19 de septiembre de 2024

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Bachelet: “Progresismo transformista”, neoliberalismo resistencias y resistencia (I)

Por: Franck Gaudichaud (CEPRID)

12 de noviembre de 2014

Elecciones en tiempos de neoliberalismo maduro y de despertar de la sociedad [1]

El 15 de diciembre 2013 la candidata presidencial Michelle Bachelet festejó en el centro de Santiago ante militantes y seguidores su nueva victoria electoral. “Chile, ahora, por fin es el momento de hacer los cambios”, declaró en el discurso desde la céntrica avenida Alameda, para después reconocer: “No va a ser fácil, pero ¿cuando fue fácil cambiar el mundo para mejor?”. Con el 62,16% de los votos emitidos, la ex mandataria socialista venció frente a su rival de derecha Evelyn Matthei, quién obtuvo el 37,83% de los sufragios, el peor resultado para la derecha desde el fin de la dictadura militar (1989). En noviembre, en primera vuelta, la nueva titular del ejecutivo había derrotado a su contrincante por el 46,6% (o sea con más de 3 millones de sufragios) contra un 25% por ciento para Matthei . El presidente saliente Sebastián Piñera (derecha) también felicitó públicamente a la nueva mandataria, prometiéndole una actitud “patriótica y constructiva” de la futura oposición: “Ha tenido un gran triunfo, quisiera desearle el mayor de los éxitos” [2] …

A cuatro décadas del derrocamiento del gobierno Allende, Chile sigue siendo un símbolo de la implantación – a sangre y fuego- del neoliberalismo en América Latina. Con la derrota de la Unidad Popular (1970-1973), la dictadura militar del general Pinochet, al mismo tiempo que sometió al país a una contrarrevolución capitalista conservadora, implementó un nuevo patrón de acumulación, articulado a un “Estado subsidiario”. Como lo reconocen hoy en día la mayor parte de los investigadores [3] , Chile se situó como ‘pionero’, a nivel mundial, de un ciclo histórico planetario. El país experimentó tanto un nuevo modelo económico, inspirado de las teorías monetaristas de Friedman, como la refundación de sus instituciones y relaciones sociales: se conformó una “sociedad neoliberal triunfante” (Gómez, 2010) donde predomina una nueva racionalidad y subjetividad individualista, una visión de mundo y sentidos comunes, propios de lo que Lipovetsky llamó “era del vacío” (Lipovetsky, 1983) . Ese carácter refundacional temprano (comparado con los otros países de la región) también le dio su impronta a una “transición democrática” tardía, pactada entre una izquierda renovada y la derecha civil como militar, bajo el alero de las clases dominantes y de las fuerzas armadas, edificando un régimen hibrido estudiado por los trabajos ya clásicos del sociólogo Tomás Moulian (Moulian, 1998). Asimismo, la coalición que ha gobernado Chile durante veinte años (1990-2010), denominada “Concertación de partidos por la democracia” [4] -y de la cual Bachelet es una de las mayores figuras-, ha integrado y posteriormente legitimado ese modelo, siguiendo una lógica de adaptación pragmática al orden hegemónico imperante (Silva, 1991; Gárate, 2012). Con esa in-transición democrática, se mantuvieron -con reformas- múltiples “enclaves autoritarios” [5] , tan importantes como la Constitución de 1980, parte del régimen electoral, el código laboral, varias leyes orgánicas que validaron la privatización-mercantilización de la educación, de la salud, de las pensiones, la atribución reservada (hasta el año 2012) del 10% de las utilidades de la Corporación del Cobre (CODELCO – empresa pública) a las Fuerzas Armadas [6] , las leyes “antiterroristas” que permiten criminalizar la protesta social, la ley de amnistía de 1978 que protege a los violadores de los Derechos Humanos, etc…

Una contrarrevolución de larga duración que se convirtió en “neoliberalismo maduro” (Agacino, 2006). Un modelo de ya casi 40 años, fuertemente asentado, con un bloque de poder hegemónico solido, una concentración de la riqueza nunca alcanzado pero también inmensas desigualdades sociales, un nivel de mercantilización de los bienes comunes generalizado y un modelo atravesado, de manera dialéctica, por grandes tensiones. En los últimos años, este régimen político y socio-económico parece parcialmente agotado, dominado por un poder real que opera fuera del Estado subsidiario y sus instituciones para desplazarse esencialmente hacia poderes facticos, practicados por grandes corporaciones, think tanks neoliberales, y un reducido puñado de medios de comunicación: “ todas las reformas estructurales – las pensiones, el trabajo, la salud, la educación, el sistema de medios, la gestión monetaria, la canasta productiva exportable, etc han dado ya sus “frutos” y ahora comienzan a desplegarse sus contradicciones”. En estas condiciones, “la emergencia de la cuestión social cambió el panorama y mostró la incompletidud de la utopía neoliberal del “orden del mercado”. La institución mercado se revela insuficiente para procesar todos los conflictos y transformarlos en meras contiendas entre partes privadas” (Agacino, 2013a: 40-44).

Sin lugar a dudas, el flamante gobierno empresarial de Sebastián Piñera (2010-2014), primer gobierno de derecha democráticamente electo desde 1958, ha significado -en un primer momento- un signo de posible renovación y una clara inflexión política (Gaudichaud, 2012). Pero más allá de los reajustes institucionales, unos de los mayores elementos del Chile actual, por lo menos desde el año 2006, y más aun desde el año 2011, es que afloraron y, en un segundo momento, irrumpieron fuertemente movimientos sociales críticos del orden social [7] , comenzando por el estudiantil. L a reciente experiencia chilena “s e ha caracterizado por las masivas movilizaciones y el amplio descontento social por parte de estudiantes y ciudadanos, quienes exigen cambios sustanciales. Es común ver tanto, las principales avenidas de la capital chilena, Santiago, como las capitales regionales y provinciales, rebosadas de miles y miles de estudiantes secundarios, universitarios, profesores, dueñas de casas, activistas ecológicos, trabajadores del cobre, entre otros, indignados exigiendo soluciones claras y concretas” (Mira, 2011). Lo novedoso estriba en que estas acciones colectivas tienden a impactar el campo político gubernamental y partidario, como a la opinión pública. Ese “despertar de la sociedad” ha acelerado el proceso de desgaste de la democracia neoliberal protegida chilena (Gómez, 2010) y la imagen de las dos coaliciones que dominan la política del país [8] : “Crisis de credibilidad puede ser la mejor manera de nombrar la actual coyuntura política en relación al gobierno, pero si se atiende al tiempo largo de los movimientos sociales, y ya no solo a los estudiantes, sino las demandas de los mapuche, los ecologistas, las minorías sexuales, la perspectiva de análisis varia y se puede sugerir que estamos en medio de un asunto más complejo y de fondo: el de la legitimidad del sistema político” (Garcés, 2012: 16).

La hipótesis central desarrollada en este artículo es que este regreso de la conflictividad y de irrupciones masivas desde “abajo” del descontento social, después de décadas de miedo, autorregulación y control represivo, evidencian, sin por eso zanjar el análisis, la crisis creciente de legitimidad y la fisura parcial de la hegemonía del neoliberalismo maduro chileno [9]. En estas condiciones, valen las preguntas: ¿Cómo evaluar en tal contexto la clara victoria electoral de Michelle Bachelet y de su coalición? ; ¿En base a qué orientación programática, reformulación política y articulación con la sociedad? Y ¿con qué perspectivas para el bloque en el poder y las clases dominantes, frente a un complejo escenario de grandes expectativas populares y, a la vez, baja participación electoral? Intentaremos, en un primer momento hacer un balance general de las últimas elecciones, y volveremos rápidamente hacia la figura de las dos principales candidatas. Analizaremos de manera crítica el programa y gabinete de la nueva presidenta, así como los elementos de cambio-continuidad que pretende encarnar. Esbozaremos, en un segundo tiempo, un balance de la parcial recomposición política en curso, para enseguida estudiar la enorme tasa de abstención que marcó el periodo electoral, pensando la politización de los subalternos, bajo el manto de la sociedad neoliberal triunfante. Nuestra conclusión será la oportunidad de retomar algunos elementos de un escenario político convulsionado y su relación con la dinámica del flujo conflictual y protestatario actual [10].

Las hijas de los generales, la figura de Bachelet y el programa presidencial

Si bien, siguiendo a Pierre Bourdieu, un análisis de sociología política no puede caer en la “ilusión biográfica” [11] centrándose únicamente en la trayectoria de algunos dirigentes, vale la pena dar aquí algunos elementos recordatorios de la biografía de las dos principales candidatas de esa secuencia electoral. Es menester recalcar que a 40 años del golpe de Estado, y cuando la impunidad es todavía inmensa, el escrutinio fue dominado por dos figuras sobre las cuales sobrevuela la sombra de la dictadura. En ese duelo de damas (dejando atrás a otros siete candidatos), combatió Evelyn Matthei, proclamada en noviembre 2013 por la ultraderechista Unión Democrática Independiente (UDI), después de la sorpresiva renuncia –oficialmente por depresión- del vencedor de las primarias, el diputado Pablo Longueira. Poco tiempo después, Matthei obtuvo el apoyo de Renovación Nacional (RN – partido de orientación más liberal), confirmando así la oficialista “Alianza por Chile”. Frente a la insumergible Bachelet, Matthei (59 años) intentó vanagloriarse de su larga trayectoria: diputada, luego senadora y ministra del trabajo en el gobierno de Piñera. Es hija de un general de la Fuerza aérea, que formó parte de la junta militar y conocía de larga data al padre de Bachelet y eso hasta su muerte: el general Matthei dirigía el centro militar en el cual el General Bachelet fue encarcelado y torturado por ser un militar legalista opositor al golpe. Evelyn, que en su juventud jugaba con Michelle, era -hasta el momento- conocida como parlamentaria por tener algunas posiciones más abiertas que su partido (por ejemplo, sobre unión entre homosexuales), pero se alineó rápidamente y emprendió una campaña claramente reaccionaria, a la par de un discurso que vanagloria el éxito del neoliberalismo chileno, la gestión del gobierno Piñera y que busca representar a las llamadas “clases medias aspiracionales” [12] . La nueva mandataria, al contrario, supo cultivar su figura carismática y una gran popularidad nunca cuestionada desde 2009 [13] .

Medica pediatra de profesión y diplomada de la academia de guerra, divorciada y madre de tres hijos, la dirigente socialista es profundamente marcada por la dictadura: no sólo su padre, pero también ella y su madre han sufrido encarcelamiento y tortura. Ministra de la salud (2000) y ministra de la defensa (2002), será la primera mujer electa presidenta del país en 2006. Bachelet, por su trayectoria, es un “producto” de los gobiernos de la Concertación y ha tenido la capacidad de mantenerse inmune frente al desgaste de los partidos tradicionales. Sin duda, su estancia en Nueva York, a la cabeza del programa “ONU Mujeres” (2010-2013) fue un divino regalo, que le ha permitido permanecer al margen de la política cotidiana y cultivar una imagen mítica de gran estadista. Cuando al calor de recientes experiencias como el proceso bolivariano, se ha retomado el estudio de los “leadership carismáticos” en América latina (Raby, 2006; Stefanoni, 2011), valdría la pena integrar el bacheletismo en alguna categoría de dirigencia carismática-emocional femenina (incluso si es claramente diferente del chavismo y no busca la movilización controlada de la sociedad civil en torno a sus proyectos). El sociólogo Alberto Mayol recuerda que este fenómeno ha intrigado a varios medios de comunicación en el mundo. Así, en junio de 2012, el periódico británico Financial Times afirmó que Bachelet “podría traficar osos panda sin dañar su imagen”, cuando en Chile, el diario La Tercerapreguntaba: ¿por qué Bachelet sigue siendo incombustible? (5 de enero de 2013): “Las respuestas eran las de siempre: liderazgo emocional, el factor de comparación con Piñera, su distancia con la crisis política, el silencio, su fuerte llegada a mujeres y sectores pobres. Había buenas descripciones, pero ninguna contenía el poder explicativo capaz de dar cuenta del rasgo descrito con tanta asertividad porFinancial Times”. Mayol sugiere, en base a varios estudios, y en particular una investigación sobre la “economía de valores” (Mayol, 2007), que habría que entender también el bacheletismo como “fenómeno cristológico”: “Los estudios cualitativos revelan a Bachelet como el símbolo del dolor, del padecimiento, del sufrimiento. Vimos cómo su ecuación era simple y clara: ella es doctora (sabe del dolor), ella fue detenida y torturada (ha vivido el dolor), su padre murió torturado (su vida está rodeada de dolor). En medio de esta ecuación, interviene un elemento central de nuestra cultura: ser del pueblo implica “ser” el dolor”. Desde esta óptica, Bachelet se inscribe en la “dimensión política del sufrimiento”, estudiado por Marie-Christine Doran (2009).

No obstante, primero cabe interrogar si la figura de Bachelet no sería más bien claramente mariana, presentándose -en el plano simbólico- como la “madre” de la nación, sonriente, protectora y comprensiva, tal como supo forjar su personaje a través de las últimas campañas. Y, ante todo, habrá que descifrar esa conducción política, desde la solidaridad de género: un tema crucial para las elecciones 2013 como de 2005 (Doran, 2010). Investigaciones universitarias han demostrado que el apoyo de las mujeres fue determinante para el primer triunfo de Bachelet, y en particular con una alta votación en familias pobres encabezadas por una mujer (Quiroga, 2008). Por último, recordemos q ue esta imagen es construcción y comunicación desde los aparatos políticos, desde la política del espectáculo, apoyado en el uso intensivo de la Televisión, sitios Web y redes sociales. Dotada de un comando presidencial desmedido (conformado por cerca de 500 personas) y de un presupuesto considerable, la candidata edificó un marketing político milimetrado, digno de futuros estudios. De hecho, tanto los partidarios de la derecha como algunas revistas críticas de izquierda (Punto Final) han subrayado que su campaña habría recibido tres veces más de financiación provenientes de grandes empresas que la candidata oficialista. El diario conservador El Mercurio del 24 de noviembre de 2013 llegó incluso a denunciar “la disparidad en el aporte del mundo empresarial” entre Bachelet y Matthei [14] . Más allá de las cifras, un elemento fundamental del éxito del Bacheletismo es que ofrece a la Concertación la posibilidad de superar su falta de credibilidad (después de 20 años de gobierno) y, al mismo tiempo, presentar un programa de recambio validado por las principales fracciones de las clases dominantes. Antes de la primera vuelta, algunos miembros eminentes del sindicalismo patronal no dudaron en apoyar a la expresidenta.

Empezando por Jorge Awad, demócrata-cristiano, presidente de la asociación de los bancos chilenos y gran adepto del “capitalismo inclusivo” [15]. Existe un amplio acuerdo tácito dentro del empresariado y de las instituciones financieras internacionales, para reconocer en Bachelet un factor de estabilidad y garantía para las inversiones, sobre todo cuando Piñera se va dejando una imagen negativa y grandes conflictos sociales. El programa de Bachelet sobre temas sensibles como derechos del agua, inversiones mineras, apertura al mercado mundial, da solidas garantías al capital nacional y transnacional [16]. Es también el caso para cuestiones aun más centrales, como los Tratado de Libre Comercio (Chile es el país del mundo que ha firmado más TLC) y la necesidad de seguir con la Alianza del Pacifico (aunque en una perspectiva “no excluyente” con otros proyectos de integración), dejando el camino despejado hacia al Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP), uno de los mayores proyectos geopolíticos de Estados-Unidos en la región latino-americana para las futuras décadas [17]. Sin embargo, explicar la victoria electoral de la Nueva Mayoría desde la mera continuidad de los gobiernos neoliberales de la Concertación, después de un breve intermedio de derecha, sería un error de perspectiva. Creemos que se puede comprender el nuevo gobierno como un proyecto de reformas en la continuidad en un contexto de cambio de época.

La Nueva Mayoría, las reformas y el “transformismo” político

Si la coalición que defendió los colores de Bachelet se llama “Nueva Mayoría” -y ya no Concertación-, es reflejo de un intento (¿logrado?) de renovar una coalición exhausta, pero también de los cambios que atraviesan la sociedad chilena. Dentro de esta renovación-reconfiguración, la capacidad que tuvo Bachelet -a pesar de los ruidosos resquemores provenientes de la Democracia Cristiana (DC) – de integrar, por primera vez, al Partido Comunista (PC) no es un hecho menor [18]. El PC, principal fuerza de la izquierda -hasta ahora no digerida por la Concertación-, dio un paso más hacia la institucionalización, después de varios intentos de acercamientos electorales, cuando decidió defender a la candidata en primera vuelta. La organización, presidida por Guillermo Teillier, tras haber ganado tres diputados en elecciones anteriores, gracias a acuerdos “por omisión” con la Concertación, perseguía el objetivo de aumentar su representación parlamentaria: un espacio considerado clave para pesar sobre el futuro cuadro político-nacional. El histórico partido de Luis Emilio Recabarren -otrora pilar del gobierno Allende- defiende la idea de que la Nueva Mayoría representa un avance democrático frente a la derecha, y una vía posible hacia futuros “gobiernos de nuevo tipo”. En el estricto plano de la cifras, la táctica fue exitosa: el PC duplica su número de diputados (pasando de 3 a 6) y cinco de sus cartas son electas con primera mayoría en sus respectivos distritos. “Un resultado extraordinario” según Teillier. Logran además hacer entrar al parlamento, a representantes de las luchas estudiantiles, comenzando por Camila Vallejo, expresidenta de la Confederación de estudiantes de Chile (CONFECH), electa con un arrasador 40% en la comuna de La Florida (Santiago) y Karol Cariola, secretaria general de las juventudes comunistas . Asimismo, los comunistas regresan al gobierno después de 40 años de exclusión, con el nombramiento de Claudia Pascual como Ministra Directora del Servicio Nacional de la Mujer. Pero, ¿cómo explicar tal reconversión pragmática cuando, durante años, la Concertación fue presentada por la dirección comunista como herramienta del neoliberalismo? Frente a las críticas que florecen desde la base del partido, e l timonel del PC reconoce: “ Esa desconfianza existe, está latente, sin embargo en los últimos 20 años nunca hubo un programa como éste. Los anteriores no se cumplieron porque había otras condiciones, con boinazos y ejercicios de enlace que generaron temor. Después vino la crisis de la Concertación que terminó con un gobierno de derecha, y se dieron cuenta de que no podían seguir igual, ni con las mismas ofertas. La novedad fue la Nueva Mayoría y un programa que interpreta al movimiento social” [19] .

La situación puede entonces considerarse como confusa: ¿Cómo algunos sectores movilizados o analistas pueden leer el programa de Bachelet como continuismo neoliberal, cuando otros desde la izquierda lo asumen como progresista? Lidiando con precarios equilibrios internos (CIPER, 2013 ), l a flexibilidad discursiva de Bachelet y la inteligencia de los equipos programáticos, coordinados por el socialista Alberto Arenas, permitieron integrar, por primera vez desde 1990, reformas sustanciales a la agenda de las políticas públicas, escuchar lo que suena desde las calles y, a la vez, dar garantías de gobernabilidad al capital. Una de las fuerzas de la campaña ha sido centrarse en algunas grandes reformas progresistas. Esta orientación fue validada en las elecciones primarias abiertas de la ex Concertación (en la cuales participaron más de 2 millones de votantes), los cuales fueron muy desfavorables para el candidato más conservador, Claudio Orrego (DC), marcando así un acierto para el polo progresista.

Las promesas de cambio tuvieron tres ejes principales. En primer lugar, una reforma constitucional “participativa, democrática e institucional”, que requerirá un acuerdo en el Congreso con la derecha (para obtener los quórums requeridos). La discusión podría ir precedida de una consulta a la “sociedad civil” y ser validada por referéndum. La candidata, reina de la ambigüedad, se ha negado a pronunciarse a favor de una verdadera Asamblea constituyente y popular (AC), para gran desilusión de los colectivos que animaron la campaña «Marca tu voto AC» [20] . El segundo eje se centró en una reforma fiscal, equivalente al 3% del producto interior bruto (PIB), destinado a tasar “moderadamente” (según reconoció uno de los nuevos ministros) los enormes beneficios de las principales empresas, en un país con un nivel tributario extremadamente bajo. Y, por último, una reforma gradual de la educación que busca responder, en parte, a las grandes movilizaciones de los jóvenes que repletaron las calles, reclamando el fin de la Educación-Mercado que reina en Chile y la creación de una “educación gratuita, publica y de calidad” (Mayol, 2012). La Nueva Mayoría supo así tomar en cuenta el pulso de la sociedad, con la promesa de terminar con “ el lucro con fondos públicos en educación” y financiar una “educación gratuita en todos los niveles”, en particular en el acceso a las universidades acreditadas (públicas pero sobre todo privadas, las más numerosas), un objetivo a alcanzar dentro de 6 años [21] . También cabe mencionar los anuncios de algunas evoluciones progresivas del código laboral (que data de la dictadura) o el proyecto de creación de una administradora estatal de fondos de pensiones. Estos anuncios tuvieron un “rendimiento electoral” muy elevado y la Presidenta electa tiene hoy un muy amplio respaldo para llevar a cabo su plan de reformas [22].

Pero no es por eso que el prontuario y las dos décadas de política económica neoliberal de la ex Concertación hayan desaparecidos. La solidez del edificio hegemónico y la redes de poder construidas durante los últimos 35 años son extremadamente resistentes, ancladas y resilientes. L a profunda incidencia de los TLC en la economía nacional, la participación de personeros claves de la Concertación en el negocio de las universidades, en los consejos de administración de grandes empresas o la colusión con los fondos de pensiones [23], etc. significan que con este gobierno Chile seguirá siendo, de manera indirecta, un “país gobernado por sus dueños” (Fazio, 2011; Fazio y Parada, 2010). Pero ahora con reformas modernizadoras. “ La Nueva Mayoría sabe que la democracia de los acuerdos con la derecha que dominó el Chile de la postdictadura no da para una segunda versión y que el andamiaje institucional que contribuyeron a remozar se está resquebrajando. Si hasta el anterior gobierno de Bachelet, las organizaciones sociales quedaban mordiéndose los dientes sin que a la elite concertacionista les importara, ahora el equilibrio apuesta a desarrollar políticas que dejen a todos contentos” ( Becerra, 2014). Hasta el Fondo monetario internacional (FMI) defiende esta opción reformadora: en una entrevista al Diario Financiero de Santiago a principios de enero 2014, Alejandro Werner, actual Director para el hemisferio occidental del FMI, destacaba la “necesidad de reformas estructurales” y alababa las propuestas de la Nueva Mayoría, como una importante oportunidad para construir “un sistema educativo y un mayor capital humano que de productividad a la fuerza laboral” del país [24] .Una simple mirada al nuevo gabinete deja entrever lo que viene. Si de los 23 ministros se puede valorar la presencia de nueve mujeres (un record histórico) o de 5 ministros que se pronunciaron a favor de una Asamblea Constituyente, los puestos claves están en manos de connotados agentes de la hegemonía neoliberal. Así Javiera Blanco, la ministra del Trabajo, es antigua subsecretaria de Carabineros y exdirectora ejecutiva de la Fundación “Paz Ciudadana” (1998-2006), importante think tank financiado por grandes multinacionales y destinado a instalar el tema de la delincuencia como prioridad pública, bajo el alero de la “seguridad ciudadana”: un concepto que se desarrolló a la par de mecanismos de control social y criminalización de la protesta social (Stevenson, 2013). No es menor recordar que “Paz Ciudadana” está presidida por el exgolpista Agustín Edwards, dueño de gran parte del duopolio que domina el campo mediático chileno (El Mercurio y La Segunda entre otros).

Así se da al mundo sindical una señal negativa para las futuras discusiones sobre salario mínimo y flexibilidad laboral. En energía, sector estratégico, fue nombrado el demócrata-cristiano Máximo Pacheco Matte, exponente del mundo empresarial, ex colaborador del presidente Piñera y que llegó a ser vicepresidente de la multinacional papelera estadounidense International Paper. Pacheco es además miembro de una de la familia más pudiente del país, los Matte, dueños de Colbún e involucrados en el mega-proyecto energético Hydroaysen, rechazado por las organizaciones ecologistas y ciudadanas [25]. Otra cartera estratégica, cuando las expectativas en este plano son inmensas: el ministerio de educación, atribuido a Nicolás Eyzaguirre, ex alto funcionario del FMI y ministro de Hacienda del gobierno Lagos. Eyzaguirre ha sido denunciado por organizaciones estudiantiles por su gestión favorable a los bancos (en particular con la creación del Crédito con Aval del Estado para los alumnos de la educación superior) [26]. En el interior, economía o exterior aparecen sobre todo hombres de confianza de Bachelet, bajo la conducción de Alberto Arenas, ex jefe programático de campaña, ahora “catapultado” ministro de Hacienda en su calidad de economista, haciéndose notar el estilo personalista-carismático de la presidenta, por encima de una conducción desde los aparatos partidarios. A penas conocido el nuevo gabinete, Andrés Santa Cruz, presidente de la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC), el gremio de la burguesía residente en Chile, no pareció impresionado por la presencia de una ministra comunista feminista o de un ministro de medioambiente con cierta cercanía en las ONG: “Es un buen gabinete, un buen equipo, que tiene las capacidades técnicas y profesionales para enfrentar los desafíos que tiene Chile. A algunos los conocemos y estamos confiados” [27].

Desde una óptica gramsciana, Moulian ha insistido en el “transformismo” sociopolítico de la postdictadura, sostenido en un modelo gestionado y, en no pocos aspectos, profundizado por ex izquierdistas y revolucionarios “renovados” en el seno de la Concertación: “Llamo “transformismo” a las operaciones que en el Chile Actual se realizan para asegurar la reproducción de la “infraestructura” creada durante la dictadura, despojada de las molestas formas, de las brutales y de las desnudas “superestructuras” de entonces. El “transformismo” consiste en una alucinante operación de perpetuación que se realizó a través del cambio de Estado. Este se modificó en varios sentidos muy importantes, pero manteniendo un pacto sustancial. Cambió el régimen de poder, se pasa de una dictadura a una cierta forma de democracia, y cambió el personal político en los puestos de mando del Estado. Pero no hay un cambio del bloque dominante, pese a que sí se modifica el modelo de dominación” (Moulian, 1997: 140-141). La época político-social que se abre ahora, tomando en cuenta las modificaciones de las relaciones entre clases populares y el bloque en el poder, podría definirse como una etapa última del transformismo chileno: más que un supuesto neoliberalismo “corregido” por un progresismo “limitado”, que se podría ir democratizando paulinamente como lo ha sugerido Manuel Antonio Garretón (Garretón, 2012), el gobierno de Bachelet 2.0 abre una fase que proponemos denominar como época de progresismo neoliberal o social-liberalismo maduro, en un contexto de crisis de legitimidad del sistema de dominación forjado en dictadura.

Notas:

[1] Agradezco por sus lecturas críticas y comentarios a Rafael Agacino y Rocío Gajardo (FG).

[2] Declaraciones sacadas de: RFI 2013 “Michelle Bachelet, nuevamente electa presidenta” en acceso 19 de enero de 2014.

[3] Consultar la página y comunicaciones en línea del Coloquio internacional que coordinamos con un equipo de jóvenes politólogos de la Universidad de Grenoble – Francia, en septiembre 2013, sobre: “Chile actual. Gobernar y resistir en una sociedad neoliberal”, acceso el 19 de enero 2014.

[4] La Concertación de Partidos por la Democracia se fundó en 1988 como una coalición de diecisiete partidos políticos de derecha, centro y centro-izquierda que se oponían a la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), reagrupa sectores que van del Partido socialista renovado la Democracia-cristina, pasando por pequeñas organizaciones social-demócratas instrumentales como el Partido por la democracia, PPD. Los sucesivos presidentes de la Concertación fueron Patricio Aylwin (1990-1994), Eduardo Frei Ruiz Tagle (1994-2000), Ricardo Lagos (2000-2006) y Michelle Bachelet (2006-2010). En 2011 asume el gobierno de derecha de Sebastián Piñera, empresario multimillonario que pretendía formar una “nueva derecha”, más liberal y moderna.

[5] En diversos trabajos el sociólogo Manuel Antonio Garretón ha insistido sobre la existencia de “enclaves autoritarios”, aludiendo a la presencia de elementos “institucionales, ético-simbólicos, actorales y culturales que son propios de un régimen autoritario pero que quedan incrustados en el régimen democrático, dándole el carácter de democracia incompleta” (Garretón M.A. y Garretón R., 2010).

[6] Chile posee la principal reserva de cobre del mundo, hoy en gran parte en manos de concesiones a multinacionales. Entre 2004 y 2010, CODELCO entregó a las FF.AA. cerca de 9.500 millones de dólares para la adquisición o renovación de material bélico, en nombre de “la ley reservada del cobre”, vestigio de un conjunto de leyes de la dictadura.

[7] Utilizamos aquí como definición mínima del concepto de movimiento social, considerado como “poder en movimiento”, la propuesta de Sidney Tarrow: “ Desafíos colectivos planteados por personas que comparten objetivos comunes y solidaridad en una interacción mantenida con las élites, los oponentes y las autoridades” (S. Tarrow, 1994).

[8] Durante las luchas estudiantiles, el declive de la popularidad del Presidente Piñera, traducida en la más baja aprobación para un gobernante desde 1990 (26% en junio de 2011), también afectó a la oposición, contando sólo con un respaldo del 17% y una desaprobación del 46% (Mira, 2011).

[9] El sociólogo Nicolás Fleet (2011) recuerda que “en los términos de Max Weber, quien acuñó el concepto, una crisis de legitimidad plantea una fractura en el esquema de dominación en su conjunto, producida por un grupo social emergente que modifica la identidad de la sociedad a la vez que presiona por mayor participación en la distribución del poder (y a través del poder, del producto económico) y reconocimiento social, conduciendo a la apertura de este esquema, o sea su democratización, o bien a su cierre, es decir exclusión”.

[10] Un “flujo de conflictos” representa una serie de momentos de reivindicaciones colectivas y episodios de interacción conflictuales y protestarías, ligados entre ellos y que el investigador aísla para estudiarlos (Tilly, Tarrow, 2008).

[11] El sociólogo francés escribía: “ Producir una historia de vida, tratar la vida como una historia, es decir como el relato coherente de una secuencia significante y orientada de acontecimientos, es quizás sacrificarla a una ilusión retórica, a una representación común de la existencia que toda una tradición literaria no ha dejado ni cesa de reforzar” (Bourdieu, 1986: 70).

[12] La “carta a los chilens” de la candidata se inicia así: “Los chilenos podemos decir con orgullo que hemos dado grandes pasos en las últimas décadas. La pobreza ha caído fuertemente, la calidad de vida en el país ha mejorado y los problemas que nos ocupan hoy son los de una clase media cada vez más grande y que exige sus derechos”. Programa de la Alianza por Chile 2013 < programa.evelyn2014.cl/ProgramaPresidencial-Evelyn Matthei .pdf ‎ > acceso el 24 de enero de 2014.

[13] M. Bachelet llegó a tener más de 80% de aprobación en las encuestas del año 2009.

[14] Este texto subraya por ejemplo que “una transnacional donó 300 millones de pesos al comando Bachelet y 25 millones al de Matthei”.

[15] La Segunda 2013 (Santiago) 23 de agosto.

[16] Ver: < http://michellebachelet.cl > acceso el 24 de enero de 2014.

[17] E l programa reza: “ Chile debe consolidar su condición de “país puerto” y “país puente” entre las naciones latinoamericanas del Atlántico Sur y el Asia Pacífico, lo que requiere mejorar la interconectividad, aumentar la capacidad de nuestros puertos y perfeccionar nuestros servicios. Chile está en condiciones de desempeñar un rol de vínculo entre las economías de ambas orillas del Pacífico, aprovechando las fuertes relaciones comerciales que tenemos en la región, así como nuestra extensa red de tratados de libre comercio” (página 154) , < http://michellebachelet.cl > acceso el 24 de enero de 2014.

[18] En esta reconfiguración se integraron a la colación también otros colectivos menores: la Izquierda Ciudadana (IC), surgida de la Izquierda Cristiana y que obtiene el ministerio de Bienes nacionales (Víctor Osorio) y el Movimiento Amplio Social (MAS) del exsenador socialista Alejandro Navarro.

[19] Revista Caras 2014 (Santiago) 6 de enero.

[20] Algo más del 10% de los electores de la segunda vuelta marcaron su papeleta de voto con la inscripción «AC» para señalar su adhesión a la perspectiva de una asamblea constituyente: acceso el 30 de enero de 2013. La Concertación como la Alianza se opusieron siempre a un plebiscito que abriría camino a una constituyente, alegando que es un mecanismo no contemplado en la Constitución… de la dictadura. No obstante, el artículo 5 de la Carta Fundamental de 1980 establece que “la soberanía reside esencialmente en la Nación. Su ejercicio se realiza por el pueblo a través del plebiscito y de elecciones periódicas”.

[21] La reforma educativa tiene un costo de unos 8.000 millones de dólares según el programa de la Nueva Mayoría, financiado integralmente por la reforma tributaria. El gasto en educación equivalía a 4,3 % del PIB en 2013, muy por debajo del promedio de los países de la OCDE (integrado por Chile), que llega al 5,8 %.

[22] Según la encuestadora CERC (citado por Reuters), cerca del 80 por ciento de los consultados dijo que está de acuerdo con la reforma educacional, un 63 por ciento con el ajuste tributario y un 71 por ciento con una nueva Constitución: < http://lta.reuters.com/article/idLTASIEA0M04O20140123> acceso el 27 de enero de 2014.

[23] Las AFP gestionan el conjunto de la jubilación de los chilenos desde la reformas de la dictadura (Walder, 2013a).

[24] Diario Financiero 2014 (Santiago) 7 de enero.

[25] El subsecretario de Minería que acompañara el ministro era hasta el momento gerente de una empresa minera denunciado por sur prácticas antisindicales… (CIPER, 2013 en acceso el 1 de febrero de 2014). [26] A los inexistentes expedientes de Eyzaguirre en materia educacional, se agregó la nominación como subsecretaria de esa misma cartera a Claudia Peirano, conocida defensora de la enseñanza privada. Bajo la presión y frente a las declaraciones críticas del sindicalismo estudiantil, Peirano finalmente tuvo que renunciar al cargo.

[27] La Tercera 2013 (Santiago) 25 de enero. Franck Gaudichaud es doctor en Ciencia política (Universidad Paris 8) y profesor titular en Estudios latinoamericanos en la Universidad de Grenoble – Francia. Es también miembro del colectivo editorial del sitio Rebelion.org, de las revistas ContreTemps y Dissidences, como colaborador de Le Monde Diplomatique (Francia). Últimos libros publicados: 2013 Chili 1970-1973. Mille jours qui ébranlèrent le monde (Rennes: PUR/Institut des Amériques) y (coord.) 2013 Emancipaciones en América latina (Quito: Instituto de Altos Estudios nacionales). Correo: franck.gaudichaud@u-grenoble3.fr .