7 de octubre de 2023

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CANTUTAS ROJAS

MANUEL JESUS LOPEZ GRANADOS

22 de noviembre de 2010

La calle del mercado en el Cuzco, mostraba el ir y venir de la gente y las vendedoras hablaban entre sí en su lengua nativa, cuando de pronto lo vi pasar y la expresión de su rostro era de una gran tristeza, apretaba los labios manchados de coca, unas arrugas marcaban su frente y unas húmedas gotas aparecían en su pálidas mejillas, era uno de tantos campesinos quechuas, un hombre joven de la raza aun no contaminada, todo el pasado estaba en el, como si los años remotos hubieran vuelto, era de mediana estatura, ancho de espaldas, iba calzado con unas ojotas hechas de llanta de camión, los pantalones de bayeta azul traían el polvo vagabundo de lejanos caminos, su poncho tejido de figuras geométricas y de agradables colores, entonces ya no repare en las mujeres, ni en los niños y los ancianos, el aire traía aromas de nardo y huacatay empujaba un triciclo alquilado por un par de soles, en el cual había un bulto cubierto con un poncho pallay, del cual se escucho un quejido breve y hondo y una mano enjuta y trigueña se recogió como apretando una lagrima que se movió lentamente, luego él se detuvo me miro con humildad en su gris silencio de resignación, hablaron sus ojos negros al mirarme y luego dijo, tengo los pies cansados pero llegare hasta el hospital, sabes taita viajero a quien llevo, llevo a mi madre .

Quede frio, la pena era hielo en mi corazón, que grandeza de alma en su humildad primitiva, así como él fueron los quechuas en remotos tiempos, la raza fuerte milenaria aun no contaminada de los males fieros de otras razas, vapuleado en su cultura y saqueado en sus riquezas, era un Inca mozo que traía en la copa chata de su montera unas cantutas marchitas.

Vi con los largos ojos de la imaginación, la choza de piedra en la que madre e hijo habitaban en las faldas de un cerro bermejo de peñas bravías, vi las pieles de llamas y vicuñas, las mantas tendidas en el suelo donde dormían, la chaquitaclla de arar con el pie recostado en una esquina, el ichu de los pajonales, el tinajón de la chicha de jora en fermentación, el saco de chuño y la papa seca, el telar bajito plantado en la tierra, una hermosa quena hecha de caña y en su jardincito muchas cantutas rojas, y una tarde ella la madrecita vieja, la de las trenzas renegridas, la de los dientes blancos y desgastados, la de los ojos de melancolía y de voz suave, ella la encarnación de los tiempos idos, dejo de apretar las tramas con el rukey puntiagudo y brillante hecho de tibia de vicuña, ya no pudo contemplar a su placer las cantutas rojas nacidas en su palmo de tierra buena y bien regada, fueron a traer a la casa al laika ( curandero ) que dijo recatadamente en grave confidencia que a la madrecita antigua la tierra la jalaba de las piernas atrayéndola a su seno, no había remedio seria inútil todo empeño por salvarla, la madre tierra la llamaba como llama siempre a todos sus hijos, el Inca mozo lloro en las sombras, el laika se fue hablando solo entenebrecido.

Fue entonces que el abandono la casita de piedra y las peñas familiares de ojos sombríos, el riachuelo de agua dulce y fresca, el pedazo de cielo, el palmo de tierra sembrado de cantutas rojas, el panorama primitivo y magnifico de escalonados montes azules, noche y día cargándola en su espalda llevaba a su madre enferma, a la luz del sol, a la luz de las estrellas, a la luz de la luna, hasta el hospital de los pobres a donde llego tan grave que solo quedo verla partir hacia la eternidad.

Sobre una peña en el cerro natal, bajo el remoto cielo limpio e inalcanzable una cruz de sihuy rodeada de cantutas rojas, en la noche de intima y sosegada luz amorosa de las estrellas, las cantutas tiemblan cuando rompe a llorar con su canto Inca una quena pastoril que besa la tierra que llama a sus hijos que no los devuelve nunca, entrega su corazón con el hondo llanto de su flauta que parece decir.

Madrecita antigua
Madrecita buena
La noche ha llegado
Porque no me llevas

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