ALICIA PLANCHA SU PAÑUELO
Por: Eduardo Pérsico (*).
Sólo algo no existe; es el olvido. Jorge Luis Borges.
Tal vez fuera la Madre Superiora quien dijera “las alumnas reclaman por el gusto de hacerlo”, y en aquel atardecer de víspera increíble Daniela quince años que no aparece por ninguna parte. Ayer nadie la vio, mejor es no hablar de cosas tristes, o ‘por algo será’; pero Daniela no aparece y en su madre, por herencia de sueño que mantienen las hembras, la cepa de la espera le crece cada hora. Y a viento atravesado o en el mar más profundo, ninguna madre olvida ni un minuto la cría...
Y sin explicaciones anda Alicia por la Plaza de Mayo, junto a otras de blanco pañuelo en la cabeza que apretadas del brazo afirman índoles de la sangre. En ellas no valen cobardías ni palabras menores y recorren la Plaza sin el mínimo rezo, si tal vez Dios les dijera que no vendrá a la cita, más convocan al mundo a contravientos de amenaza milicas o la cobarde frase ‘yo no meto en nada’. O la torpe pregunta ¿qué quieren esas locas desvelando a la gente que desconoce culpas? Más algún palabrerío que acaso repitiera de no haber sucedido ‘Daniela no aparece’, que le trajo de un golpe la comprensión de todo. Porque, ¿hijos de quienes fueron los muchachos sin rastro tras letales pinchazos y tirados al río?
Ya ni recuerda Alicia cómo aprendió a llorar soportando el desvelo de un llamado a la puerta; se llora en tono bajo y sin sollozos que apaguen los ruidos de la calle. Alguien se ha detenido pero sigue en la noche, el sonido de un timbre solamente es deseo, ya los autos que pasan se llevan la esperanza y a ráfagas, Alicia se imagina que no es verdad ese sueño de monstruos asesino y sellados cuarteles.
Daniela ya no está y Alicia carga entero su fusil de recuerdo. Con proyectil de tiempo que dialoga constante, ella orienta su búsqueda y nadie más que el aire, con su manera antigua, sabe contar la historia sin cesar ni rendirse. Entonces, a pesar de todos los pesares Alicia imagina a cada rato el rostro de quien robó a su hija, y lo trae de ida y vuelta en su pena furiosa de no olvidarlo nunca. Ausente anduvo Dios por esos días, distraído en ajenos menesteres del cielo y esas cosas, y ajeno al mismo instante cuando Daniela quince años, de los pelos y en andas entre voces de mando y brutal reglamento, derrumbada en un piso de orín y violaciones. ¿Y cómo dejaría de preguntarse Alicia a quién Dios ha confiado conducir la manada?
Cada pregunta que ella se preguntó estos años, clavándose las uñas, ha sido gastada y derrotada de tanto preguntarse. ¿Quién dispuso que Daniela quince años no vuelva a contarle que unas bestias de anteojos apagados, por cumplir unas órdenes bestiales la arrastraron, desnudaron y luego lo demás aún más miserable? Hoy Daniela no está y Alicia plancha su pañuelo. Ya vuelta de los años y sin consuelo, anda su pena visceral sin más relato contra las voces muertas de los comunicados. ‘Señoras, investigaremos hasta las últimas consecuencias’ y otras jaranas que tanto divirtieron a tipos de uniforme y de sotana. Pero Alicia pervive, ya sabe quién pronunció ‘las alumnas no deben reclamar ni sonreír a destiempo’ y esa infamia le duele también cada minuto. Hubo pretores de astrales intereses que ordenaron ‘ninguna sonrisa adolescente puede quitar al rezo de su sitio’, aunque Daniela aullara en medio del tormento.
Implacable y sin nada que distraiga ha de seguir el sol clareando grises y el perfil del jazmín bajo la lluvia. Nadie esquiva el fusil de la memoria aunque cambie su aspecto cada día; sólo algo no existe, es el olvido. Y el aire seguirá con su relato mientras Alicia planche el pañuelo que llevará a la Plaza.
(*). Eduardo Pérsico, narrador y ensayista, publicó cuentos, seis novelas que se reeditan y la tesis “Lunfardo en el Tango y la Poética Popular”. Nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.