7 de octubre de 2023

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EVO MORALES: CHANTAJE AUTORITARIO

Por: Alfonso Gumucio D.

29 de julio de 2007

(Bolpress). Las declaraciones (de la boca para afuera, solamente) del Presidente Evo Morales hace un año, en sentido de que la Asamblea Constituyente era un poder autónomo, y que nadie iba a intervenir en sus deliberaciones, se revelan hoy ridículas. Una vez más, Evo miente. No pasa una semana sin que el presidente meta su cuchara tratando de acomodar la Constituyente a sus fines personales. El tema de la capitalidad es otro ejemplo.

El espectáculo de más de un millón de campesinos acarreados para apoyar la permanencia de la sede de gobierno en La Paz, encierra una cruel paradoja: los campesinos oprimidos y explotados durante décadas por el poder centralizado de La Paz, llegaron hasta la ceja de El Alto, su “límite” social natural, el lugar desde donde antes establecían sus cercos heroicos, para defender ahora lo que no es suyo, ni fue, ni será. Un gran favor a los empresarios paceños, que ni siquiera tuvieron que salir de sus casas para manifestarse. Una vez más, los campesinos no pasaron de El Alto.

Si la Asamblea Constituyente fuera realmente un poder deliberativo autónomo, ni el propio Presidente de la República tendría derecho a intervenir. Ante todo, la Asamblea Constituyente tendría que cumplir escrupulosamente con la ley que la rige, pues ese y no otro es el mandato que le otorgó el pueblo, durante un plazo máximo de 12 meses. Sin embargo, acostumbrado a dictar, no a deliberar, Evo Morales interviene constantemente. Es un presidente que gobierna por decreto, que ignora al Poder Legislativo, y que también se limpia con la Asamblea Constituyente.

Evo cree que puede dar órdenes como si los asambleístas fueran todos sus empleados. Se supone que incluso los asambleístas del MAS, tienen que gozar de plena autonomía (además de dignidad personal) para deliberar en nombre de todos los bolivianos y a favor de la nación, y no de los intereses de un partido y de una cúpula que se aferra al poder.

Es una payasada que el presidente se inmiscuya para ordenar a la Asamblea Constituyente decir tal cosa o no discutir tal otra. Constitucionalmente el Presidente de la República no tiene ningún derecho de intervenir. Si los asambleístas deciden discutir el tema de la capitalía, pueden hacerlo (es más, deben hacerlo, porque es un tema que interesa a todos los bolivianos), aunque eso le saque ronchas a Evo Morales.

Parece increíble que estemos siquiera abordando el tema. Pero es inverosímil sobre todo porque el presidente vende su imagen con un discurso progresista cuando en el fondo y en la forma es un personaje autoritario como se han visto pocos en la historia reciente de nuestro país. Evo Morales no tiene pasta de demócrata, es un sindicalero acostumbrado a mangonear, nada más. Está rodeado de lambiscones que lavan la ropa sucia, procurando que los escándalos queden en la sombra, pero estos se acumulan, y toda la propaganda del gobierno no va a valer mucho cuando la gente que todavía está mareada por los discursos, con un “ch’aki” que le dura 18 meses, abra los ojos y piense con su propia cabeza.

No recuerdo ningún otro presidente de Bolivia que haya gobernado de una manera tan descarada a favor de una sola región del país. Bolivia ha tenido presidentes de Tarija, de Santa Cruz, de Potosí, de Cochabamba, y en fin, de muchas provincias del interior, pero ninguno de ellos ha hecho, en tan poco tiempo, profesión de fe de separar a los bolivianos, de hacerles sentir que pertenecen a regiones diferentes, que no tienen los mismos derechos. La zanja que está cavando con tanto empeño puede llevarnos a enfrentamientos absurdos, marcados no solamente por el regionalismo, sino por el racismo.

El presidente Morales usa el tema indígena y racial para conseguir un apoyo masivo a sus demostraciones de fuerza, pero en el fondo el tema nunca le interesó ni le interesa ahora. Simplemente lo usa demagógicamente para obtener, por la fuerza de las manifestaciones públicas, lo que no puede obtener por la fuerza de la razón y del diálogo.

Hay rasgos psicológicos preocupantes en el señor presidente. Su megalomanía y egocentrismo van más allá del chiste: “Ego Morales”. De quien menos se podía o debía esperar, ha nacido un culto a la personalidad enfermizo. En apenas 18 meses ya hizo declarar su primera morada como monumento nacional, y como patrimonio cultural el traje que vistió durante una ceremonia previa a su investidura presidencial. Sin contar con tres estampillas que llevan su efigie y un pueblo en el norte de Bolivia que se llama ‘Puerto Morales” en su honor. Todo esto, cuando todavía está en funciones de gobierno, es sencillamente bochornoso y lamentable.

El presidente está convencido de que está por encima de la ley, de que él es la única ley que vale en el país. Pero se olvida que Bolivia no es el sindicato de cocaleros, y tampoco es el MAS (organizaciones de las que sigue siendo el máximo dirigente, en franco conflicto de intereses con su función de primer mandatario de la nación).

El populismo tiene sus límites, su techo es bajo pues está a la altura de la mediocridad. Este un país, con cerca de nueve millones de habitantes, a los que no se puede manipular de manera tan desvergonzada. El presidente no tiene derecho de hacerlo. Si sigue actuando así, el pueblo se lo va a cobrar antes de llegar a las próximas elecciones.