7 de octubre de 2023

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ARGENTINA: LA RELIGIÓN Y LA ESCUELA

LA ARENA

28 de diciembre de 2008

La ley salteña que declara la obligatoriedad de la enseñanza religiosa en las escuela primarias de toda la provincia transporta a los argentinos a viejas luchas y a revisar discusiones que parecían haberse acallado luego de años de debate.

La religión como manifestación de la tendencia natural del hombre a la trascendencia, a la espiritualidad, a la búsqueda de explicaciones sobre el destino personal y colectivo, a indagar sobre la existencia de una norma ética que guíe, tiene un papel innegable en el desarrollo de no pocos individuos. Pero desempeñó un papel oscurantista en la historia de la humanidad cada vez que pretendió invadir una esfera superior a la del estricto fuero interno de cada creyente.

En la Argentina la religión dominante formó parte de la contrarevolución y, además de excomulgar a nuestros héroes nacionales, peleó en las filas enemigas en cada batalla que se libraba por lograr la independencia. En las luchas intestinas que tiñeron de sangre los campos del país, la religión lejos de aplacar los ánimos y llamar al la unidad, se alineó con el peor de los federalismos, ese que llevaba en su divisa la terrible sentencia "religión o muerte".

Retrocedió luego cuando la oligarquía ilustrada impuso su programa modernizador y sacó del ámbito religioso los cementerios, el registro de las personas, los casamientos y, por sobre todo, la educación. Pero nunca resignó su voluntad autoritaria de convertirse en una rectora de conductas y de ser un actor político político solapado. Esa voluntad le valió notables avances cuando logró que un golpe de estado instaurara la enseñanza religiosa y un gobierno democrático le abriera las puertas de la educación con en el recordado y engañoso lema de la "enseñanza libre" que se oponía a la enseñanza pública que se definía simplemente como "laica".

Si se revisa la historia de las religiones, se comprueba que nada hay en ellas, en la religión, que pueda ser usado como ejemplo de vida más allá de las creencias individuales. Pretender reemplazar o hacer coexistir en las escuela pública la enseñanza de la ciencia y de las leyes causales que explican la creación del mundo, la evolución de las especies o la historia de la humanidad, con las creencia de una secta que difunden una cosmogonía anticientífica, un antidarwinismo espontaneísta y, como sucedáneo de la historia, una variedad de mitos y leyendas donde lo fantástico se presenta como real, equivale a resignar la calidad de la enseñanza.

Que algo así ocurra en el siglo XXI, remite necesariamente a una falla de los instrumentos de modernización que el estado dispone. La modernización no tiene como objeto privar a los individuos de religión, sino dotar a las nuevas generaciones de elementos de racionalización de la realidad que, a la par de prepararlos crear una clase de ciudadanos formados en un pensamiento racional, lógico, sean capaces de asumir con libertad sus derechos. Es, no puede pensarse en otra cosa, la insuficiencia con que el estado ha dotado a la escuela pública, lo que lleva a este retroceso. La sanción de una ley que propende a que sea la escuela el ámbito desde donde la religión peleará al estado su tarea modernizadora, equivale a renunciar a esa tarea civilizadora de la escuela.