JUAN PABLO II Y EL OPUS DEI
Por: Juan José Tamayo Acosta.
La relación entre Karol Wojtyla y el Opus Dei se inicia en los años sesenta del siglo pasado, se consolida en la década siguiente y llega a su cenit en los años 80-90, con la irresistible ascensión de la Obra a la cúpula del Vaticano, desde donde, tras ocupar los más influyentes puestos de mando, ha intervenido activamente en el diseño, primero, y en la puesta en marcha, después, del proceso de restauración de la Iglesia católica bajo el protagonismo del Papa y la guía teológica del cardenal alemán Ratzinger, convertido hoy en el nuevo Papa.
La relación entre Karol Wojtyla y el Opus Dei se inicia en los años sesenta del siglo pasado, se consolida en la década siguiente y llega a su cenit en los años 80-90, con la irresistible ascensión de la Obra a la cúpula del Vaticano, desde donde, tras ocupar los más influyentes puestos de mando, ha intervenido activamente en el diseño, primero, y en la puesta en marcha, después, del proceso de restauración de la Iglesia católica bajo el protagonismo del Papa y la guía teológica del cardenal alemán Ratzinger.
A lo largo del último cuarto de siglo, el catolicismo se ha configurado a imagen y semejanza de la organización de Escrivá de Balaguer.
El Opus empezó a mimar a Karol Wojtyla cuando era arzobispo de Cracovia. ¿Cómo? Organizándole viajes por todo el mundo e invitándole a participar en congresos de la Obra en Roma y a impartir conferencias en el Centro Romano de Encuentros Sacerdotales (CRIS).
Una de ellas, dentro de la más pura tendencia espiritualista del Opus, llevaba por título La evangelización y el hombre interior y fue pronunciada en octubre de 1974, el mismo año en que Pablo VI publicaba la encíclica Evangelii nuntiandi, que subrayaba la relación entre la evangelización y la promoción humana. La sintonía resultó fácil desde el principio, ya que compartían la misma o similar concepción de la Iglesia y de la política: devoción mariana, conservadurismo teológico, anticomunismo, confesionalidad de las instituciones temporales, rigorismo moral, autoritarismo eclesiástico, etc...
Como han demostrado los «Discípulos de la Verdad» en su documentada obra A la sombra del papa enfermo, el Opus diseñó con gran precisión la estrategia para la elección papal de Wojtyla, con la colaboración decisiva del arzobispo de Múnich, Joseph Ratzinger; los cardenales norteamericanos próximos a la Obra J. Joseph Krol y J. Patrick Cody, y el arzobispo de Viena, cardenal Franz König, entonces entusiasta de la Obra.
El centro de operaciones de dicha estrategia fue Villa Tevere, cuartel general del Opus Dei en Roma, donde Wojtyla rezó ante la tumba de monseñor Escrivá de Balaguer antes de entrar en el cónclave del que saldría Papa y donde volvería para rezar ante el cadáver de monseñor Álvaro del Portillo, primer obispo de la prelatura personal.
Durante sus casi 27 años de pontificado, el Papa puso en práctica la concepción de Iglesia propia del Opus Dei, sin apenas salirse del guión, salvo en la cuestión social: desactivación de la línea renovadora del Concilio Vaticano II, en el que él, siendo arzobispo de Cracovia, se había alineado con los sectores más conservadores; cruzada anticomunista frente a los partidarios de la llamada östpolitik, puesta en marcha durante el pontificado de Pablo VI; condena de la modernidad, en la línea de Pío IX y Pío X, por considerarla enemiga del cristianismo; «restauración» de la cristiandad a través de la «nueva evangelización».
Se trataba de un programa maximalista que la Obra había intentado desarrollar en el Vaticano durante los pontificados de Juan XXIII y Pablo VI, pero sin éxito, ya que no gozaba de la simpatía de ninguno de los dos.
Con Juan Pablo II como Papa sí podían llevarlo adelante, ya que, amén de «buena química», había convergencia de objetivos, intereses y estrategia entre ellos.
El Opus era una organización católica elitista implantada en todo el mundo, con una estructura jerárquica rígida, ingente poder económico, disciplina férrea acompañada de terminología militar («una milicia armada de la mejor manera para la batalla espiritual, gracias a una más severa disciplina»), fuerte componente proselitista y tendencia al indoctrinamiento. Tras su aparente imagen laica se escondía en realidad una organización clerical-eclesiástica.
Enseguida comenzaron los nombramientos de eclesiásticos cercanos al Opus en puestos clave del Vaticano. El español Martínez Somalo, antes nuncio en Colombia, de tendencia conservadora, con conexiones directas con el Opus, fue nombrado sustituto de la Secretaría de Estado, una especie de ministro de la Presidencia.
El cardenal Pietro Palazzini, ligado a la Obra, ocupó el cargo de prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, lo que aceleró el proceso de beatificación de Escrivá, iniciado en mayo de 1981, apenas seis años después de su muerte.
Un salto cualitativo en el protagonismo del Opus dentro del Vaticano fue el nombramiento como director de la oficina de prensa de la Santa Sede del médico español Joaquín Navarro-Valls, miembro numerario de la Obra, que contó con una fuerte resistencia en la Curia.
El control opusdeísta del poder mediático de la Iglesia católica garantizaba el éxito del programa restaurador del Papa polaco. Navarro-Valls há actuado durante casi cuatro lustros como la única y más autorizada voz del Papa y ha llegado a vetar la participación de determinados periodistas en los viajes papales.
Eso sucedió con Domenico del Rio, del diario romano La Repubblica —acusado por el director de L`Osservatore Romano de «rancio, sordo y sórdido anticlericalismo» y de «nuevo integrismo radical-laicista»—, a quien en enero de 1985 se excluyó del vuelo que llevaba a Juan Pablo II a Venezuela, Perú y Ecuador.
El control pleno del poder por parte del Opus se produjo en 1990 com el nombramiento de Angelo Sodano como secretario de Estado, uma especie de jefe de Gobierno del Vaticano, tras serle aceptada la dimisión al cardenal Casaroli, perteneciente a la tendencia aperturista dentro de la Curia.
Sodano había entrado en el servicio diplomático de la Santa Sede en 1961, fue nuncio en Chile durante la dictadura de Pinochet y amigo personal del dictador, preparó cuidadosamente el viaje de Juan Pablo II a Chile en 1987 —que se convirtió en un acto de legitimación religiosa del general-e intercedió ante el Gobierno británico para que pusiera en libertad y permitiera regresar a Chile a Pinochet, arrestado entonces en Londres por la petición de extradición que hizo el juez español Baltasar Garzón.
Todavía recuerdo la respuesta del cardenal Sodano en el aeropuerto de Barajas al serle preguntado por la secularización del teólogo brasileño Leonardo Boff: «No me extraña; también entre los 12 apóstoles hubo un traidor». ¡El franciscano Boff comparado con Judas!
La influencia del Opus se ha dejado sentir de manera especial en la política de nombramientos de obispos, arzobispos y cardenales. Los obispos renovadores nombrados por Pablo VI o en la línea del Concilio Vaticano II pasaron a mejor vida y han sido sustituidos por los jerarcas «de la restauración» del actual pontificado, que son mayoría hoy en la Iglesia católica y ocupan las sedes episcopales más importantes e influyentes de la cristiandad, tanto en el Primero como en el Tercer Mundo.
Pero las dos actuaciones que expresan la sintonía entre el Papa y el Opus fueron la elevación de éste a la categoría de prelatura personal, que lo convertía, a todos los efectos, en una diócesis supraterritorial, no sometida a la jurisdicción de los obispos locales, y la canonización de Escrivá de Balaguer.
El primero fue um hecho sin precedentes en toda la historia del cristianismo. La «milicia opusdeísta» y sus dirigentes respondían de sus actos sólo ante el Papa y ante Dios. Ninguna otra autoridad podía pedirles cuenta.
El cambio de estatuto jurídico tuvo una amplia contestación dentro de la Iglesia católica, no sólo entre los sectores progresistas, sino en la misma curia y entre los obispos de todo el mundo, incluidos los españoles, que fueron los más reacios. Y no era para menos. La decisión «personal» del Papa se consideraba peligrosa para el ordenamiento jerárquico y para la unidad católica, ya que mutaba la obediencia a los obispos por la sumisión al jefe de filas de la Obra.
Se temía, además, que, sustraída a la obediencia de los obispos locales, se convirtiera en una secta. Y el temor no tardó en hacerse realidad. De entonces para acá, el Opus es y opera como «una Iglesia dentro de la Iglesia». ¡Y, además, con Escrivá de Balaguer, «el Padre» y fundador, elevado a los altares y convertido en ejemplo que imitar!
La canonización se llevó a cabo con la oposición de amplios sectores católicos, incluidos cardenales, arzobispos y obispos, y en un tiempo récord de 27 años, mientras otras personalidades reconocidas como santos por el pueblo cristiano como Juan XXIII y monseñor Romero quedaban relegados.
Mientras el Vaticano llenaba de favores y privilegios al Opus Dei, Juan Pablo II llevaba a cabo actuaciones represivas contra organizaciones y tendencias renovadoras. Dos de las más sonadas fueron la «purga de la Compañía de Jesús» y la «campaña» contra la teología de la liberación, que Tad Szulc, biógrafo de Juan Pablo II, relaciona estrechamente.
Esta última, personificada en la amonestación pública a Ernesto Cardenal, ministro de Cultura del gobierno sandinista y en las dos condenas contra el teólogo brasileño Leonardo Boff.
El cuestionamiento del Papa contra la teología de la liberación comenzó en 1979, en la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano, y fue atizada por monseñor Alfonso López Trujillo, secretario general, primero, y presidente, después, de dicha Conferencia y afín al Opus Dei, con una influencia creciente en la Curia romana, donde actualmente ocupa el cargo de presidente de la Congregación para la Familia.
En la campaña antiliberacionista ha jugado un papel nada desdeñable el Opus Dei, a través de influyentes teólogos y obispos latinoamericanos simpatizantes o numerarios, que han marginado -e incluso perseguido— en sus respectivas diócesis a laicos, sacerdotes, religiosos/as y comunidades de base, líderes comprometidos socialmente en la lucha contra la injusticia estructural, y han denunciado ante el Vaticano a teólogos y teólogas de la liberación.
Entre los más fieles al fundador y más críticos con la teología de la liberación cabe citar al cardenal Cipriani, arzobispo de Lima, y a monseñor Sáenz Lacalle, arzobispo de San Salvador.
La purga de la Compañía de Jesús parece tener una vinculación, directa o indirecta, con la irresistible ascensión del Opus en el Vaticano. Cuanto más peldaños subía éste en la cúpula romana, más se estrechaba el cerco en torno a los jesuitas, que, a partir de su Congregación General XXXII (decreto IV: Nuestra misión hoy: Servicio de la fe y promoción de la justicia), dieron un giro copernicano em sus prioridades evangelizadoras: compromiso por la justicia, diálogo con la secularización; evangelización liberadora; inculturación de la fe.
El Papa prohibió al padre Arrupe, superior general de la Compañía de Jesús, la convocatoria de la Congregación General de 1981, donde pensaba presentar su dimisión: «No quiero que convoque esta Congregación y dimita, por el bien de la Iglesia y el bien de su propia orden», le dijo de forma tajante. En agosto de 1981 Arrupe sufrió un grave ataque, que Juan Pablo II aprovechó para dar un golpe de timón en la Compañía de Jesús.
Encargó la dirección de la misma al padre Paolo Dezza, jesuita italiano octogenario, con la ayuda del padre Pittau, provincial de la Compañía en Japón, ambos descontentos con el aperturismo de Arrupe. ¿Razones para la «intervención?»
La confusión que los jesuitas estaban creando en el pueblo de Dios; su implicación desmedida en la actividad sociopolítica, con la consiguiente pérdida de la dimensión religiosa; su vinculación con la teología de la liberación, sobre todo en América Central; tendencias secularizantes en el seno de la Compañía; formación excesivamente liberal de los jóvenes jesuitas.
Coincido con Juan Arias, uno de los mejores conocedores del último pontificado, en que la historia dirá si Wojtyla fue el Papa del Opus Dei, o bien si el Opus fue el que preparó los caminos del arzobispo de Cracovia, aunque bien pudiera ser que ambas cosas acabaran conjugándose.
Lo que yo creo es que ambos contribuyeron a vaciar las esperanzas puestas en el Concilio Vaticano II para la reforma de la Iglesia por millones de cristianos, creyentes de otras confesiones religiosas y no creyentes. Con el concilio, la Iglesia católica iniciaba un nuevo camino a ritmo de la historia y en clave de liberación. El Opus y Juan Pablo II, empero, cambiaron el sentido de la marcha.