7 de octubre de 2023

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CARLOS, EL IRANÍ

Por: Roberto Bardini.

18 de febrero de 2008

(Bambú Press) Las agencias de inteligencia occidentales lo llamaban el "hombre invisible". Para Estados Unidos e Israel era "uno de los terroristas más buscados del planeta", por cuya entrega Washington ofrecía cinco millones de dólares en 1983, suma que elevó a 25 millones después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Para sus seguidores, que lo apodaban "Carlos, el iraní", fue el cerebro de las acciones más arriesgadas y espectaculares de los años 80 y 90; para ellos, a partir de ahora será "un mártir asesinado por los sionistas israelíes".

El escurridizo Imad Fayez Mughniyeh, un libanés de 45 años asesinado con una bomba el miércoles 13 de febrero en Damasco, era el jefe del llamado Aparato Especial de Seguridad de Hezbolá y vivió las últimas dos décadas en la más absoluta clandestinidad: cortó todos sus vínculos familiares, se sometió a varias cirugías en el rostro, nunca aparecía en público, no daba conferencias de prensa y no permitía que lo fotografiaran.

Sus últimas fotos -tomadas clandestinamente por los servicios secretos franceses y distribuidas a sus colegas estadounidenses e israelíes- datan de noviembre de 1985, cuando llegó a París en un vuelo procedente de Beirut y presentó un pasaporte falso con el número 623.298. En 1994 estuvo presente en el funeral de un hermano, asesinado por gatilleros israelíes.

"Es el terrorista más peligroso que nunca hemos encontrado", dijo a la cadena CBS en 2002 el agente de la CIA Robert Baer. "Es probablemente el agente más inteligente, el más capacitado, que nunca hemos encontrado, incluyendo al KGB y al resto. Entra por una puerta, sale por otra, cambia de coche a diario, nunca arregla encuentros por teléfono, nunca es predecible. Sólo usa gente relacionada con él en la que puede confiar. Nunca recluta gente. Es un maestro de terroristas, el grial que buscamos desde 1983" .

Nacido posiblemente en Tayr Dibba, al sur del Líbano, Mughniyeh ingresó muy joven, en 1976, a Al-Fatah, la principal rama de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), donde fue guardaespaldas de Yasser Arafat e integrante de la Fuerza Especial 17, un cuerpo de élite en el que operó como francotirador. En 1982, después de la invasión israelí a Líbano, se unió a Hezbolá y en poco tiempo encabezaba el aparato de inteligencia de la Jihad islámica.

Estados Unidos lo señalaba como responsable del ataque contra su embajada en Líbano en 1983, en el que murieron 241 personas, la mayoría marines o agentes de inteligencia, y el ataque con bombas a los barracones de soldados franceses, que costó la vida a 58 militares ese mismo año. También se le acusaba del secuestro de un avión de la empresa estadunidense TWA en el aeropuerto de Beirut en 1985 y del asesinato del jefe de la estación de la CIA , William Buckley, amigo del entonces presidente Ronald Reagan.

Mughniyeh también estuvo involucrado en 1986 en el caso Irán-Contras o Irangate, por el cual Washington transfirió armas a Teherán a través de Israel y de los contrarrevolucionarios nicaragüenses para lograr la liberación de un grupo de rehenes en poder del régimen iraní que encabezaba el fallecido ayatola Ruhola Jomeini.

La Corte Suprema de Argentina pedía su captura internacional por su presunta participación en los atentados contra la embajada de Israel en Buenos Aires en marzo de 1992 -donde murieron 29 personas- y la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en julio de 1994, que dejó 85 víctimas. Es probable, sin embargo, que estos dos hechos sean los únicos en lo que Mughniyeh no haya participado en su larga carrera como jefe del Aparato Especial de Seguridad de Hezbolá.

Durante más de una década, las indagaciones del ataque a la AMIA sumaron cerca de 600 expedientes de 200 fojas cada uno y 400 legajos que, en total, acumulan 136.000 páginas, pero no condujeron a la más mínima pista para esclarecer el criminal ataque. A esta altura, tratar de hallar a un solo culpable es como intentar capturar con la mano a una anguila eléctrica en un barril de petróleo.

Varias investigaciones independientes destaparon una olla en la que hervían fiscales nada imparciales, pruebas amañadas suministradas por la CIA y el Mossad, testigos comprados, policías corruptos, testimonios falsos e, incluso, complicidades internacionales vinculadas al tráfico de armas y drogas. Y todo este turbio caldo fue pasado por una licuadora en la Secretaría de Información del Estado (SIDE), el muy cuestionado servicio de inteligencia argentino, cuya mayor destreza es intervenir teléfonos, elaborar informes al gusto de los sucesivos jefes y desperdiciar presupuesto para mantener contento al mandatario de turno.

El reportero de investigación argentino Juan José Salinas, autor del libro Narcos, banqueros & criminales -que lleva el subtítulo de Armas, drogas y política a partir del Irangate- fue muy explícito a través de un mensaje electrónico con el autor de este artículo: "Todo periodista sabe que es posible hacer una montaña de espuma a partir de una pizca de jabón, pero en este caso es una indigerible boñiga travestida de albóndiga".

Fuentes: www.bambupress.wordpress.com / www.elortiba.org