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La ira de Chile
Por Carlos Pérez Soto
Preguntaréis ¿y en dónde están las lilas?
¿y la metafísica cubierta de amapolas?
¿y la lluvia, que a menudo llenaba sus palabras
de agujeros y pájaros?
Pablo Neruda, España en el Corazón
Y ahora vienen a hablarnos de violencia. Ahora, con la violencia visible en las calles. Los que callaron cuando se vendía la vida de cada chileno, los que miraron al lado cuando militarizaban el territorio mapuche, los que vendieron al mundo la imagen mentirosa de un país tranquilo, pacífico, “ejemplo de democracia”.
Los presidentes democráticos de Chile. El que encabezó la oposición contra Salvador Allende, calló en la hora del crimen y terminó siendo honrado como salvador de la democracia. El que abrió las puertas al capital extranjero hasta desnacionalizar el cobre bajo el pretexto de que el país no tenía fondos para explotar la gran minería. El que privatizó el agua potable aun siendo una empresa estatal rentable, quitándole costos a los empresarios privados para que “tuviesen incentivos para invertir”. Los que entregaron a la avidez privada las carreteras, la energía, los recursos marinos, las pensiones. Los que postergaron la salud pública para subvencionar la salud privada. Los que prolongaron la privatización de la educación favoreciendo a las universidades privadas por sobre las públicas, favoreciendo a los sostenedores privados de colegios por sobre las escuelas municipales. La presidenta que entregó un bono a cada madre chilena solo para disfrazar las enormes pérdidas de las AFP en la crisis del 2008. La que reclama por los derechos humanos en otros países y miró hacia el lado cuando asesinaron mapuches durante su propio gobierno. El presidente que ofreció justicia “en la medida de lo posible”, y el otro que aceptó que las víctimas fuesen compensadas con “módicas pensiones”. El que salvó 33 mineros sin tocarle ni un peso a los empresarios culpables dueños de las minas. El que prefirió archivar los desvíos de dineros hacia las cuentas bancarias de los hijos del dictador “por razones Estado”. La presidenta que prometió cerrar las cárceles de lujo de los condenados por asesinato y tortura y luego “olvidó” hacerlo. La que prometió un “proceso constituyente” solo para aplazar durante los cuatro años de su mandato una demanda demasiado radical. El que “amplió el acceso a la educación superior” a costa de endeudar a los futuros profesionales de Chile por más de ocho mil millones de dólares. El que “sacó a los bancos” del negocio de los créditos universitarios solo para evitar que asumieran deudas incobrables. Los que aceptaron financiamientos privados ilegales para sus campañas electorales, incluso del yerno del dictador.
Los parlamentarios democráticos de Chile. Los que aprobaron la “gratuidad educacional” sin disminuir ni un peso las deudas ya establecidas, solo para que las universidades privadas sean las principales beneficiarias de los créditos estatales. Los que recibieron redactada, lista para su aprobación, la ley que entrega las riquezas del mar de Chile a solo siete familias de grandes empresarios. Los que se han fijado sueldos y asignaciones más de cincuenta veces mayores al salario mínimo. Esos, que no pagaban los peajes ni los estacionamientos en los aeropuertos, esos que trabajan tres días a la semana, solo tres semanas cada mes, porque necesitan el resto del tiempo solo para trabajar en sus futuras reelecciones. Los parlamentarios que dicen “presente” al inicio de las sesiones del parlamento y luego se ausentan de la sala por el resto del día. Los parlamentarios de Chile, que solo aprobaron la des municipalización de los colegios para que puedan ser cerrados por funcionarios anónimos, sin que ningún alcalde tenga que pagar algún costo político. Los que elijen a sus reemplazantes en sus partidos políticos, evitando las elecciones complementarias. Esos parlamentarios que dictan leyes vagas para que luego las canalladas se cometan de manera anónima, por la simple vía reglamentaria, en los ministerios. Los que han aprobado un sistema de concesiones en los servicios públicos que ofrece márgenes de lucro garantizado a los empresarios privados. Los que han aprobado una reforma tributaria que confirma y aumenta los mecanismos de elusión para los grandes empresarios. Los que aceptaron una ley que obliga al sistema público de metro a subvencionar al sistema privado de autobuses.
Los generales de Chile. Los que gastan dineros públicos para financiar sus vacaciones privadas. Los que gastan la mayor parte del presupuesto de defensa de este país en sus pensiones millonarias, a las que pueden acceder ya a los 45 años de edad. Esos generales que no aceptan que los fondos de la defensa nacional sean fiscalizados por el poder público y, aun así, están en los tribunales procesados por coimas, por malversaciones, por robo simple y directo. Esos generales que saben que desenterraron a cientos de asesinados por la dictadura y que declararon públicamente que “tiramos los restos al mar”, con el único resultado de ser felicitados por el propio presidente de la república por su sinceridad.
Los “mandos medios” de la administración pública de Chile. Los que han negociado a espaldas del país los tratados de libre comercio en que venden pedazo a pedazo la soberanía nacional. Los que forman los directorios de las empresas autónomas del Estado y se fijan salarios mayores que el del presidente de la república. Los que convierten las leyes en reglamentos adecuados para la ganancia privada. Los que sistemáticamente “negocian mal” con los empresarios del transporte y redactan las bases de las concesiones de tal manera que su cumplimiento no pueda ser fiscalizado. Los que deciden licitaciones de obras públicas que luego corrigen durante su ejecución, subiendo el costo para el Estado y el lucro para los privados. El funcionario aquel que incluyó el déficit atencional entre las subvenciones educacionales preferentes, para pagarle el triple a los sostenedores educacionales privados, con el resultado monstruoso de decenas de miles de niños sobre diagnosticados y medicados solo para aumentar sus ganancias. El otro aquel que autorizó la medicación masiva de los niños en hogares infantiles concesionados a privados. El otro que logró comprar clozapina china para medicar masivamente a las personas que llegan con sus quejas a los consultorios de atención de salud primaria. Los rectores que han convertido las universidades estatales en centros de negocios privados, administrados por la elite académica, y que han precarizado la mayor parte de la tarea docente, esos rectores, que han externalizado los servicios generales al mismo estilo que los empresarios privados. Los funcionarios que administran la salud pública pagando a las clínicas privadas por los mismos servicios el doble de lo que pagan a los hospitales públicos. Los que han implementado con todo rigor y consistencia el desvío sistemático de los fondos públicos en educación, salud, pensiones, cultura, transporte, hacia bolsillos privados.
Los grandes empresarios de Chile. Los que reciben cada año enormes “perdonazos” del Servicio de Impuestos Internos por sus deudas tributarias. Los que han recibido por cuarenta años créditos baratos que provienen de los fondos de pensiones de los trabajadores. Créditos que usan luego para fomentar el endeudamiento con tasas de interés altísimas a esos mismos trabajadores. Los empresarios de supermercados, que pagan las deudas que tienen con sus pequeños proveedores al ritmo que les da la gana, frecuentemente con tres o seis meses de retraso. Los empresarios que financian transversalmente la política y que, cuando estafan a sus clientes, son condenados a clases de ética. Esos que usan la mano de obra barata de los migrantes pobres manteniéndolos en una situación de amenaza permanente, al borde de la ilegalidad. Esos empresarios que externalizan las partes más costosas de sus giros productivos y las entregan a pequeñas empresas frecuentemente formadas por ellos mismos, para evadir impuestos, para implementar formas de trabajo precario, sin estabilidad laboral ni salarial. Esos grandes empresarios que solo invierten si el Estado les garantiza las ganancias. Esos grandes empresarios que no son fiscalizados, que recurren al lobby cotidianamente, que tienen en sus bolsillos a los parlamentarios y a los alcaldes. Esos que predican neoliberalismo para los empresarios chicos y los trabajadores pero que no compiten entre ellos, que se reparten el mercado y se coluden en los precios, que aprovechan las ventajas de sus “monopolios naturales”, que recurren al Estado para que les pague las deudas y los avale ante la banca internacional. Esos grandes empresarios ahora “preocupados por la violencia”, que usan sus medios de comunicación para descargar la violencia contra los migrantes y los sectores más pobres de la población, que usan sus medios de comunicación para poner a chilenos contra chilenos. Que llevan, a través de sus medios privados de comunicación, la alarma sobre la violencia en Chile a todos los rincones del mundo, para buscar apoyo a su demanda por mano dura y estado de excepción.
Para los que vean, en otros lugares del mundo, esta violencia de los pobres, esa violencia visible de la que nos acusan sin mostrar las miserias de las innumerables violencias invisibles del neoliberalismo, puedo decirles, tal como lo hiciera Neruda: venid a ver la ira por las calles, venid a ver la ira por las calles, venid a ver la ira por las calles…