EL ROSTRO NEOLIBERAL DE EVO MORALES
Wilson Enríquez.
El “gasolinazo navideño” del 26 de de diciembre último es una de las medidas que desnuda al gobierno de Evo Morales de cuerpo entero. Sin duda, esta es la primera vez en 5 años de gobierno que el pueblo boliviano ha logrado ver con absoluta nitidez que el proyecto político de Evo Morales dista mucho de ser un gobierno revolucionario que busca transformaciones políticas, económicas y sociales en Bolivia como frecuentemente propagandiza; pues una cosa es traficar los intereses del pueblo boliviano con transnacionales en un ámbito confidencial, altamente complejo y barnizado por una astuta estrategia mediática y propagandística que se encarga de presentar la felonía y la traición al pueblo en favor de las transnacionales como logros revolucionarios, y otra es atacar directamente a los bolsillos del pueblo.
En realidad, es la primera vez que el staff de asesores y la estrategia propagandística del gobierno de Morales sufre un serio revés y de alta envergadura; pues su labor de encubrir y mantener intangibles los intereses de las transnacionales sobre la minería y los hidrocarburos de Bolivia, a cambio de posibilitar el encumbramiento de una nueva élite política y económica burocrática compuesta por sindicalistas oportunistas e intelectuales mercenarios hasta entonces funcionó como un reloj suizo. En el presente artículo se pone el lente precisamente sobre la estrategia demagógica de Morales, la misma que tarde o temprano tendrá que caer cual castillo de naipes, pues la impostura tiene como límite la voracidad del socio estrátegico de Morales, las transnacionales.
Una vez asumida la medida, calculada en una semana festiva y en el marco del periodo vacacional de muchos trabajadores, a fin de aplicar el garrote económico mientras las organizaciones populares se encontraban desguarnecidas y en apariencia desmovilizadas, contra los pronósticos de Morales y su staff de asesores nacionales y extranjeros, el pueblo boliviano de los 9 departamentos se volcó a las calles de manera masiva y contundente, logrando doblarle el brazo a Evo Morales, quien atemorizado de ser expulsado como tantos otros presidentes en la historia boliviana , dio marcha atrás y derogó el decreto que retiraba la subvención a la gasolina y el diesel, elevando el precio de estos productos hasta el 80%, y aparejando con una breve e insatisfactoria lista de medidas de amortiguamiento social. Hechos que mostraban un desprecio absoluto por los destinos de las masas empobrecidas de Bolivia.
Esta medida, pese al carácter nefasto para los intereses populares, ha dejado como saldo algunos elementos positivos tales como que logró abrir los ojos a los ingenuos que mordían una y mil veces el anzuelo del aparato propagandístico de corte goebbeliano que ha afincado en el gobierno a Morales; en tanto ha logrado despertar del letargo a las bases de las organizaciones populares maniatadas por dirigentes adictos a las prebendas de Morales.
La movilización popular frente el incremento de la gasolina que repercute sobre los precios de los distintos productos de la canasta familiar, no es algo que sea desconocido, por el contrario suele ser la reacción obvia de las masas frente a un ataque frontal a su economía; la pregunta es por qué la falacia del “proceso de cambio revolucionario” de Morales cumplió un papel eficaz durante los últimos 5 años; una de las posibles respuestas puede encontrarse en el rastreo al staff mediático de Morales.
La maquinaria propagandista de Evo Morales hasta antes del 26 de diciembre del 2010 realizó un trabajo de filigrana; proyectando con cierta eficiencia la imagen del caudillo tanto dentro como fuera del país; asentándose este plan mediático sobre tres ejes discursivos; en primer lugar una recurrente retórica culturalista, que tiende a resaltar el pasado indígena del líder; un segundo eje, que vende la ilusión nacionalista frente al control de los recursos naturales; y en tercer lugar, la capitalización las viejas rencillas entre élites departamentales.
Culturalismo y la metahistoria del paladín justiciero
El culturalismo, el primer eje de esta estrategia mediática, no es otra cosa que una suerte de reivención de la historia, la apelación de un supuesto pasado andino construido a partir de lugares y sentidos comunes sobre un aparente pasado prehispánico funcional en el presente a la lógica del poder de Morales, pues lo catapulta falazmente como heredero forzoso y continuador directo del legado andino y de las luchas de resistencia ante la colonialidad y el imperialismo.
Esta dimensión culturalista explota hábilmente los resabios coloniales supérsites en la sociedad boliviana, la persistencia del racismo, es decir las miserias de la sociedad en las que se encuentran complejamente entremezcladas lastres semifeudales; de hecho, el racismo en Bolivia no tiene nada que ver con la apelación a las viejas taxonomías de las razas humanas, por el contrario es un producto ideológico que refleja las contradicciones de clase donde en gran medida el poder y el capital blanquean, en tanto que su carencia indianiza.
Morales pese a ser un sujeto poderoso cuyas decisiones tienen influencia sobre la dinámica del capital en Bolivia, astutamente se presenta como un indio, como un subalterno, como uno más de todos los bolivianos explotados, no sólo en tiempos actuales, sino que además fragua una trama discursiva y metahistórica en la que él se inserta como el paladín justiciero que reivindica al pueblo de 500 años de opresión, primero de la colonia y luego del imperialismo.
Nacionalizaciones: la primera vez como tragedia y la segunda como farsa
Lo que hemos denominado el segundo eje, retrotrae y pone en escena la ilusión de una reedición del nacionalismo latinoamericano surgido en la década de 1950 que fue expresado en la llamada la teoría de la CEPAL; Morales juega de esta manera a reivindicar un hito histórico como la llamada “Revolución de 1952” dirigida por el Movimiento Nacionalista Revolucionario, trata de revivir las nacionalizaciones de las minas; la expulsión de la llamada rosca “minero-feudal”, de los “barones del estaño”, Patiño, Hoschild y Aramayo.
No obstante, lejos de nacionalizar las principales empresas de hidrocarburos, mantiene el esquema neoliberal de la “capitalización”, una suerte de sociedad con las transnacionales, agregando como elemento diferenciador la inclinación de la participación accionaria estatal del 49 al 51%, así como, lo realmente nacionalizado o estatizado, resulta ser el patrimonio de “todos los bolivianos” que formaba parte del Fondo de Capitalización Colectiva artificio creado por la élite neoliberal de la década de los 90.
Lejos de expulsar a las transnacionales, como amenazaba con frecuencia lo que hace Morales es establecer una sociedad estratégica que se grafica en la fórmula contractual del Joint Venture o “riesgo compartido”, y promete que una posterior etapa el Estado tomará una parte más activa en la dirección y gestión de los recursos naturales estratégicos como los hidrocarburos y los minerales; sin embargo, esa etapa esta cada vez más lejana dado que los ingentes recursos invertidos por el Estado boliviano para el fortalecimiento de la empresa estatal de hidrocarburos han sido desviados por mecanismos corruptos; de hecho, el Ministerio de Hidrocarburos, la extinta Superintendencia de Hidrocarburos y Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) fueron las reparticiones que más cambiaron a sus cabeza de toda la organización estatal de Morales, pues rápidamente tropezaron con escándalos de corrupción.
Debe recordarse además, que Santos Ramírez, otrora hombre importante dentro del gobierno de Morales, ex presidente de YPFB y senador del MAS desde el 2002 hasta el 2006, se encuentra en la cárcel por haberse descubierto de manera circunstancial su manejo corrupto de los fondos de YPFB.
Ni hablar de la manera tan descarada como admite Morales la operación de las empresas mineras en Oruro, Potosí y Santa Cruz de la Sierra, enmarcadas en paradigmas de extracción de recursos naturales que responden a las viejas lógicas de enclave a las que paradójicamente la teoría de la CEPAL apuntaban como uno de los males de los países latinoamericanos. Ejemplos prácticos sobran, el emblemático es el representado por la Minera San Cristóbal en el sudeste potosino; que en el año 2009 representó por sí sola el 50% del PIB en Bolivia; cifra que no contempla las remesas al exterior de las ganancias, ni mucho menos los pasivos ambientales que la operación está dejando en el paisaje potosino por los próximos siglos; ni el consumo de agua en detrimento de la población campesina de los alrededores de las minas; situación que se replica en todos los campamentos mineros de Bolivia.
De esta manera, el neoestatismo actual de Evo Morales vende muy bien la ilusión de las nacionalizaciones aparentes; hay que recordar que las nacionalizaciones latinoamericanas a partir de la década de 1950 en adelante, en el marco de la teoría cepalina, fueron un verdadero fracaso que dio pie a la voraz corrupción de burócratas; lo que nos lleva a apelar a la frase de Marx en el Dieciocho Brumario, para describir esta reedición freak de las nacionalizaciones; si la primera vez fue una tragedia, las nacionalizaciones de Morales son una completa farsa.
Lío regional, cuando la crisis es una oportunidad
Uno de los principales escollos de Evo Morales durante sus 5 años en el gobierno ha sido la detonación de viejas rencillas de carácter regional; la disputa de los departamentos del Oriente boliviano con el Occidente.
La habilidad del staff mediático de Morales fue la de convertir un problema crítico en una oportunidad para sentar hegemonía indiscutible; precisamente el tercer eje de esta estrategia ha sido para presentar a la élite burocrática de La Paz como representante genuina de la izquierda boliviana y a los terratenientes de la media luna como la derecha.
La confrontación de viejas y nuevas élites, una de carácter terrateniente, que se vio favorecida por las prebendas del Estado del 52 que orientó el latifundio hacia el oriente boliviano. En tanto, la otra élite, la emergente, la que se enseñorea en el poder con Morales, es la que favorece a la burocracia que medra de la renta de los hidrocarburos y la minería; y luego la reparte entre la clientela salida de las canteras más hediondas de sindicateros vendepueblo e intelectuales mercenarios, quienes hoy se proclaman ser “evistas” pasionales, cuando ayer formaban parte del staff técnico de los gobiernos neoliberales.
El pueblo boliviano luego del levantamiento frente a la medida antipopular del gasolinazo que favorece a las transnacionales nuevamente se está reencontrando con el camino trazado en las luchas antimperialistas de los años del 2000 y 2003; con mucho esfuerzo se desmarca de la lucha elitaria entre burócratas y terratenientes, desenmascara el oportunismo y pro-imperialismo de Morales barnizados por una eficiente estrategia mediática; pues al fin y al cabo la lucha de clases puede ser encubierta momentáneamente por una estrategia fascista, pero al mantenerse la raíz explotadora más temprano que tarde la práctica siempre será criterio de verdad.