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CONSECUENCIAS DE LAS SANCIONES DE LA ONU A IRÁN
Por: Andrei Fediashin (RIA NOVOSTI)
El 9 de junio, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó un cuarto paquete de sanciones económicas contra Irán.
Probablemente, no será el último, ya que la cantidad de sospechas sobre la limpieza en el terreno nuclear de esta república islámica no cesa de aumentar. Si esta resolución hubiese sido adoptada por unanimidad, habría resultado mucho más efectiva. Preferiblemente con un texto claro y preciso como un bisturí. Así deben ponerse en práctica este tipo de sanciones, como medidas de castigo que son, rapidamente y con decisión. Un castigo largo y extenuante, como pueden ser unas sanciones a medias, sólo producen el efecto contrario al que se espera.
Esta resolución nace carente del consenso necesario y de la segura decisión de las intervenciones quirúrgicas. En esta ocasión, ambas cosas eran absolutamente imprescindibles para el éxito de la empresa.
Uno de los principales objetivos de las sanciones, según el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, es que Teherán entienda que, en caso de seguir con su programa nuclear, sufrirá un total aislamiento internacional. Por el contrario, en el caso de inhibir el programa y tomarse en serio las posteriores negociaciones, se le colmará de favores. En resumen, hablando en román paladino, el mandatario estadounidense intenta emplear con los persas la vieja táctica del palo y la zanahoria.
A favor de las sanciones votaron 12 de los 15 integrantes del Consejo de Seguridad, incluidos los cinco miembros con derecho de veto. Turquía y Brasil votaron en contra y Líbano optó por abstenerse.
La solidaridad de Ankara y de Beirut con la causa iraní se puede ubicar en el concepto de una hipotética hermandad musulmana; pero Brasil... difícilmente. Brasil es un país importante en el concierto internacional que sirve de ejemplo para muchos países no alineados y/o en vías de desarrollo. No hace mucho, Brasil y Turquía mostraron su descontento porque los seis grandes (Rusia, China, EEUU, Reino Unido, Francia y Alemania) ignoraron su acuerdo con Irán, firmado el 17 de mayo, por el que Teherán aceptaba enviar durante un año a Turquía 1.200 kilos de uranio levemente enriquecido a cambio de 120 kilos de combustible nuclear. Por supuesto que no se trataba de la entrega de todo el uranio del que dispone Irán, pero sí de casi la mitad, lo que ya representa un avance significativo.
Anteriormente, Irán había exigido que el intercambio entre los dos tipos de material nuclear se llevara a cabo en su territorio. Los países occidentales anunciaron estar dispuestos a considerar este acuerdo, pero tras la reciente aprobación de las sanciones, Teherán difícilmente aceptará volver a la mesa de las negociaciones y lo más probable es que rompa las negociaciones con el "sexteto".
Finalizada la votación en el Consejo de Seguridad, el Presidente de Brasil, Lula da Silva, manifestó que la aprobación de las sanciones "debilitaba la postura de la ONU", calificó la resolución de "victoria pírrica" e instó a reformar tanto el Consejo de Seguridad, como la ONU en su totalidad. Y no deja de ser cierto que esta idea es muy popular fuera de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad.
La situación descrita dista mucho de ser unánime y se parece muy poco al "inminente aislamiento internacional" al que se iba a enfrentar Irán. Sería ingenuo suponer que Teherán no quiera sacar partido de ello y no cambie su estrategia de comportamiento.
El cambio de la estrategia del comportamiento de Irán es, precisamente, el quid de esta cuestión: ¿qué será más efectivo: las sanciones o las negociaciones?
Las sanciones suelen ser una suerte de "caja de doble fondo". A veces mal redactadas o impuestas a destiempo; de motivaciones taimadas o con estrategias indirectas, destinadas a solucionar problemas diferentes a los anunciados. En algunas ocasiones, las sanciones acaban por ayudar a quien deberían castigar (al régimen de Ahmadineyad, en este caso) y perjudican a quienes deberían socorrer (al pueblo iraní).
Merece la pena recordar que las relaciones entre Irán y Occidente distan de ser buenas, al margen de quién sea el culpable. Lo que importa es que las sanciones ampliadas de manera automática prorrogan el estado de asedio, extremo que le sirve al régimen iraní de chivo expiatorio para cualquier cosa: la creación de una bomba atómica, la lucha contra la oposición, la austeridad económica y toda clase de sacrificios. Las sanciones siempre se han visto en Irán como una estrategia de Occidente para destruir a la República Islámica y como una conspiración contra el Islam.
Sería ingenuo también suponer que las sanciones no se reflejen de ninguna manera en la vida de los iraníes. De hecho, Rusia y China han dado su apoyo a las sanciones a condición de que no afecten el comercio ni el sector petrolero. La energía es sagrada hoy en día...
En un principio, las sanciones se dirigen contra el Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica y consisten en impedir su financiación y sus operaciones bancarias, así como en el boicot contra las empresas e instituciones financieras controladas por esta organización. El problema es que este Cuerpo hace tiempo que dejó de ser un organismo únicamente de represión, para convertirse en la mayor corporación financiera del país que, a través del control directo o la participación en muchas de las empresas comerciales, navales, financieras, industriales, petroleras y del gas, domina el 80% de la extracción de petróleo y cerca del 50% de la economía nacional.
Probablemente, las sanciones también afectarán a la esfera energética. Precisamente los ingresos procedentes del petróleo financian los programas nucleares en Irán. Es una paradoja pero, sancionando al Cuerpo, se sanciona a la economía iraní en su totalidad; y, si no se le ponen trabas al sector energético, se le da vía libre a los programas nucleares.
Esta resolución de la ONU difícilmente servirá para hacer volver a Teherán a la mesa de negociaciones y para que renuncie a su programa nuclear. De hecho, es más probable que ocurra lo contrario y las conversaciones se interrumpan por completo. La decisión de las Naciones Unidas tampoco va a ayudar a la oposición iraní que defiende el derecho a desarrollar la energía nuclear con fines civiles y científicos.
Por otro lado, no se puede olvidar que la economía iraní se encuentra en un pésimo estado. Las sanciones complicarán aún más la situación del país. De acuerdo con las cifras oficiales, diez de los 73 millones de habitantes de Irán se encuentran bajo el umbral de la pobreza absoluta; y 30 millones estarían por debajo de la línea de la pobreza relativa.
¿Cuál será la vigencia de esta resolución? ¿Seis meses, un año? ¿Qué ocurrirá después? ¿Una nueva resolución, un ultimátum, un ataque preventivo? Se amontonan las incógnitas...
Y no podemos ser tan ingenuos para pensar que el que Rusia se haya sumado a las sanciones propuestas por EE.UU, no tenga consecuencias. Para empezar, sufrirá la confianza entre Irán y Rusia. La colaboración nuclear entre los dos países continuará, y los contratos y proyectos en marcha no se cancelarán. Rusia podrá cumplir el contrato de venta a Irán (acordado antes de estas sanciones) de los sistemas de defensa antiaérea, ya que las sanciones prohíben sólo la venta de armas ofensivas pesadas.
Sin embargo, no hay mal que por bien no venga, y estas sanciones podrían facilitar la solución de otro problema relacionado con la proliferación nuclear. Hace tiempo que los países árabes, la India, Pakistán, Turquía y Brasil insisten en que los imperativos de la no proliferación hayan de hacerse extensivos también Israel, correspondiendo a EE.UU. la responsabilidad de exigir el acceso al programa nuclear israelí. Después de este paso dado con Irán, a Washington le resultará mucho más difícil rechazar tales argumentos.