” social impuesta por Kirchner, el espacio reconquistado por la burocracia, la reactivación económica y la crisis de la izquierda fortalecieron a los de arriba y a sus herramientas de poder, razón por la cual cobra importancia la tarea de elaboración de la “línea” para cada conflicto. Tanto, que un error táctico puede derivar en una derrota importante que desmoralice y afecte negativamente al resto de los que están preparándose para salir a pelear.
La nueva vanguardia que se pone al frente de las luchas tiene que apoyarse en las asambleas de base, la organización del activismo y los métodos más radicalizados, como las huelgas con ocupación de empresa, los piquetes de autodefensa, etc. Pero eso solo no basta para ganar, también hay que utilizar todo tipo de tácticas, especialmente aquellas que sirvan para unir en la acción a los sectores de vanguardia con los retrasados.
Los dirigentes combativos no deben olvidarse que existen muchas desigualdades en la base, que si no se toman en cuenta pueden dividir el frente de batalla: No son lo mismo los jóvenes que los viejos, los que están bajo convenio que los tercerizados, los que están en blanco y los que están en negro, los sindicalizados y los no afiliados...
La política de exigencia a los burócratas para que se pongan al frente de los reclamos o al menos apoyen los conflictos, es un recurso que sirve para unir a los más viejos y conservadores (aquellos que aún tienen expectativas en el sindicato y sus dirigentes) con los más jóvenes y radicalizados (los que quieren pasar por encima de estos) El embrete sirve para que los sectores de retaguardia (más allá de lo que hagan los burócratas) terminen haciendo la experiencia con los dirigentes traidores y se decidan a pelear sin esperar el “amparo” de los cuerpos orgánicos o la “legalidad” sindical.
(*). Prensa de CONVERGENCIA SOCIALISTA, Numero 84 - Argentina, septiembre de 2006.