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LA TELEVISIÓN BASURA Y LA EDUCACIÓN EN EL PERÚ
Por Rafael Rodriguez.
El 27 de febrero se llevó a cabo la marcha en contra de “la televisión basura” (en adelante TVB). Según los organizadores de la movilización, el objetivo central de la misma ha sido que se cumpla lo dispuesto en el artículo 40° de la Ley N° 28278, Ley de Radio y Televisión, referido al horario familiar: “la programación que se trasmita en el horario familiar debe evitar los contenidos violentos, obscenos o de otra índole, que puedan afectar los valores inherentes a la familia, los niños y adolescentes. Este horario es el comprendido entre las 08:00 y 22: 00 horas”.
En otras palabras, para los líderes del colectivo en contra de la TVB, existen programas (“Esto es guerra”, “Combate” y otros realities) que violan lo señalado en esta Ley. Sin embargo, también están aquellos marchantes (no todos) que exigen la intervención directa del Estado para regular el contenido de la oferta televisiva, para que ésta cuente con programas más “culturales, educativos y familiares”.
Como imaginarán, no seré yo quien salga a defender a la TVB. De hecho, me parece que estos programas idiotizan y embrutecen a la teleaudiencia. No obstante ello, creo que nos equivocamos cuando pretendemos asignarle a la televisión un rol que no tiene: educar. Al parecer, algunos de los organizadores creen que son los directores o productores de televisión los que tienen la responsabilidad de educar a la niñez peruana.
Esto último me obliga a preguntar lo siguiente: ¿no era acaso que los padres de familia son quienes constitucionalmente tienen el derecho y deber de educar y formar a sus hijos? Entonces, si un niño invierte más horas de su día sentado frente al televisor (o entretenido con videojuegos), en vez de invertir ese tiempo estudiando o leyendo, esa es responsabilidad absoluta de los padres, y no de la TVB.
No seamos efectistas, no nos equivoquemos, si los niños sueñan con ser estrellas de realities (también vedetes o futbolistas) cuando crezcan, en lugar de educarse o formarse para el ejercicio de una profesión u oficio, la culpa de ello no la tienen los canales de televisión, sino los padres de familia que prefirieron hacer todo, menos apostar por su formación y educación integral.
En lo personal, siempre he tenido claro que el objetivo de la televisión es entretener. Para ello, esta recurre a programas en donde agraciados jóvenes y bellas jovencitas, compiten físicamente en una serie de pruebas, para luego, exponer su vida privada (romances, separaciones, peleas, infidelidades, etcétera), despertando el morbo de la teleaudiencia. Es decir, entre saltos, brazadas, carreras, brincos y esfuerzo abdominal, estos programas canjean la vida privada -con todas sus miserias- de los participantes, a cambio de la sintonía (rating), la misma que se dispara con cada beso, llanto, grito o ampay “casualmente” obtenido.
No obstante ello, considero que si bien resulta legítimo que los ciudadanos salgan a las calles a protestar en contra de todo aquello que les parece cuestionable, en este punto, creo que el diagnóstico de la problemática y el objetivo de la marcha son equivocados Al parecer, nuestros “indignados marchantes” creen que movilizándose lograrán que los canales de televisión mejoren el contenido de los programas que ofrecen, haciéndolos más educativos, y menos dañinos para la juventud, o incluso que el Estado intervendrá para regular el contenido de los mismos, todo ello en aras de “la moral y las buenas costumbres de la familia”.
Con el respeto de los señores que organizan la marcha, debo confesar que se me pone la piel de gallina cuando escucho a alguien decir que el Estado (es decir, un burócrata) regulará el contenido de lo que vemos, señalándonos a los ciudadanos qué programas debemos ver y cuáles no. No dudo que la marcha estará llena de buenas intenciones, pero en un país como el nuestro, carente de una cultura cívica auténticamente republicana, que cuenta con una historia reciente marcada por el autoritarismo y el atropello a la libertad, una medida de este tipo simplemente me aterroriza. Entonces, ¿qué hacer en contra de la TVB?, me preguntan algunos amigos a los que les he dicho que no pienso participar en la marcha ni escribir a favor de ella.
Para mí, la solución es la siguiente: educación, educación y más educación. Por eso espero que con el mismo entusiasmo, muchos ciudadanos usemos los medios de comunicación (redes sociales, sobre todo), para convocar a una gran movilización nacional a favor de la educación en el Perú. ¿Qué les parece la idea? O es que acaso dudan que una educación de calidad terminaría librándonos de “Los Leones”, “Las Cobras”, “El equipo verde” y el “Equipo rojo”. Como diría Martha Nussbaum, puede que la educación no nos libre necesariamente de los peores comportamientos, pero la ignorancia los asegura.
Al respecto, el maestro Constantino Carvallo, en una de sus frases para el recuerdo decía que “el Perú era un país de repitentes”. Como Constantino tiene razón, entonces por qué nos sorprende el éxito de la TVB en un país cuyos ciudadanos (no todos) parecen disfrutar del estiércol que los realities presentan, aplaudiendo cada escándalo y despelote que las “estrellitas” de la TV protagonizan. Porque seamos sinceros, en nuestro país, “los amoríos y las sacadas de vuelta de los Leones, Cobras, Verdes y Rojos” son el pan nuestro de cada día en las conversaciones.
Tal parece que de eso no se dan cuenta muchos peruanos, pues acá los “indignados” quieren tener una televisión de primer mundo, con un público tercermundista (yo diría, cuartomundista o quintomundista). Es decir, quieren que los ciudadanos gusten de programas culturales, cuando el peruano promedio lee “menos de un libro al año”, y la mayoría de alumnos de primaria y secundaria no son otra cosa que analfabetos funcionales. Si creen que exagero, repasemos algunos datos que sustentan lo que acabo de señalar, los mismos que han sido tomados de la Evaluación Censal de Estudiantes de Segundo Grado del Ministerio de Educación (2012), en la que se mide la capacidad lectora y matemática de los niños peruanos.
Son muchos los resultados (negativos) obtenidos en este estudio, por lo que me centraré en los más desalentadores. El análisis revela que sólo el 13% de niños (escuelas públicas y privadas agregadas) en nuestro país posee un nivel satisfactorio en ambos campos. Incluso en el ámbito urbano, donde en teoría es más fácil educar, sólo el 15% de niños alcanza el objetivo deseado. Pero si esto ocurre en las ciudades, en el sector rural la situación es catastrófica: sólo el 6% de los niños presenta una compresión lectora y matemática deseable. Es decir, de 20 niños del área rural, sólo 1 cuenta con el nivel de conocimiento esperado para su edad.
Como lo recuerda Alberto Vergara (AV), diversos especialistas han señalado que algo crucial para los países democráticos es disminuir la brecha entre la educación urbana y la rural, entre hombres y mujeres, entre la escuela privada y la pública. Sin embargo, el Perú aparece siempre entre los países con mayores márgenes de desigualdad. Además, este politólogo expone un informe de Unesco (2008), que revela que nuestro país presenta la brecha más amplia entre la educación ofrecida en el medio urbano y rural.
En el Perú la distancia en capacidad matemática entre los niños de ambos medios es de 70%. Esta cifra nos coloca muy por encima de Cuba (8%), y nos asegura el último lugar del ranking, ya que Guatemala, el penúltimo, tiene una brecha de 40%, casi la mitad de la nuestra. Eso sin mencionar que si nos fijamos en otro indicador como el gasto por estudiante, el Perú también aparece en la cola de la región, ya que nuestro país gasta en cada uno de sus estudiantes 1/3 de lo que invierten países como Chile y Argentina. Quizás ello explica por qué cuando se evalúa la calidad de la educación primaria de nuestro país, siempre aparecemos por debajo de la media en Latinoamérica, formando parte del grupo de países más mediocres en este rubro.
¿Y quiénes son los más perjudicados con esta situación? La respuesta es más que evidente: los maestros y los estudiantes. ¿Cómo pretendemos elevar nuestra performance a nivel regional si el Estado, principal empleador, formador y capacitador de los maestros los ha abandonado durante las últimas décadas, ante la mirada indiferente de la sociedad civil a la que parece no importarle mucho la educación? Las cifras que se manejan al respecto son duras, las estadísticas no mienten. Por ejemplo, en 1960 el Perú invertía 400 dólares en cada estudiante, en el año 2000, la cifra era de apenas 100 dólares. En 1966 el 30% del presupuesto nacional se destinaba a la educación, hoy es el 16% (casi la mitad). En la década del sesenta, un maestro ganaba entre 4 o 5 veces más que hoy.
Por eso la opinión de AV, respecto a que la escuela peruana no es ruinosa únicamente por su incapacidad para transmitir conocimiento, sino que traiciona la promesa liberal y republicana de ser herramienta principal para quebrar desigualdades heredadas, resulta brutalmente cierta. Más, si se tiene en cuenta que 4 de 5 maestros peruanos han estudiado en un colegio nacional y provienen de sectores sociales C, D o E. Con lo cual, la reproducción de este círculo vicioso transgeneracional se perpetúa, ya que los estudiantes que hoy reciben una educación de muy mala calidad se convertirán mañana en los profesores encargados de educar a nuestros niños. Ahora bien, cabría preguntarnos ¿qué han hecho los gobiernos de turno para resolver esta problemática?
Por un lado tenemos a los “defensores de la mercantilización de la educación” Este sector sostiene que el Estado no debe tener injerencia en la educación, por lo que se debe fomentar la actividad empresarial en este campo. Bueno, según el último estudio de Datum, en nuestro país el 32% de la educación está en manos privadas, uno de los más altos de la región. Sin embargo, no existe evidencia empírica que muestre que nuestra educación mejoró con esta ola privatizadora. De hecho, según este mismo estudio, el 87% de peruanos exige la creación de una Superintendencia para Colegios Particulares encargada de supervisar la calidad del servicio educativo que estas entidades brindan.
Por otro lado, tenemos a los “enemigos del SUTEP”. Este sector sostiene que el sindicato de profesores es el gran responsable del atraso de la educación en nuestro país. Ahora bien, aun reconociendo que el radicalismo ideológico de su dirigencia ha obstaculizado -más de una vez- la implementación de reformas en el campo educativo, si tomamos en cuenta que el Estado es -como ya señalé- el principal empleador, formador y capacitador de los maestros, resulta inverosímil culpar a este gremio de la debacle educativa en el Perú.
¿Cómo afrontar esta problemática? En toda democracia son los diversos sectores (empresarios, militares, iglesias) los que presionan al Gobierno de turno para que adopte medidas que favorezcan sus intereses. En el campo de la educación debe -pero no ocurre- pasar lo mismo. Como en su mayoría la población vinculada a la escuela pública es la más pobre y desposeída, su capacidad de demanda a la hora de exigir y reclamar sus derechos es casi nula.
En otras palabras, los políticos no reciben para la educación la misma presión que la CONFIEP o la Iglesia, por ejemplo, ejercen cuando se trata de temas económicos o de fe, con lo cual, si no se articula una demanda a favor de la educación es casi imposible que el Estado se comprometa con elevar la calidad de este servicio público. Porque aunque no lo quieran reconocer mis amigos “liberales”, la educación es un servicio público no una mercancía que se oferta y vende como cualquiera baratija. Por eso creo que en lugar de estar promoviendo marchas contra la TVB, deberíamos organizar una gran cruzada a favor de la educación en nuestro país, la misma que tenga como rostros visibles a nuestros maestros y estudiantes.
Nota: Las cifras y datos de esta columna han sido tomados de los informes citados por Alberto Vergara en su artículo “Los maleducados”, el mismo que forma parte de su libro “Ciudadanos sin República” (Planeta: 2013), cuya lectura recomiendo.