7 de octubre de 2023

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A 40 años del ILA: La Rebelión se Justifica

Equipo El Diario Internacional

18 de mayo de 2020

El 17 de mayo de 1980 un grupo del Partido Comunista del Perú (PCP), más conocido por los medios como “Sendero Luminoso”, irrumpió en el poblado andino de Chuschi (departamento de Ayacucho), y quemó las ánforas electorales de las elecciones generales que tendrían lugar al día siguiente después de doce años de dictadura militar. Con esta acción, el PCP daba comienzo a la lucha armada. Esta fecha fue designada y es recordada como el Inicio de la Lucha Armada (ILA).

La acción causó la sorpresa en la prensa y politiquería conservadora, incluyendo grupos de izquierda reformistas. Se preguntaban cómo era posible que un grupo inicie una lucha armada en momentos que el Perú retornaba a la "democracia", ya que de esta manera se reabrían todas las puertas para que el país salga adelante, y para que volviese a la normalidad cívica de antes de los 12 años de dictadura militar. El PCP enviaba, con esta acción, el mensaje que "Salvo el Poder todo es Ilusión" (Vladimir Illich Ulianov Lenin).

Según el PCP, con aquellas elecciones se pasaría solamente de una dictadura abierta (de los militares) a una dictadura cerrada (de la democracia liberal-representativa). El partido seguía los lineamientos de Karl Marx, que plasmó la frase "A los oprimidos se les da la oportunidad de elegir cada cierto tiempo cuál fracción de la burguesía los va a oprimir en el Parlamento".

Después de 40 años del ILA, vemos que, en lo sustancial, el PCP tenía razón. Poco ha cambiado desde entonces. Más de la mitad de la población vive en pobreza o pobreza extrema, y más del 60% de la población vive de ocupaciones precarias informales sin acceso a derechos sociales ni laborales. La gran mayoría de trabajadores y campesinos vive en la miseria. La actual crisis del Coronavirus pone en evidencia lo corroído que se halla el Estado peruano, con un sistema de salud por los suelos, hospitales totalmente colapsados, enfermos graves que son rechazados y obligados a morir en sus casas o en la calle, con cadáveres que se acumulan en los pasillos y patios de hospitales, con gente desesperada por sobrevivir que inunda la calles para ganarse unos centavos y tiene que enfrentarse a militares y policías que los reprimen.

Ese es el Perú que tenemos después de 40 años del ILA, donde unos pocos grupos de poder acumulan el 80% de las riquezas, y el 10% más rico de la población posee el 70% de la riqueza del país. El Perú ha sido lotizado, y sus riquezas naturales son entregadas a la gran minería y empresas de hidrocarburos; pues podrá pararse todo en cuarentena, menos el tren capitalista extractivista minero que sigue a toda máquina, a costa de la salud del proletariado minero peruano.

El PCP condujo una Guerra Popular dirigida a destruir el Estado burgués pro-imperialista. La guerrilla comunista sostuvo una guerra prolongada del campo a la ciudad creando Comités Populares que, a su vez, conformarían Bases de Apoyo. Desde ese poder en germen, en el campo, pretendía cercar las ciudades donde el PCP venía forjando un Nuevo Poder. En los centros urbanos, especialmente en la capital de Lima, se crearon bases en los barrios pobres renombrados como “Cinturones de Hierro”. Según el PCP, entre 1980 y 1989, se realizaron más 121,000 acciones. Vastas regiones del PCP se hallaban bajo el control o influencia de la guerrilla maoísta. Ayacucho, Huancavelica, Apurímac, Lima, Huancayo, el Valle del Mantaro, el Valle del Santa, Ucayali, el Valle del Huallaga y Puno fueron de los departamentos y regiones más sacudidos por las acciones de la guerrilla maoísta. El PCP se desmarcó del modelo guerrillero tradicional latinoamericano centrado en el foquismo guevarista para plantear una guerra popular, de talante maoísta, pero con un innovador control vertical de pisos ecológicos en el desenvolvimiento guerrillero.

A la historia han pasado sucesos emblemáticos de la lucha armada del PCP: como la masiva toma de tierras en Ayacucho y Huancayo; el ataque a la cárcel de Huamanga y la liberación de 70 presos políticos en 1982; la resistencia heroica de los prisioneros y prisioneras de guerra durante las masacres en las cárceles en los años 1985, 1986 y 1992; la formación de Comités Populares en el campo; la autoorganización en las cárceles que se reconvirtieron en “Luminosas Trincheras de Combate”; el rol dirigente del PCP en la edificación del poblado Raucana, en Lima, que se convirtió en el germen de un proyecto socialista en la capital. En esta heroica y prolongada brega, no podemos dejar de mencionar El Diario (bajo la dirección de Luis Arce Borja), que se constituyó en fuente de información y politización de miles de trabajadores y estudiantes que se plegaban a la lucha armada, que pese a no formar parte de la estructura organizativa del PCP, se mantuvo firme en brindar la cobertura informativa necesaria, que por su solo hecho mereció cruenta represión.

El avance de la guerrilla maoísta dejó a la mayoría de políticos conservadores y la prensa burguesa atónitos. El Estado peruano tuvo que valerse de todos sus recursos para derrotar a la guerrilla maoísta; para ello contó con el apoyo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA en inglés) de los Estados Unidos de Norteamérica. La violación sistemática de los derechos humanos fue la principal herramienta del Estado para enfrentar al PCP. Los asesinatos, desapariciones, fosas comunes, torturas, detenciones arbitrarias y violaciones fueron usados por las Fuerzas Armadas, la policía y las rondas campesinas para aplacar la avanzada maoísta. Ante la incapacidad de las fuerzas armadas y policiales de hacer frente al PCP, el Estado tuvo que armar rondas campesinas. A inicios de los años 90, había 500 mil ronderos, de los cuales más de 16,000 estaban armados; si a estos se suman alrededor de 80 mil militares y cerca de 90 mil policías, significa que el Estado tuvo que recurrir a casi 200 mil efectivos armados para contener una guerrilla que contaba con un número mucho menor de combatientes.

El PCP se encontraba en notoria inferioridad numérica y de armamento. Ha sido, sin duda, la guerrilla que, con modestos medios, pudo poner en jaque a un Estado durante década y media, y desde las alturas andinas. Se trató de una lucha armada que, a diferencia de la heroica y memorable gesta guerrillera de los años 60 (derrotada, sin embargo, en cuestión de tres meses), se pudo sostener en el tiempo, entre otras razones, por los innegables aciertos en su concepción política-ideológica, así como por su inicial enraizamiento en la realidad rural quechuahablante de los parajes andinos más pobres del país, secularmente abandonados por las autoridades oligárquicas del Perú oficial. Lo anterior contribuye a explicar que el PCP fuese sostenido por la población especialmente pobre, obreros y campesinos, y también estudiantes, principalmente de las instituciones púbicas.

Cabe agregar que el PCP obtuvo ese apoyo, también, básicamente por dos razones decisivas. En primer lugar, el PCP ofrecía una perspectiva de cambio, de transformación social a través de la cual se acabaría con la explotación y miseria que afecta secularmente a la mayoría de la población. De esta manera, el PCP oponía su práctica a los grupos de izquierda reformistas, aglutinados en la Izquierda Unida y que buscaban solo obtener un curul parlamentario, alejándose de las bases y sus necesidades. Al mismo tiempo, el PCP daba soluciones a problemas concretos de la población: reprimiendo abigeos en el campo y luchando codo a codo con campesinos en su lucha por acceder a tierras y títulos de propiedad, atizando las reivindicaciones sindicales y luchando con pobladores de barrios pobres de las ciudades al expulsar y castigar a ladrones y violadores, apoyándolos en la organización social y en su lucha por servicios básicos y títulos de propiedad. Es que, para el PCP, destrucción era construcción: a la par que se destruía el viejo Estado, el orden capitalista burgués, se construía el Nuevo Estado, la República Popular del Perú.

El otro factor que llevó al PCP expandirse por todo el país fue su estrategia político-militar. El PCP supo aprovecharse de las debilidades del enemigo, lo atacaba en sus puntos más vulnerables. Sabía sacar el mayor provecho de sus fuerzas, ya que poseía una organización concéntrica y descentralizada. De esta manera, el Comité Central delineaba la línea general y los planes, y los Comités Regionales y Locales los implementaban. Así fue como se garantizó que las decisiones tomasen en cuenta las necesidades de la población, y que se incluya a la misma en la toma de decisiones.

Esta historia, sin duda pocas veces recogida en términos objetivos, y más bien tergiversada e invisibilizada por narrativas oficiales como las de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, así como por intelectuales y comunicadores al servicio del orden político y económico imperante, tuvo un desenlace final tan inesperado como grotesco para quienes lo entregaron todo, inclusive sus propias vidas cuando fue el caso. La dirigencia del PCP, con Abimael Guzmán a la cabeza, fue capturada en 1992 y al poco tiempo traicionó la lucha revolucionaria llamando a un Acuerdo de Paz con el gobierno del genocida Alberto Fujimori. Hoy en día, sus remanentes se agrupan en el Movimiento por la Amnistía y Derechos Fundamentales (MOVADEF), centrando su lucha en la liberación de su líder (para lo que no dudan ni se ruborizan de pedir la liberación de los civiles, policías y militares implicados en la guerra interna desatada en el país) y la lucha electorera que el PCP impugnó hasta la saciedad, por significar una estafa y traición a las luchas de nuestro pueblo. Le corresponderá precisamente al pueblo, y a la historia misma, calibrar en toda su dimensión estos hechos que desde esta tribuna hemos denominado como capitulación.

Centrando en el aspecto principal de la construcción, como fue siempre el rasgo más destacado en esta organización desde el ILA, lo que nos compete rescatar es la experiencia de la lucha armada que llevo a cabo el Partido Comunista del Perú, que fue la mayor movilización de masas en la historia del Perú moderno, mayor incluso que las de Manco Inca, Túpac Amaru, que las movilizaciones campesinas de las décadas de 1950 y 1960 del siglo XX. Así como agradecer y rendir merecido homenaje a personalidades como Augusta La Torre, Edith Lagos, Antonio Díaz Martínez, Janet Talavera y miles de combatientes, hombres y mujeres de diversa procedencia, ocupación, edades y condición, que dieron su vida y libertad por tener un país mejor y contribuir a la revolución mundial. Esta memoria alternativa, de otro tipo, nos convoca también a recordar esta fecha, aprender de los aciertos y errores, y empezar de nuevo. Porque el PCP nos enseñó principalmente algo concreto: que el pueblo se puede levantar, enfrentarse al Estado y clases burguesas, y aplastarlas.
En este día, concluyamos esta memoria y conmemoración con el siguiente pasaje del divulgado documento del PCP, "Somos los Iniciadores", con el que se fundó la I Escuela Militar del Partido (19 de abril 1980):

"Camaradas, entramos a la gran ruptura. Hemos dicho muchas veces que entramos en ruptura y que muchos lazos hemos de romper pues nos atan al viejo orden podrido, y si no lo hacemos no lo podremos derruir. Camaradas, la hora llegó, no hay nada que discutir, el debate se ha agotado. Es tiempo de actuar, es momento de la ruptura y no la haremos en lenta y tardía meditación, ni en pasillos ni en cuartos silenciosos, la haremos en el fragor de las acciones bélicas, será la forma de hacerlo, una forma adecuada y correcta, la única forma de hacerlo. Ahí en las acciones, como hemos estudiado, la capacidad consciente de los hombres se intensifica, la voluntad es más tensa, la pasión más poderosa, la energía endiablada. Camaradas, ahí encontraremos la energía, la fuerza, la capacidad suficiente para la gran ruptura. A eso hemos entrado. Las trompetas comienzan a sonar, el rumor de la masa crece y crecerá más, nos va a ensordecer, nos va a atraer a un poderoso vórtice, con una nota: seremos protagonistas de la historia, conscientes, organizados, armados y así habrá la gran ruptura y seremos hacedores del amanecer definitivo. En eso hemos entrado camaradas."