7 de octubre de 2023

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Golpe y contragolpe en el Perú

Por: Gabriel Adrian

18 de diciembre de 2022

El 7 de diciembre de 2022, Pedro Castillo declaró la disolución del Congreso. Aparentemente, así pretendía impedir su destitución, acorralado por algunos destapes de corrupción. Esta intentona golpista fue determinante para que los partidos de derecha reciban el apoyo de congresistas autodenominados de izquierda para vacar (léase destituir) a Castillo, y rápidamente mostrarán ante el pueblo peruano, una vez más, su sumisión al orden democrático burgués. La derecha en el Congreso ya había intentado destituir al presidente constitucional peruano en dos oportunidades anteriores. Tras la destitución, la vicepresidenta, Dina Boluarte, asumió la presidencia. Castillo acaba de ser condenado a 18 meses de prisión preventiva. Cabe precisar, sin embargo, que se ha vulnerado el debido proceso, pues habiendo sido presidente le correspondía un proceso especial de antejuicio.

Luego de una semana (por demás dramática, a raíz de las incesantes movilizaciones en el país y la desmedida represión policial y militar), sigue siendo un acertijo qué realmente precipitó a Castillo para intentar cerrar el Congreso. Para dar un (auto)golpe de Estado -como hizo Fujimori a inicios de los 90-, se necesita el apoyo de las Fuerzas Armadas. Cabe la pregunta: ¿las FFAA le hicieron creer a Castillo que apoyarían su autogolpe, y al final lo dejaron solo? Podría ser. No se ha filtrado hasta hoy información fehaciente al respecto. Otra posibilidad es que el hoy ex presidente haya creído que el pueblo iba a salir a las calles a defender su decisión. Aun pensar esto es descabellado, porque Castillo no contaba ni cuenta con bases sociales ni políticas. Perú Libre, el partido que lo llevó al poder, se había distanciado de él. Sabía que ni sus amigos lo apoyaban.

En suma, las razones por las que Castillo cometió un suicidio político permanecen en la nebulosa. Lo que sí se puede afirmar es que se trata de un golpe institucional de la derecha (de seguro, la más rancias, reaccionarias y oligárquicas de Latinoamérica). Desde que Castillo asumió el poder, se vio acosado por congresistas de dicho sector desde el Parlamento, que saboteaba su gobierno bloqueando todos sus proyectos de ley, interpelando y vetando a sus ministros, e intentando destituirlo hasta en dos oportunidades. A este incesante (e impopular) acoso político, se sumó el de la prensa que mantuvo una diaria campaña de desprestigio para embarrar el gobierno de Castillo. El triunvirato de los poderes fácticos se completó con el Poder Judicial, que llevó a cabo investigaciones contra aquel gobierno, su entorno y miembros del partido Perú Libre. Por la cantidad y la calidad de la información que fluía hacia la prensa, no es difícil presumir que los servicios de inteligencia serviles a la derecha estaban detrás de estos operativos combinados y sistemáticos.

Al afirmar lo anterior, de ningún modo pretendemos victimizar al gobierno de Castillo. Como se dijo al principio, hay indicios más que plausibles que tanto él como su entorno más cercano cometieron actos de corrupción, principalmente entregando licitaciones a sus allegados. Al mismo tiempo, es necesario resaltar también que todos los gobiernos peruanos han hecho uso de estas prácticas y corruptelas. Pedro Castillo, en realidad, es un choro de medio pelo (“choro monse”, según reza el ingenio popular) comparado con pesos pesados de la corrupción como Álan García Pérez, Alejandro Toledo y Pedro Kucynsky. Esto no soslaya, en absoluto, su responsabilidad penal y la de su entorno; pero es necesario mencionar que sus actos de corrupción fueron develados gracias a la prensa burguesa y fracciones del Poder Judicial, ambas de derecha, y con la ayuda de los servicios de inteligencia. Y, asimismo, que estas fuerzas no actuaron con la misma diligencia ni severidad contra los anteriores presidentes corruptos.

La crítica de mayor peso sobre Castillo, sin embargo, es que se ocupó más de favorecer a su entorno que llevar a cabo sus publicitadas reformas en beneficio del pueblo. Desde que asumió su mandato, no tomó ninguna medida radical encaminada a transformar las estructuras del poder. Su cacareada reforma agraria, por ejemplo, fue un ataque a la inteligencia del pueblo, y su gobierno más bien dio una ley de exoneración de impuestos a la gran minería por actividades de exploración. En general, no cumplió con ninguna de sus promesas electorales, y en cambio otorgó concesiones a la derecha para poder gobernar. Es decir, si hay que sacar lecciones de la realidad más reciente, una insoslayable es que la caída de Pedro Castillo demuestra que, por más concesiones que se haga a la derecha, este bloque siempre estará en pie de guerra porque son ellos mismos quienes anhelan estar en el poder.

El partido Perú Libre también tiene su cuota de responsabilidad en todo este tinglado político, ya que su prioridad fue negociar con el ex presidente para poner a sus partidiarios en el gobierno, al igual que los viejos partidos reaccionarios, tranzando con la derecha desde un comienzo para evitar que su líder Vladimir Cerrón sea perseguido por el poder judicial que lo acusa de corrupción. Por otro lado, si Perú Libre se reputa ser un partido de izquierda, al saber que estaba en minoría en el Congreso debió fortalecer y expandir sus bases para generar un movimiento de masas que apoye desde las calles reformas profundas. No hizo nada de esto. Es más, repitiendo el mal endémico de la izquierda tradicional (hoy motejada mediáticamente de “caviar”), intentó fortalecer su red de clientelaje repartiendo puestos y pequeñas licitaciones. Una traición más de otro partido que de izquierda solo tiene el discurso.

Uno se puede preguntar por qué la derecha y el gran empresariado nacional e internacional querían sacar a Castillo, cuando este garantizaba la continuidad del proyecto neoliberal. Por un lado, como escribimos líneas arriba, la derecha misma quiere estar en el poder. Es más, en una sociedad históricamente racista como la peruana, las cúpulas no toleran que intrusos de provincias les calienten los sillones o tronos del gobierno. Además, esperan aún más ganancias de las que Castillo les podía garantizar. Para legitimar su perfil de izquierdista, Pedro Castillo pretendía, por ejemplo, exigir a grandes empresas como las de telefonía el pago de deudas o dar menos prebendas al gran empresariado. Aun así podían hacer ingentes ganancias, pero no les basta. Y es que el gran capital, aunque pueda seguir acumulando, siempre quiere más y no tolera a nadie en el camino que lo estorbe.

Ahora, la marioneta de turno, Dina Boluarte, es la actual presidenta y quien le hace estos servicios al gran empresariado, como tonta útil de la derecha recalcitrante. Como queda dicho, Boluarte ha usurpado el poder y su gabinete ministerial está plagado de actores oscuros; como, por ejemplo, el primer ministro Pedro Angulo Arana quien ha estado implicado en el caso de corrupción de “cuellos blancos del Callao”. Políticamente, Boluarte (apodada “Balearte”, en redes sociales, por la matanza represora que viene impulsando su gobierno contra la protesta popular) es una servil marioneta de la derecha y el gran empresariado. Lleva las manos manchadas en sangre con más de 30 muertos a la fecha de hoy y decenas de heridos. Y acaba de consumarse un allanamiento irregular contra los locales de Nuevo Perú, el Partido Socialista y la Confederación de Comunidades Campesinas del Perú (CCP), donde se daba acogida a manifestantes y dirigentes sociales de diversas regiones, deteniendo a varios de ellos además de sembrarles supuestas pruebas y armas con que la gloriosa policía peruana los sindica de “violentistas” y “terroristas”. Todo lo cual evidencia, una vez más, que se les ha dado carta blanca a militares y policías para reprimir a sangre y fuego al pueblo, campañas de terruqueo mediante.

En las protestas populares se evidencia que las masas son las que hacen la historia. Las fuerzas políticas que se reputan de izquierda son rebasadas por las movilizaciones en todo el territorio del país. Las personalidades electoreras de la llamada izquierda, como Verónica Mendoza, están más lejos de las calles y plazas que nunca. Igual ocurre con Perú Libre, dirigido por Vladimir Cerrón, y el movimiento de Antauro Humala que se perfilaba, después de su liberación, como candidato de fuerza opositora (es más, las bases de esta agrupación acaban de expulsarlo por coludirse públicamente con el actual gobierno de Boluarte).

El pueblo beligerante, sin embargo, le da clase de lucha y combatividad a esa llamada izquierda que solo sirve de furgón de cola de los partidos reaccionarios y da vida a esa democracia burguesa. Aunque algunos sectores reclaman la restitución de Castillo, la convocatoria a una Asamblea Constituyente que redacte una nueva Constitución. Pero lo que realmente mueve al pueblo es la rabia, el odio de clase por centurias de explotación y prostración; por ver una vez más a la derecha lumpen tomando las riendas del Estado. Ese odio de clase es el que siempre ha sido motor de la historia.

La experiencia de Castillo nos demuestra, una vez más, que solo un partido comunista con masas organizadas podrá transformar la sociedad en sus estructuras de poder. Ningún cambio sustancial y verdadero, que es lo que necesitan realidades como las del Perú, es posible dentro del marco de la democracia liberal-representativa. Y menos aún en un país donde la derecha, las cúpulas económicas, el gran empresariado nacional e internacional, son cancerberos del orden explotador neoliberal. Por todo lo dicho, en este preciso instante cabe manifestarse por el cierre del Congreso y la destitución del régimen de la usurpadora Dina Boluarte. Solo la lucha constante de las masas y su elevación a vanguardia organizada conducirán una revolución en el Perú. Desde esta trinchera expresamos nuestra solidaridad y saludo internacionalista a las mayorías del pueblo, que entregan su vida y libertad por un país emancipado, digno y justo.


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