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Ucrania: Terremoto político
Por: Sean Larson - Alan Maass (SOCIALIST WORKER)
La ocupación de Maidán comenzó en noviembre cuando el gobierno de Yanukóvich anunció que rechazaba el “acuerdo de asociación” propuesto con la UE, por lo visto con el fin de adherirse a la Unión Aduanera Eurasiática, encabezada por la Rusia de Vladímir Putin. Los partidos de centro derecha que controlaban la tribuna de oradores en la plaza siguieron reivindicándose de Europa, y el extendido deseo de romper con Rusia ha sido un factor importante en todo el proceso.
Sin embargo, pronto ganaron terreno otras cuestiones: desde la pobreza de la mayoría de la población, en contraste con la increíble riqueza de los oligarcas, hasta la corrupción del régimen de Yanukóvich y demandas de democracia frente a la dura represión estatal. Yanukóvich trató que mantenerse a flote entre promesas de cambio y amenazas de cárcel y peores cosas para los manifestantes, al tiempo que trataba de asegurarse el apoyo de los ricos. Pero cada vez que ordenaba un ataque represivo, la policía antidisturbios era repelida, aunque al coste de numerosas muertes.
El conflicto se puso de nuevo al rojo vivo el martes, 18 de febrero, tras el anuncio de la reanudación de la ayuda de Rusia a Ucrania. El gobierno desencadenó la ofensiva represiva más violenta contra los manifestantes. Después de 36 horas de intensas batallas que dejaron más de dos docenas de personas muertas y centenares de heridas, el miércoles por la noche se anunció una tregua. Sin embargo, los acontecimientos ya habían escapado al control del régimen. Proliferó la toma de edificios gubernamentales en la parte occidental de Ucrania, mientras que algunos diputados del Partido de las Regiones, el partido gobernante de Yanukóvich, empezaron a desertar de sus filas junto con el alcalde de Kiev. La tregua se rompió a la mañana siguiente, y el ministro del Interior en funciones, Vitaliy Sajarchenko, anunció que había autorizado a la policía dotarse de fusiles Kaláshnikov y desplegar francotiradores. Las fuerzas de seguridad y las unidades de autodefensa armadas de Maidán libraron cruentas batallas, en parte con fuego real. En los reportajes televisivos se podía ver el centro de Kiev transformado en zona de guerra.
En esta situación, Yanukóvich, después de anunciar otro “acuerdo” con los partidos de la oposición, huyó de la capital hacia el este del país, cerca de la frontera con Rusia, donde tiene su base de apoyo político. Otros cargos políticos le imitaron y huyeron también o se pasaron al bando de la oposición. Las fuerzas de seguridad abandonaron la lucha en Kiev y la afluencia de personas a la gran plaza comenzó a crecer, exigiendo el enjuiciamiento de los jefes de policía responsables de las muertes de manifestantes. Gracias a las deserciones del Partido de las Regiones, el trío de partidos conservadores y de extrema derecha de la oposición alcanzaron la mayoría en el parlamento y votaron por unanimidad restablecer la constitución de 2004, que otorga mayores poderes al parlamento. Durante el fin de semana se celebraron votaciones para destituir a Yanukóvich y entregar sus poderes al presidente del parlamento, Aleksandr Turchínov, quien es ahora jefe del Estado en funciones.
Lo que va a ocurrir en el futuro no está nada claro, pero existe una posibilidad real de que Ucrania se divida. El levantamiento de la semana pasada ha acelerado el proceso en las ciudades y regiones occidentales, comenzando por la ciudad de Lviv, que se ha zafado del control por parte del gobierno central. Mientras, en la ciudad oriental de Járkiv, un congreso de las regiones meridionales y orientales del país decidió el pasado sábado rechazar la autoridad del parlamento de Kiev, actualmente controlado por la oposición.
Los nuevos gobernantes
Las fuerzas políticas que se disponen a tomar el mando de Ucrania tras la caída de Yanukóvich no representan en modo alguno los intereses de los trabajadores. Como explica con toda claridad el Sindicato Autónomo de Trabajadores, de tendencia anarquista, “aparte de los fascistas, antiguos y experimentados políticos de la oposición tratarán asimismo de hacerse con el poder. Muchos de ellos ya tienen alguna experiencia de gobierno y no son ajenos a la corrupción, el favoritismo y el uso de fondos públicos para sus fines personales.” El anticapitalista ruso Ilyá Budraitskis explicó en una entrevista con la revista alemana Marx21 que la elite acomodada “no solo influye en la economía y la sociedad, sino que también controla directamente a uno o varios partidos políticos. Así, un oligarca puede traducir su capital financiero en poder político directo.”
Yulia Timoshenko es una criatura de este sistema. Tuvo un papel destacado en la “Revolución Naranja” ucraniana de 2004, cuando una protesta masiva contra un fraude electoral logró invertir el resultado. Timoshenko fue nombrada primera ministra por el presidente Víktor Yúshchenko, considerado por muchos un reformador prooccidental. Sin embargo, Yúshchenko no logró reducir la desigualdad económica ni democratizar el sistema político. El desencanto de la población permitió a Yanukóvich y su partido recuperar el poder seis años después. Antes de 2004, Timoshenko se había dado a conocer como directora de una empresa energética tras el hundimiento de la URSS en 1991 y la declaración de independencia de Ucrania: ahí demostró su habilidad para manejarse en la nueva era de privatización y “reforma” de mercado. Ella y los demás líderes de los partidos que ahora tienen el control en Kiev ya no están preocupados por las necesidades económicas y sociales del común de los ucranianos, y sus negociaciones con la UE se han centrado hasta ahora en la apertura del mercado ucraniano a las empresas europeas.
Un gobierno dirigido por el Partido de la Patria de Timoshenko no hará sino profundizar en las medidas de corte neoliberal, aunque esta vez con conexiones internacionales con la UE y el Fondo Monetario Internacional en vez de la Rusia de Putin. En efecto, algunos militantes de izquierda ya califican esta perspectiva de “Segunda Revolución Naranja”, reconociendo que está abocada a decepcionar a amplios sectores de la población que ha aupado a Timoshenko y congéneres al poder.
La extrema derecha
Otra amenaza para los trabajadores en Ucrania proviene de la extrema derecha. La influencia y respetabilidad adquiridas por la derecha en el movimiento de Maidán ha de entenderse en su contexto político e histórico. El socialismo no existe como fuerza política independiente en Ucrania, donde el escenario lo ocupan varios partidos populistas conservadores de diferentes matices. En la página web LeftEast, Ovidiu Tichindeleanu explica que “en toda Europa oriental han estallado movimientos populares [en los últimos tres años] y todos han expresado un descontento antisistema”. Sin embargo, debido a que estos movimientos “no han sido capaces de presentar una perspectiva constitucional común”, señala Tichindeleanu, muchos de ellos, “tanto en Ucrania como en Rumanía, han sido capitalizados o adulterados por nacionalistas y la extrema derecha”.
El peso y la influencia de las fuerzas fascistas en el movimiento de Maidán son temibles. Por ejemplo, miembros de Acción Antifascista Ucrania afirman que los nacionalistas de extrema derecha representaban el 30 % de los manifestantes. Entre las fuerzas que defendieron la plaza contra la represión –y que ahora custodian el parlamento en lugar de la policía estatal–, el Sector Derecha, con su organización bien coordinada y su estructura de mando disciplinada, mantienen un control férreo, incluso impidiendo los intentos de la izquierda de organizar grupos de defensa. El Sector Derecha ha estado cada vez más en la primera línea de los enfrentamientos con las fuerzas gubernamentales, pero sus propósitos no son en absoluto contradictorios con quienes detentan el poder real en Ucrania. En medio de las batallas más intensas de la semana pasada, por ejemplo, el Sector Derecha publicó un llamamiento a los oligarcas que apoyaban a Yanukóvich a que apoyaran las protestas y la formación de un gobierno dirigido por tecnócratas. Los fascistas siempre han buscado el apoyo del gran capital para llegar al poder, y su llamamiento debe entenderse como una propuesta de entablar relaciones con la clase dominante.
No debe subestimarse la amenaza que supone la extrema derecha en Ucrania, pero sería un error descalificar al conjunto del movimiento de protesta a causa de su presencia. No se podrá parar los pies a los fascistas reforzando el aparato represivo del Estado en torno a los oligarcas. Al contrario, el Estado capitalista suele aprovechar esas oportunidades para limitar los derechos democráticos de la gente corriente, y en particular para intensificar la represión contra la izquierda, creando de este modo unas condiciones aún más favorables para el crecimiento de la extrema derecha. Para hacer frente a la amenaza del fascismo habrá que llevar a cabo un arduo trabajo de base con organizaciones obreras independientes, sindicatos y una izquierda reforzada para crear una atmósfera de solidaridad en Maidán, en la que el mensaje tóxico del odio no pueda prosperar.
La izquierda radical
Según ciertas informaciones, antes de la ofensiva represiva del 18 de febrero, la izquierda radical, aunque pequeña y poco organizada, se estaba haciendo oír en Maidán. De acuerdo con Zajar Popóvich, miembro de la Oposición de Izquierda, se repartieron miles de ejemplares del folleto “Diez tesis de la Oposición de Izquierda de Ucrania”, que fueron objeto de debate entre los manifestantes. Por desgracia, cualquier avance que hubiera podido hacer la izquierda quedó diluido en gran medida a raíz de la ofensiva policial. La izquierda en Ucrania sigue siendo muy pequeña, como señala un informe de antes de la ofensiva represiva, carente de “una organización capaz de llevar a cabo actividades estratégicas planificadas, de recursos mediáticos para comunicar sus posiciones al público, y de capacidad de investigación suficiente para analizar de modo competente las actividades.”
Al mismo tiempo, sin embargo, el desarrollo del movimiento de Maidán estaba conduciendo a un cambio de composición de clase de las manifestaciones. Un miembro del Sindicato Autónomo de Trabajadores informó antes de la ofensiva represiva que al principio “los manifestantes eran principalmente estudiantes y ‘clases medias’ urbanas: pequeña burguesía, círculos bohemios, oficinistas. En estos momentos, la composición de clase ha cambiado definitivamente y se ha tornado más universal. Desconozco las proporciones exactas, pero no cabe duda de que las protestas se han vuelto más ‘proletarias’, a pesar de que el porcentaje de trabajadores sigue siendo bajo, y cuando están presentes acuden como ‘ucranianos’ o ‘ciudadanos’, no como ‘obreros’.”
En la plaza de Maidán, los líderes de los partidos de centro-derecha dominan la tribuna de oradores y la extrema derecha controla sus unidades de autodefensa. Sin embargo, una gran mayoría de manifestantes tienen motivos de protesta legítimos: contra los efectos del capitalismo neoliberal, contra la represión estatal y la falta de representación política, contra la corrupción endémica que en última instancia sirve para que los oligarcas amasen todavía más riqueza, motivos que están en contradicción con los objetivos de la derecha y la extrema derecha. Sobre la base de estas demandas y alrededor del principio de solidaridad existe la posibilidad de enfrentarse tanto a los planes del nuevo gobierno dirigido por los principales partidos conservadores como a la amenaza de una mayor influencia de la extrema derecha, además de crear las condiciones para el surgimiento de un futuro movimiento revolucionario.