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URIBE NO ES MI HERMANO
Por: Alfredo Hurtado.
Nuestra política internacional últimamente se ha venido manejando de forma incoherente e inconsistente, basada en la diplomacia de micrófono y caracterizada por ser altamente emocional y contradictoria. Ya es hora que nuestra cancillería haga su trabajo, o mejor dicho, que nuestro presidente lo permita.
Si algo ha caracterizado a la Revolución Cubana es su firme y constante actuación en los escenarios internacionales, manteniendo siempre una línea digna y honorable en contra de sus enemigos, principalmente el imperio norteamericano. Se defienden ferozmente en el campo diplomático sin llegar a desproporciones emocionales como lo ha hecho nuestro presidente.
Para mencionar tres precisos ejemplos, hace unos meses nuestro presidente llamaba “pendejo” e “insulso” al secretario general de la OEA, para poco tiempo después caracterizarlo como persona digna y ejemplar. Al presidente de Perú Alan García se le pusieron muchos epítetos producto de sus acusaciones mal intencionadas, para que luego se le diera un abrazo en una reunión internacional. Igualmente al narco presidente de Colombia se le colocaron numerosos calificativos, muy duros, los cuales sin duda alguna eran justificados, por ser una persona que ha atentado y atenta contra nuestra Revolución Bolivariana y países afines a los procesos de cambios como por ejemplo Ecuador. Uribe es una persona baja, astuta, mentirosa y vendida a los más extremos designios de la extrema derecha colombiana, al narcotráfico y al imperialismo norteamericano. Para mi pesar, tristeza e indignación, nuestro comandante en la reunión de ministros de comunicación de los países no alineados, lo llama ahora “hermano” y “amigo”. Tuve que tragar duro tal afirmación, estupefacto por el cambio radical en el discurso. Uribe no es mi hermano, ni del pueblo venezolano.
Sin duda alguna, la imagen de nuestro presidente se deteriora con sus imprecisiones dramáticas, a nivel internacional y más importante y delicado aún, a nivel nacional. No concibo como mi comandante Chávez trata de hermano, a alguien que lo ha acusado falsamente de apoyar a la guerrilla colombiana con dinero y armamento, acusación que ha tenido eco en los organismos corruptos internacionales, dañando la imagen de nuestra Revolución que tanto nos ha costado, sobre todo en las naciones donde el cerco comunicacional es fuerte. Hasta hoy, y a pesar de que nuestro presidente lo considera un hermano, no se ha retractado en ninguna de sus calumnias auspiciadas por el imperio.
Noblemente nuestro comandante Chávez participa activamente en la liberación de los secuestrados colombianos, invirtiendo recursos económicos y morales, y se nos paga desde el vecino país con ingratitud. Nos infiltran con paramilitares, nos usan como rutas del narcotráfico, se prestan para que el imperio nos ponga sus bases militares a la vuelta de la esquina, calumnian y ofenden la majestad de nuestro presidente.
No quiero creer que Chávez no sepa con quien está tratando y jugando su credibilidad, que se desgasta con cambios de actitud tan radicales contra nuestros enemigos.
Por supuesto que nuestro presidente se puede reunir con el narco presidente Uribe, la diplomacia internacional se presta para la hipocresía. Ejemplo claro es que durante la guerra fría los líderes soviéticos y norteamericanos se reunían, pero manteniendo cada quien sus posiciones e ideologías, no dejándose nunca doblegar el uno por el otro.
Tomemos el ejemplo de Ecuador que está actuando de manera digna y feroz en defensa de su soberanía, víctima del delincuente Uribe. Ahora los dejamos solos. Dejemos la indecisión y retomemos la firmeza en nuestra política internacional, es hora que el presidente tenga control emocional al manejarla, y le dé paso a la cancillería como institución encargada de dirigirla. Nuestro presidente nos abrió la conciencia, pero debe respetarla. Debe reconocer que es ser humano y se equivoca. Debe manejar mejor sus emociones y pensar antes de actuar. Debe alejarse de los aduladores de oficio que todo se lo aplauden, necesita estar rodeado de personas con criterio y que sean capaces de discrepar con él, sin ser sentenciados duramente.