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OSAMA BIN LADEN, LA ’OVEJA NEGRA’ DE LA CIA.
Por: Adrián Mac Liman.
Centro de Colaboraciones Solidarias. España, abril del 2001.
La reciente detención en Milán de cinco ciudadanos magrebíes acusados de planear un ataque contra la representación diplomática estadounidense en la capital italiana, ha vuelto a resucitar los rumores acerca de los diabólicos planes del millonario saudí Osaba Bin Laden, al que los servicios de seguridad norteamericanos no dudan en tachar de "enemigo público número uno". Aparentemente, nada nuevo bajo el sol. De hecho, la insistencia con la cual el FBI se dedica a culpar al cerebro de los movimientos islámicos de todos los males que padece Occidente roza la obsesión. Pese a las múltiples pruebas esgrimidas por los expertos en lucha anti terrorista, hay quien duda de la capacidad de Bin Laden de coordinar la casi totalidad de las acciones dirigidas contra el Viejo Continente y el Nuevo Mundo. Ficticio o real, su involucramiento de la "guerra santa contra judíos y cruzados", declarada el 27 de febrero de 1998 por la totalidad de los grupos de resistencia islámica de Egipto, Paquistán y Bangladesh, le convierte sin embargo en el símbolo del "choque de civilizaciones" ideado por el politólogo norteamericano Samuel Huntington, incansable promotor de posibles, probables o inevitables conflictos culturales. Pero Bin Laden es mucho más que un símbolo; es la encarnación del rechazo de los valores occidentales, defendido actualmente por la cuestionable y muy a menudo cuestionada ’civilización de la hamburguesa’.
Osama bin Mohamad bin Awad bin Laden nació en Riad en 1957. Hijo de un humilde estibador de origen yemenita que logró convertirse en el mayor contratista de obras de Arabia Saudí, el joven Osama se educó en los mejores colegios e institutos docentes del mundo árabe. En 1979, tras finalizar los estudios en la Universidad de Jedda, pasó a formar parte de la plantilla de ingenieros de la empresa familiar. Pero su trayectoria profesional quedó truncada en diciembre del mismo año, cuando el Ejército Rojo ocupó Afganistán. Osama abandonó la empresa para integrarse en el movimiento armado que combatía la presencia militar rusa.
En aquel entonces, la guerrilla afgana (y los combatientes islámicos procedentes de Oriente Medio y el Norte de África) contaban con un poderoso aliado: los Estados Unidos. En efecto, Washington tenía interés en frenar la expansión territorial de la URSS en el continente asiático. Pese a los titubeos primitivos de la Administración norteamericana, el Pentágono y la CIA lograron persuadir a los políticos de Washington sobre la necesidad de afrontar a los rusos por interpósita persona. Pero la resistencia armada y las brigadas internacionales no eran capaces de coordinar sus acciones; diferencias ideológicas y viejas pugnas tribales impedían la creación de un frente común contra el "enemigo eslavo". Las relaciones de los servicios de inteligencia norteamericanos con las facciones guerrilleras pasaban por el filtro de los socios islámicos: la CIA saudí y el Inter Service Intellegence (ISI), servicio de contra inteligencia del ejército paquistaní. A través de su organización -al Qa’eida- Osama bin Laden facilita la llegada de combatientes y de fondos estadounidenses a la resistencia afgana. Sus contactos con los servicios secretos de Washington y Riad le convierten en el tesorero del operativo Afganistán. De hecho, el millonario saudí financia y apadrina a los líderes de los movimientos de guerrilla que acuden, en 1983, a las negociaciones multilaterales sobre el porvenir de Afganistán celebradas en la sede europea de las Naciones Unidas de Ginebra. Lejos de ser un simple "cajero", Bin Laden tiene una idea clara acerca del futuro del país-campo de combate. Unas ideas que nos expuso una tarde de otoño en la Ciudad de Calvino y que podrían resumirse en un vaticinio: "...después de la derrota de los rusos, edificaremos el nuevo Islam; un Islam puro, diáfano, auténtico..." El que esto escribe volvió a acordarse de las palabras de Bin Laden en 1995, es decir, más de un lustro después de finalizar la ocupación rusa, cuando los Estados Unidos optaron por apoyar a los "taliban", movimiento radical que logró materializar el sueño del mecenas saudí. Sin embargo, en aquellas fechas, las relaciones de Bin Laden con el "gran Satán" se habían deteriorado. A partir de 1989, Osama decide plantar cara a la monarquía saudí, acusándola de haber abandonado los preceptos coránicos. A los ataques contra el "establishment" se suman sus virulentas críticas a la alianza militar entre Riad y Washington tras la ocupación de Kuwait por el ejército iraquí y presencia de tropas americanas en tierras del Islam, antes, durante y después de la Guerra del Golfo. En 1992, al Qa’eida firma las paces con los movimientos radicales chiítas, fijándose como meta la lucha contra los Estados Unidos y sus aliados y los ataques contra las tropas norteamericanas acantonadas en Arabia Saudí, Yemen y el Cuerno de África.
En febrero de 1993, tras el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, el FBI sospecha que el grupo capitaneado por el multimillonario saudí está involucrado en la ofensiva antiamericana. Navegando incansablemente entre Jartún y el desierto afgano, el "enemigo público número uno" edifica nuevas bases de entrenamiento para la guerrilla islámica. Los combatientes del Islam toman parte activamente en la guerra de Bosnia y Chechenia, abonan el terreno en Kosovo y Turquestán, trasladan la ideología del Frente Islámico Universal a Indonesia y Filipinas. A finales de febrero de 2001, el movimiento de Bin Laden cuenta con 37 mártires, caídos en 17 frentes distintos. La "guerra santa contra los judíos y los cruzados" ha dejado de ser una simple quimera. No hay que extrañarse, pues, si en la primavera de 1996, haciéndose eco de las exigencias de los miembros de los órganos de seguridad nacional, el presidente Clinton autoriza a la CIA a emplear todos los medios para eliminar físicamente al multimillonario saudí y destruir la estructura política y militar creada por éste. Pero ninguno de los mercenarios contratados por el espionaje norteamericano (se habla de más de un millar), logra cumplir la arriesgada misión.
Sin embargo, cabe preguntarse hasta qué punto la aparente soledad de Bin Laden no oculta designios más complejos y... maquiavélicos. En efecto, a finales de 1996, los estrategas y jefes de los servicios de inteligencia galos advierten sobre la existencia de una "conjura islámico-norteamericana" destinada ante todo a... ¡debilitar a Europa! A la campaña llevada a cabo por el analista político Alexandre del Valle se suman los generales Gallois y Savan y el periodista y editor Jean-Pierre Peroncel-Hugoz, gran conocedor del mundo árabe. Los investigadores franceses hacen hincapié en la publicación de artículos anti islámicos en los principales medios de comunicación americanos. En este contexto, llaman la atención dos editoriales aparecidos en 1992 en el Washington Post. El primero, publicado el 19 de enero, advierte: "El fundamentalismo islámico es un movimiento revolucionario hostil, de una violencia similar e incluso más intensa que la de los movimientos bolcheviques, fascistas o nazis del pasado. Es un movimiento despótico, antidemocrático y contrario al laicismo, por lo que no se le puede dar cabida en un mundo laico cristiano".
El 8 de marzo, el rotativo vuelve a la carga, con otro editorial que reza: "Parece que el Islam es el adecuado para hacer el papel de malo una vez terminada la guerra fría, porque es enorme, da miedo, está contra el Occidente, se sustenta en la pobreza y la ira...".
"Como está extendido por muchas zonas del mundo, se puede hacer que los mapas del mundo islámico aparezcan en las pantallas de televisión en color verde, como se hacía antes, en rojo, con el mundo comunista". En resumidas cuentas, el "guión" está escrito y el escenario preparado.
Osama Bin Laden y su numerosa familia, involucrada directa e indirectamente en operaciones financieras bastante turbias, como por ejemplo el escándalo Irangate y la venta de armas a la Contra nicaragüense, asumen el papel de "enemigos públicos". Atrás quedan, al menos aparentemente, los buenos y leales servicios prestados al imperio del Gran Satán.
(La Insignia).