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El capital especula con los alimentos en América Latina

Wilson Enríquez.

9 de abril de 2011

Cuando suben los precios de los alimentos, quienes sufren con mayor intensidad son los más pobres, ese es un axioma irrefutable; en sí, la vulnerabilidad se asienta en el hecho que lo que los pobres perciben ingresos que en gran parte serán destinados a cubrir las necesidades alimenticias. La oficina regional de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) señala que este gasto oscila entre un 60 a 70% de sus ingresos en alimentos, la peor parte la llevan los países tercermundistas que importan tanto sus alimentos como hidrocarburos.

Las implicancias de semejante gasto no son difíciles de imaginarse, al ser los pobres la mayoría en el planeta, esto implica consecuencias funestas en los hogares de vastas legiones de seres humanos desnutridos o subnutridos, escenario donde cobra protagonismo la alimentación barata que sólo sirve para engañar el hambre.

América Latina, pese a que es una de las regiones en las que se ha registrado menos incrementos de los precios de los alimentos en el mundo, sufre los embates de la actual crisis alimentaria, de hecho, la inflación de los productos alimenticios está por encima de la inflación general de precios como indica la FAO, que además señala que los precios del pan, los cereales, las pastas, tortillas, aceites, grasas y azúcares se incrementaron de manera generalizada.

En el mes de enero de este año, la subida de precios se ha atenuado en Chile, Honduras y Nicaragua con respecto a los últimos doce meses, por el contrario en Bolivia, luego de las marchas y contramarchas en la subida de la gasolina a finales del 2010 decretada por el gobierno de Evo Morales, los precios de los productos alimenticios se han disparado considerablemente, en muchos casos, los incrementos superan el 100%, pese a que el maniatado Instituto Nacional de Estadísticas de Bolivia sigue filtrando información poco fidedigna respecto al monitoreo de las variaciones de precios.

Datos del Banco Mundial señalan que esta subida de precios de los alimentos ya hizo caer en la pobreza a alrededor de 44 millones de personas de los países tercermundistas, desde que en junio del 2010 los precios comenzaron a acercarse a los record alcanzados en el año 2008.

Algunos países exportadores de commodities o materias primas como Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú y Uruguay han percibido mejores ingresos por la subida de productos como el oro, azúcar, cobre, café; sin embargo tal beneficio sólo es aprovechado por las elites de estos países; una situación más aguda es la que viven múltiples países centroamericanos y caribeños, que son absolutamente dependientes de productos alimenticios y energéticos, entre ellos Haití, El Salvador y Nicaragua. El Banco Mundial señala que los alimentos han subido hasta en un 30% mientras que productos agrícolas alcanzaron un incremento del 65%.

Uno de los motivos fundamentales para este incremento de precios de los productos agrícolas y alimenticios, se debe a que la agricultura mundial ahora no sólo está destinada a la provisión de productos alimenticios sino también a suplir las deficiencias energéticas del capitalismo mundial; aquí nos referimos al giro de la agricultura, el acaparamiento de extensas tierras de cultivo para la producción de agrocombustibles. De hecho, tanto el maíz y la soya, utilizados para agrocombustibles, ocupan desde el 2007, el 49% de la superficie cosechada en América Latina. También se observa que muchos cultivos como el trigo, el arroz, el sorgo y los frijoles son destinados para la producción de etanol, a lo que debe sumarse la caña de azúcar.

Asimismo, merece ser resaltado que este giro de la producción agrícola, también ha generado que las fuerzas especulativas capitalistas, asuman a los alimentos en general como commodities, materias primas susceptibles de especulación en las bolsas de valores.

También, esta situación ha incentivado una fuerte promoción de un proceso de enfeudamiento, a través de la concentración de tierras y recursos naturales; máxime si se viene elevando exponencialmente la renta de la tierra, a través del encarecimiento de los productos alimenticios y agrícolas.

Ante esta nueva oleada especulativa del capital, programas de lucha contra el hambre como “Fome Zero” en Brasil, no son más que maquillajes asistencialistas frente a la ferocidad del capitalismo; de igual forma, son inútiles las manipulaciones del tipo cambiario tendientes a depreciar el dólar con relación a las monedas nacionales latinoamericanas, sólo son insignificantes paliativos a la inexorable alza de precios de los alimentos.

Todo indica que el capital (la mafia) no perdona, ni siquiera la estabilidad de precios de los alimentos, elementos fundamentales para la subsistencia de la humanidad que tampoco se escapan de su rapaz dinámica especulativa.