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PERU: UN JEFE DE ESTADO ILEGÍTIMO, PRÓFUGO Y DELINCUENTE
Por: Herbert Mujica Rojas.
¡Perú necesita una revolución moral!
El intríngulis borrascoso del Perú de nuestros días es, qué duda cabe, moral y no político. No hay país que pueda impulsar una velocidad de crucero en su devenir como colectivo social si carece de líderes y ejemplos. Hoy tenemos un jefe de Estado ilegítimo, prófugo y delincuente. Socio de hampones como Vladimiro Montesinos y en connivencia con rufianes de saco y corbata, uniforme y traje, en las Fuerzas Armadas, en el Congreso, en las municipalidades, en la administración pública. Organismo purulento, la administración fujimorista arrasó con todos los límites posibles de una irrefrenable carrera suicida hacia los fondos más tenebrosos. Desde el palaciego impostado por la engañifa y fraude hasta el más humilde funcionario, todos han hecho del robo un credo, un catecismo, una repugnante forma de vida.
Desde 1930 cuando el país amaneció esperanzado ante la noticia del derrumbe leguiísta y la epopeya social que aconteció después con la incorporación del pueblo en la lucha por la conquista de sus ideales, hemos venido discurriendo de tumbo en tumbo, de un lado a otro, en el tránsito de los clásicos movimientos pendulares de las sociedades latinoamericanas. Pero con una diferencia espectacular: el equipo dirigente de entonces tenía personalidades excepcionales que lideraron la lucha social hacia metas mediatas e inmediatas. Probablemente muchas de sus propuestas doctrinarias no fueron entendidas del todo, pero había garra, emotividad, pasión, entereza y, sobre todo, moralidad a prueba de balas.
Han pasado 70 años, innumerables huelgas, levantamientos, crímenes, alegrías y tristezas y el espectáculo no puede ser más despreciable: dirigentes que venden sus honras por puestos parlamentarios y por sueldos abultados, ministros bocatanes que ni siquiera saben por dónde huye su jefe pandillero, gorilas de uniforme enlodados en la miasma de complicidades evidentes e inequívocas, opositores profundamente idiotas que no entienden al país y menos sueñan con una nación, medios de comunicación aherrojados a sus profundas cobardías y autocensuras, poderes públicos infestados de malandrines uno peor que el otro, abogados dispuestos a poner al demonio de testigo con tal de ganar juicios amañados, partidos políticos envilecidos que no dejan paso a la eclosión y remozamiento de cuadros dirigentes. ¿Qué más? La lista es interminable.
Mientras tanto, los llamados a unirse en una gran concertación política con candidatos absolutamente calificados e inmáculos, se dividen y atomizan. Resulta que la dictadura y su juego siniestro alienta la formación de más y más candidaturas y ello promueve que el fifí soplón de Francisco Tudela, vergonzoso parlamentario que bailó en las tarimas junto al delincuente Fujimori, gastándose la plata del pueblo, aparezca como una opción electoral para el futuro cercanísimo. ¿Cómo puede ser posible esto? ¡Gracias a la inacción opositora, por causa de esta maldición sempiterna de ser siempre una diáspora de opciones y no una sola, fuerte, integrada y extraordinaria!
¡Hay que dignificar la política y su ejercicio serio y a cargo de hombres y mujeres limpios! Los que han estado inmersos en los enjuages de la mesa dialoguera, en el vergonzante Congreso que hoy se maquilla en el rostro de Valentín Paniagua, todos los que han ocupado puestos, deberían irse de la cosa pública y retirarse a sus negocios y permitir que el relevo, a cargo de gente moral, sea una alternativa de auténtica raigambre popular. Pero no. Allí estan, como perros merodeando las migajas. Como cacos al acecho del viandante que no barrunta siquiera su porvenir asaltable. Como hienas dispuestas a carroñear los resabios de un país llamado Perú. ¡Esto es inmoral, a todas luces!
El Perú necesita una revolución moral. Hombres y mujeres de todos los partidos, de la multitud de colectivos, de las diferentes congregaciones religiosas y laicas, de todas las edades, de todos los confines, de todas las sangres, tienen el imperativo imperioso de pelear por la unidad y presentar una faz depurada como sólida frente a los fantasmones que quiere imponer la dictadura fujimorista. ¡Basta de candidaturas presidenciales! ¡Hagamos una sola que garantice el éxito! ¡Paremos a los esquiroles amantes de la figuración enfermiza! ¡Seamos dignos de nuestra historia haciendo historia y no pesadilla diaria que averguence a las próximas generaciones!
Si no entendemos que podemos empezar a levantar el edificio de la revolución moral a través de la unidad política, estamos simplemente en el despeñadero más suicida y estúpido que pueblo alguno pueda padecer. Seamos el país que desciende de las culturas preíncas. Renovemos el pacto justiciero de igualdad que alentaron los jefes incas. Hagámonos portaestandartes de un país posible y juremos, hoy y siempre, extirpar del país, a la basura convertida en seres humanos que nos han llevado a donde estamos. ¿Es mucho pedir que cuidemos el futuro de nuestros hijos? ¿O que el Perú sea madre y no madrastra de sus hijos por voluntad integérrima y libre de sus habitantes?.
(Liberación)