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CANNABIS, PHELPS E HIPOCRESÍA
Por: Alexandro Saco.
¿Qué daño le hace una planta como el cannabis a nuestras sociedades? Pues ninguno, es más, si existiesen más usuarios responsables de cannabis el mundo sería mejor. Se trata de una sustancia psicoactiva que no requiere ningún proceso para ser fumada o ingerida. Es decir, de la tierra al cerebro. Al contrario, los productos industriales como los alcoholes, el tabaco o la cocaína y sus derivados, son parte de una cadena comercial y lucrativa en sí misma. Por otro lado el cannabis jamás produce la serie de muertes, enfermedades, conflictos familiares y ganancias exorbitantes que los productos industriales generan.
El problema está en la mentalidad represiva y anti liberal que ha ocultado al cannabis, mientras alienta abiertamente como en el Perú, el consumo de una sustancia tan fuerte como el Pisco. Vemos cómo de rey a paje presentan esa bebida alcohólica como una maravilla, sin responsabilidad por las consecuencias del consumo que se quiere imponer desde el Estado; frente a eso los cruzados antidrogas dicen nada. Y lo más incoherente es que ninguno de nuestros liberales defiende una causa absolutamente relacionada con las libertades, sino que con su silencio se suman al tabú.
El asunto ha llegado al delirio la semana pasada en dos casos. Uno el de Michael Phelps, el mejor nadador de la Tierra, frente al que medio mundo se ha rasgado las vestiduras. El cannabis que Phelps ha utilizado no lo hace peor. No hay ninguna relación entre derrota, inestabilidad o frustración con el uso entendido del cannabis. Phelps de seguro ganará varias medallas de oro más porque el cannabis es un fruto que permite acceder de forma muy sutil a dimensiones que la vida diaria oculta. Hace encontrarle un lado más ingenioso a las cosas y a las situaciones, deja ver desde perspectivas olvidadas la realidad, permite una introspección desde un ángulo distinto a nuestras preocupaciones, deseos, proyectos, esperanzas y sentimientos; si se supera el prejuicio y no se cae en la adicción, brinda una relación armónica con el entorno familiar, amical o material; y genera apetito.
El otro caso ha sido el del alcalde de Surquillo, que se ha referido a un asunto atendible. Para analizar su propuesta hay que regresar a la distinción inicial. Una cosa son los frutos naturales que la tierra brinda como el cannabis, y otra los productos procesados e industriales como la cocaína y el alcohol. Frente a los primeros como el cannabis, el san pedro, la ayahuasca u otros, cabe la normalización de uso y cosecha pública y privada. Frente a los segundos cabe una estrategia estatal, que luego de cuarenta años del fracaso de las políticas anti drogas en todo el mundo, debe dar paso a distintas opciones, entre ellas la legalización progresiva en paralelo a una adecuada información de las consecuencias de sus usos.
Además, dadas las enormes ganancias que las empresas que producen bebidas alcohólicas o cocaína tienen o tendrían, se les debería gravar con un impuesto elevado, para que ese dinero contribuya a sostener políticas públicas de rehabilitación, previsión e información del consumo, incluyendo la entrega de sustancias a los adictos. Esas medidas sólo sincerarían lo que sabemos desde hace décadas: que la lucha contra las drogas no tiene ni pies ni cabeza, e instituciones arraigadas en el tema como la DEA, CEDRO o DEVIDA con sus desubicadas campañas profundizan lo irregular. Por eso el comercio de drogas está en manos de las mafias legales como la industria farmacéutica o ilegales como los narcotraficantes, mientras que millones de humanos en el mundo son perseguidos o satanizados por comercializar o utilizar lo que nunca dejará de usarse.
El cannabis o la hoja de coca son plantas medicinales: alivian y curan. Todo el espantajo que se ha construido recientemente sobre su uso es uno de los chantajes más hipócritas que el mundo contemporáneo mantiene para desviar los actos de los que ejercen el poder. Ninguna sociedad liberal ni igualitaria se puede construir sobre la base de grotescas manipulaciones apoyadas en mitos.
Todo fruto vegetal, animal o sustancia industrial es dañina si se utiliza en exceso. El cannabis tiene un uso de moda entre los jóvenes, otro uso entre personas que se convierten en adictos; y otro que debe ser reivindicado, de millones de personas en el mundo que usan el cannabis como una distracción luego de una semana de trabajo, una jornada diaria o en un momento y lugar que merece potenciar las sensaciones que produce.
El problema no son las sustancias o las formas en que la gente accede a éstas; si fuera así todo el mundo sería alcohólico porque en cualquier comercio se puede acceder a una botella. El problema son las personas y sus personalidades más o menos adictivas y que con el consumo de tal o cual sustancia remplazan o accionan mecanismos que los llevan a distorsionar su realidad. En ese contexto los consumidores responsables de cannabis deben dejar de ser estereotipados, y las posibilidades de su uso deben ser conocidas por la sociedad entera.
El debate y las acciones sobre las mal llamadas drogas no es irrelevante, ya que expresa antes que nada los grados de libertad, tolerancia y responsabilidad que un Estado o una sociedad es capaz de reconocer en sus miembros. No hay libertad económica o búsqueda del bien común que valga si frente a ello no se levanta la libertad individual y sus riesgos como columna básica de la convivencia.