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EL FMLN: LOS ACUERDOS DE PAZ DE 1992 Y LA VICTORIA ELECTORAL

Por: Mauricio R. Alfaro.

9 de septiembre de 2009

Argenpress/CEPRID

En un texto muy optimista titulado La Nueva Suramérica, publicado en Rebelión, periódico electrónico español, el Sr. Ignacio Ramonet nos presenta una América Latina en pleno movimiento liberador y ello, gracias a una serie de medidas y de acuerdos que preparan las condiciones para sacar a los países del área de la dependencia y del subdesarrollo.

El mensaje relevante y novedoso de esta nueva situación, explica el Sr. Ramonet, es que América Latina nunca más será el patio trasero de los Estados Unidos y, en cuanto más rápido estos últimos lo entiendan, mejor. Para el autor, la confirmación de estos nuevos tiempos y de su carácter ascendente sería el triunfo electoral del Frente Farabundo Martί para la Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador.

En general, con respecto a la región, nosotros compartimos el optimismo del Sr. Ramonet. Excepto que nuestro optimismo se vuelve escepticismo, cuando evaluamos el papel del FMLN a la luz de los tratados de paz de 1992 hasta su victoria electoral en marzo del 2009. El caso es que nosotros argumentamos que en El Salvador la dinámica democrática que se implantó con el pacto político de 1992 (firmados entre la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), las Fuerzas Armadas de El Salvador (FAS) y el FMLN) consolidó un proceso en donde los beneficiados más notables de esos acuerdos de paz fueron la oligarquía salvadoreña y la de sus aliados que, en los hechos, aumentan su riqueza y poder. Lo que significa, en una relación de causa-efecto, que en El Salvador los tratados de paz de 1992 lejos de haber creado las condiciones para hacer de el un país más digno, solidario y humano lo que realmente inauguran es una nueva etapa de decadencia profunda. ¿Cómo tales hechos pueden ser explicados?

“En El Salvador -escribe el Sr. Ignacio Ramonet- la reciente victoria de Mauricio Funes, candidato del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), tiene un triple significado. Por primera vez, la izquierda consigue arrebatarle el mando a la derecha dura que había dominado siempre este país desigual (el 0,3% de los salvadoreños acapara el 44% de la riqueza), con más de un tercio de los habitantes bajo el umbral de pobreza y otro tercio obligado a emigrar a Estados Unidos”. Este éxito electoral demuestra, además, que el FMLN tuvo razón al abandonar, en 1992 y en el contexto del fin de la guerra fría, la opción guerrillera (después de un conflicto de doce años que causó 75.000 muertos), y al adoptar la vía del combate político y de las urnas. A estas alturas, en esta región, un movimiento guerrillero armado está fuera de lugar. Ese es el mensaje subliminal que transmite, en particular a las FARC de Colombia, esta victoria del FMLN”.

Del análisis del Sr. Ignacio Ramonet habría que destacarse el énfasis que él pone en el triple significado de la victoria del FMLN. Y dentro de ellos, nosotros subrayamos el comentario en el cual él plantea que en El Salvador ha habido: una “derecha dura que había dominado siempre este país desigual”. Y a continuación él da estadísticas que indican, sin lugar a dudas, el impacto negativo de esa dominación en El Salvador: un “0,3 de los Salvadoreños acapara el 44% de la riqueza nacional”. Es de notar que esta concentración de la riqueza tiene su consecuencia inmediata: la desigualdad económica y social profunda con sus efectos impactantes para la mayoría de los Salvadoreños.

Para completar el panorama social de El Salvador de hoy, a las estadísticas del Sr. Ramonet agregamos, entre otras, que de ese país salen diariamente hacia los Estados Unidos entre 500 a 700 personas y que, por sus altos niveles de violencia y muerte, según estimaciones de la prensa nacional, un promedio de 12 muertes diarias por causa criminal, El Salvador se sitúa entre los países más violentos del mundo. Para ser más exactos, sería el segundo después de Irak. Para tener una idea más precisa de la actual deriva social salvadoreña notemos que le Courrier International (el Correo Internacional) en una investigación de terreno realizada en el 2003 explica que la policía estima que en San Salvador capital de El Salvador -país de 6 millones de habitantes- las pandillas cuentan con 25 000 miembros, tal vez el doble, y que en ese país, en un medio donde no hay empleos, circulan sin control alguno ½ millón de armas de fuego. Es de anotar que del 2003 hasta nuestros días, la violencia en El Salvador se ha generalizado hasta alcanzar niveles de complejidad que amenazan con hacerlo caer en el dominó de los países bajo control del crimen organizado.

Son esos indicadores estadísticos altamente negativos para El Salvador los que nos cuestionan sobre las verdaderas intenciones de aquellos que firmaron los acuerdos de paz de 1992; puesto que ellos (los datos estadísticos) serían la prueba que los firmantes de ese pacto político no conducían a esa nación centro-americana hacia la democracia -es decir, hacia un sistema político de tolerancia, paz y justicia social- sino hacia algo que engendró un modelo de dominación que, en los hechos, repite los errores del pasado. Y esto, en cuanto a la situación concreta de pobreza y exclusión social de la mayoría de los salvadoreños. Es algo así, como si El Salvador a ese nivel se estancó hasta desbordarse en el actual caos social salvadoreño. ¿Cómo explicar entonces que los acuerdos de paz de 1992, que tantas ilusiones habían creado en los Salvadoreños, hayan dado resultados tan adversos para la masa popular salvadoreña?

Según nuestro análisis, la alta concentración de la riqueza en manos de una poderosa minoría y los altos niveles de violencia, pobreza y exclusión social en El Salvador encuentran su origen en el momento mismo de la firma de los acuerdos de paz de 1992. Puesto que fue ahí que el FMLN, en nombre de la viabilidad democrática, cede en dos aspectos esenciales: 1) el FMLN no cuestiona en manera alguna la forma de producción y redistribución de la riqueza (R. Alfaro, 2007) y 2) renuncia, por el hecho mismo, a reivindicar las demandas socio-económicas de los sectores populares (Ramos, Carlos Guillermo, 1998).

De lo antes explicado es necesario destacar que, mientras los responsables del FMLN se adaptaban a la nueva situación negociando programa político y medidas a implementar en el contexto del proceso democrático salvadoreño en la dirección antes señalada, simultáneamente “muchos [comenzarán a preguntarse], como lo observa Marta Harnecker (2001, p. 77), si los resultados obtenidos con los acuerdos de paz, que pusieron fin a muchos años de guerra revolucionaria, están a la altura de los sacrificios realizados.” Observamos que, 17 años después de los acuerdos de paz, esta pregunta sigue obsesionando no sólo a buen número de Salvadoreños sino que también a aquellos que acompañaron a ese pueblo en su lucha por una sociedad más justa. Es el caso del español Luis de Sebastián (2009), ex-vice rector de la Universidad Centro-americana de El Salvador (UCA) que recientemente se cuestionaba en el diario El País de España, en los términos siguientes: ¿Han merecido la pena los 100 000 muertos por la represión y la guerra para lograr lo que se ha logrado?

¿Y qué es lo que se ha logrado? Luis de Sebastián, que nos parece se sitúa en el ámbito de la preguerra, la guerra y la post-guerra, nos lo explica de la siguiente forma: Ahora en El Salvador hay “una democracia formal (lo cual no es un logro despreciable), pero la distribución del poder en El Salvador en 2009 es más injusta de lo que era en 1972. Con una oligarquía más rica y más respaldada por una clase de eficientes servidores, un Ejército mayor bien entrenado y curtido en la guerra, una clase media endeudada hasta el cuello, dos millones y pico de emigrados, y una masa popular acosada por la delincuencia, pobre como siempre y sin más salida que la emigración”.

Notemos que la evaluación del proceso democrático salvadoreño encuentra en el análisis de Luis de Sebastián su gran línea divisoria. La primera, la de las élites (de derecha e izquierda es decir ARENA, las FAS y el FMLN) y la segunda, la de los sectores populares críticos o próximos a ellos. Los primeros van a poner el énfasis en la celebración de la democracia formal dominante. Y los segundos, no niegan la importancia de ese logro (“lo cual no es un logro despreciable” como lo anota Luis de Sebastián) salvo que el es analizado a la luz de la situación concreta de los sectores populares, y luego que ese logro es comparado con esto último se constata que, en los hechos, todo parece indicar que ese tipo de democracia formal lo que realmente consolidó es la dominación oligárquica y la de sus aliados; puesto que hoy, en el 2009, en El Salvador, como lo observa el autor antes mencionado, ellos son más ricos y poderosos que antes de la guerra.

De lo expuesto un hecho se destaca: las causas que provocaron la sangrienta y larga guerra civil en El Salvador siguen vigentes y son ahora más agudas que antes. Es de notar que este último tema es aquel que, hábilmente, se excluye de las evaluaciones y discusiones acerca de los resultados concretos de los tratados de paz de 1992 hasta nuestros días. Es algo así, como si la democracia sería un valor que se basta a sí misma independiente (e insensible) de las condiciones socio-económicas de la inmensa mayoría de los ciudadanos. Lo que explicaría por un lado, la victoria casi total de la democracia formal en ese país y por el otro lado, la entrada de ese mismo país en un proceso cada más agudo de descomposición social. En donde su estado permanente de violencia criminal incontrolable y los altos niveles de pobreza y exclusión social con sus efectos negativos serían la prueba de esto último. Las estadísticas presentadas aquí arriba son ilustrativas al respecto.

El Salvador conoce así, desde hace17 años, todo tipo de libertades es decir: libertad de elegir libremente a sus representantes políticos, libertad de organización y de expresión, etc. En donde, el único límite a esas libertades es que la forma de producción y redistribución de la riqueza esta fuera de toda discusión. La pregunta lógica que surge de esta dinámica es la siguiente: ¿Cómo se puede explicar que la oligarquía salvadoreña y sus aliados hayan logrado imponer en El Salvador ese modelo de democracia formal que, para situarla contextualmente, podríamos llamarla de contenido elitista y excluyente ?

Y la respuesta más idónea parece ser que: ARENA y las FAS aceptan terminar la guerra y negociar la paz una vez que logran blindar estratégicamente sus intereses a través de las “nuevas reglas” del juego democrático. Es lo que nos hace decir que El Salvador bajo el control de esas fuerzas extremistas (la derecha dura como la llama el Sr. Ramonet) no podía dirigirse hacia una democracia al servicio de la mayoría de los Salvadoreños sino hacia un modelo de dominación elitista y excluyente que, esta vez, no se impondría a través de la violencia militar sino a través de elecciones periódicamente organizadas.

Dos hechos justifican esta respuesta: 1) ARENA -partido de extrema derecha organizado por el ex-mayor Roberto D’Aubuisson señalado en El Salvador de ser el fundador de los escuadrones de la muerte y responsable intelectual directo del asesinato de Monseñor Romero- gracias al control durante los últimos 20 años del Poder Ejecutivo y de la Asamblea Legislativa logra imponer al país de manera total su proyecto oligárquico de capitalismo salvaje llamado neoliberalismo y 2) los militares -muchos de ellos acusados de crímenes contra la humanidad- se otorgan la amnistía a través de una ley de “olvido y perdón”.

Y es así como en El Salvador, de hecho dominado por fuerzas extremistas de derecha que imponían su voluntad completa al conjunto de la sociedad, las reivindicaciones populares de justicia socio-económica y de juicio a los criminales de guerra son eliminadas de la agenda política nacional. El hecho histórico crucial a retener es el siguiente: ese modelo de democracia formal de esencia elitista e excluyente logra consolidarse, como ya lo anotábamos anteriormente, luego que el FMLN acepta, en nombre de la viabilidad democrática, no cuestionar ni la forma de producción ni la redistribución de la riqueza. Y como correlativo a lo anterior, abandona a su suerte las reivindicaciones populares de justicia socio-económica de los Salvadoreños.

El caso es que pensamos -y es aquí que nuestro análisis difiere del que hace el Sr. Ignacio Ramonet- que en El Salvador la derecha dura –es decir la antigua alianza oligárquico-militar- sigue, aún después de la victoria electoral del FMLN con un escaso margen de votos, intacta y tan poderosa como antes. Ya que ella conserva el poder real del país, es decir, las finanzas, el comercio, la Asamblea Legislativa, los puestos claves en la estructura militar, el control de los medios de comunicación, etc. Frente a un Estado que, según los cánones del neo-liberalismo, fue reducido a lo mínimo. Y esto al ritmo de las privatizaciones radicales de sus pertenencias, de la descentralización de su poder de decisión, etc. El margen de maniobra del Sr. Mauricio Funes para tratar los ancestrales problemas de pobreza y exclusión social de las grandes mayorías de los salvadoreños, nos parece entonces extremadamente limitado.

Además, hay que decirlo, la paciencia de la oligarquía salvadoreña y la de sus aliados tiene sus limites y soportan de muy mal humor los actuales cambios. Los cuales se aceptan siempre y cuando ellos se mantengan a niveles discursivos y sin impacto real. Tal como ha sido el caso desde los tratados de paz de 1992 hasta nuestros días. Caso contrario, el futuro inmediato de El Salvador podría reflejarse en la situación actual de Honduras. Probablemente en El Salvador no se trataría de un golpe de Estado, porque las condiciones internacionales no son tan favorables, pero sí, desde el poder real, se podría desatar toda una desestabilización permanente hasta volver al gobierno del Sr. Mauricio Funes inviable. Es por ello (por esa amenaza latente) que notamos que el actual presidente de El Salvador (tal como la prensa nacional e internacional lo refleja) actúa con mucha cautela y al menor movimiento o gesto primero ve hacia el poder real para saber si lo que hace está en la línea de lo “políticamente correcto”.

Nuestra actitud de escepticismo en cuanto a la victoria electoral del FMLN en El Salvador encuentra en lo anteriormente anotado su fuente. Pero esta actitud de escepticismo no nos hace perder de vista que una cosa es el FMLN en la oposición en donde de diversas maneras podía justificar una y otra vez, frente a los sectores populares, porque los ansiados cambios socio-económicos no se producían al momento actual que es un partido en el poder. En donde necesariamente tiene, de una forma u de otra, que demostrar que no es: “más de lo mismo”. Es en este punto que creemos que en El Salvador se abre una nueva coyuntura en donde lo político, como siempre ha sido el caso, es y será una zona en disputa. Es de esperarse entonces, que el FMLN sufrirá fuertes presiones tanto del poder oligárquico y la de sus aliados que se alinearán por la conservación del status quo y la de los sectores populares que demandarán cambios a su favor.

Este conflicto -de grandes dimensiones- definirá necesariamente las líneas estratégicas del FMLN y si acaso la balanza del poder no se incline al menos mínimamente a favor de los sectores populares, el momento habría llegado entonces para que estos comiencen un nuevo camino para la construcción de una nueva y verdadera alternativa política. Es decir, de algo que vaya más lejos que una simple alternancia en el poder.

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