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Demócratas ante la guerra de Iraq: complicidad, frustración y cobardía.
USA: LA PATRIA-IMPERIO ES DE TODOS
Por: Antonio Maira.
(Insurgente). El partido demócrata en EEUU, mayoritario en las dos cámaras del Congreso, no tiene, ni ha tenido nunca, un programa para aplicar al desastre de Iraq. En consecuencia, representantes y senadores se moverán a impulsos contradictorios y dentro de límites que bloquean casi todas las posibilidades de acción coherente. El primer límite es la necesidad y al mismo tiempo la imposibilidad de optar por una de estas dos alternativas. Primera: el reconocimiento de la absoluta ilegitimidad de la guerra y la ocupación de Iraq -y en general de la “guerra antiterrorista” de Bush-, incluidos todos los procesos de “normalización política” realizados desde entonces. Segunda: el reconocimiento de la derrota de los EEUU y de la imposibilidad de revertir el fracaso político y militar en el país mesopotámico...
La primera opción sería considerada antipatriótica por una opinión pública fascistizada en la que es prácticamente nulo el respeto al derecho internacional, e inexistente el sentimiento humanitario en relación con otros pueblos del mundo. Las más de 600.000 víctimas iraquíes que ha provocado una guerra de expolio imperialista no conmueven en absoluto a los estadounidenses, alos que los medios de comunicación han negado la vsisión de ese aspecto de “los desastres de la guerra”.
La segunda opción, el reconocimiento de la derrota, se enfrentaría con el “honor de las Fuerzas Armadas” y con el orgullo patrio de los ciudadanos, no preparados todavía -de ahí la gran responsabilidad de la élite política del partido demócrata- para asumir un fracaso militar, por otro lado evidente. Los demócratas necesitarían que el presidente Bush asumiera la asombrosa realidad de que el poderosísimo ejército de los Estados Unidos ha sido obligado a morder el polvo por una guerrilla que partió de cero, mal armada y acosada por un enorme ejército de más de 160.000 hombres. Bush no tiene intención alguna de cargar con esa responsabilidad. Sólo lo obligarán, in extremis, los mandos militares, siempre que puedan evadir su propia responsabilidad descargándola sobre el presidente.
Las presiones que se van a ejercer sobre un partido con la mayoría en el Congreso pero incapaz de enfrentarse al militarismo y al patriotismo imperialista de Bush, van a retrasar la toma de decisiones sobre la guerra.
Por un lado hay un descontento generalizado de la población preocupada por los costes humanos y económicos de la guerra, pero no contraria a la misma. Por otro la presión de los militares -fundamental, en una situación de indefinición como ésta- que afirmará la necesidad de echar más leña al fuego. Luchando por imponer sus propios criterios, el presidente Bush, que necesita una fórmula ambigua, “el cambio de estrategia en Iraq”, que le garantice el apoyo demócrata para continuar la guerra. Finalmente -y éste es el factor decisivo a medio plazo- la propia realidad en Iraq, la resistencia patriótica empeñada en la retirada del ejército de ocupación de EEUU y sus aliados.
La realidad militar, la derrota, acabará imponiéndose. Tardará, sin embargo, algunos meses más.
Un dato enormemente significativo sobre la aceptación, todavía no pública, de este fracaso por los mandos militares y civiles de los EEUU, es el abandono total de todo el “plan de normalización política”. Dicho plan se había implantado con la fórmula cínica de “recuperación de la soberanía más democratización” y había conseguido el apoyo -entusiasta, resignado o forzado- de los países e instituciones siervas de la voluntad de Washington, incluidas la Unión Europea y la ONU.