7 de octubre de 2023

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Brasil. La victoria electoral de Dilma: No hay nada que conmemorar

Por: CORREIO DA CIDADANIA.

12 de noviembre de 2014

Traducción: Ernesto Herrera (CORRESPONDENCIA DE PRENSA)

Para quien está comprometido con la lucha social y aspira a una sociedad basada en la igualdad sustantiva, la derrota de Aécio fue un alivio. De los males, el menor, pero la victoria de Dilma no deja nada para conmemorar.

El saldo de la campaña es tenebroso. Contratados a precio oro para manipular la opinión pública, los marquetineros vendieron candidatos como mercaderías. Para diferencias sus productos, abusaron de la ingenuidad de la población. Magos de la pirotecnia mediática, redujeron el elector a consumidor, creando expectativas que no se realizarán. Para destruir a los adversarios, explotaron medios que alimentan falsos antagonismos y envenenan el ambiente político.

En la falta de sustancia política, la elección fue transformada en una pelea torcida. En clima de caza de brujas, las pasiones fueron llevadas a un paroxismo desenfrenado. La apelación a la emoción fue proporcional al detrimento de la razón. La virulencia de las agresiones mutuas fue en razón inversa a las reales diferencias entre los contendores.

El elector fue sistemáticamente engañado. Las divergencias existentes entre las dos alas del Partido del Orden son secundarias y circunstanciales. Los que hoy están con el PT -Sarney, Maluf, Collor, Kátia Abreu- estaban ayer con Fernando Henrique Cardoso y Collor de Mello y anteayer servían a la dictadura militar. Mañana pueden perfectamente pasarse al PSDB. La excepción de algunos extremados, los que mandan de hecho -el capital internacional y la plutocracia nacional- están muy bien servidos en las dos candidaturas. Basta ver el río de dinero invertido en ambas.

La completa desconexión del debate electoral con la realidad transformó el país en un manicomio. Sorprendido por el antagonismo entre petistas y tucanos, un distraído que aterrizase en paracaídas podría imaginar que Brasil vive una situación pre-revolucionaria, cuando, en verdad, lo que están en cuestión es exactamente la conservación del status quo. La elección fue apenas para escoger quien comandará el reciclaje del capitalismo liberal implantado por Collor de Mello hace 25 años atrás. Nada más.

El clima apocalíptico que tomó cuenta del segundo turno es un despropósito y hace recordar a las legendarias guerras entre las familias Sampaio y Alencar por la alcaldía de Exu en el siglo pasado. Para los que se alineaban con el clan Sampaio, la victoria, tenía consecuencia real (y viceversa), pero, para los que no hacían parte de la contienda y estaban condenados a empujar para sobrevivir, el resultado era indiferente. Las familias se alternaban durante décadas en el poder sin que la miseria se modificase.

Deliran los que imaginan que el país está ante una inminente ruptura institucional. No hay movimiento golpista alguno, ni a la derecha ni a la izquierda. La única conspiración en curso es aquella que une a las dos fracciones del Partido del Orden contra el pueblo, patente en la complicidad de ambas con la política de contra-insurgencia preventiva para contener el conflicto social y en la hermandad a la hora de diseñar tenebrosas transacciones.

La pelea es una máscara, un teatro, y hace parte del juego electoral. Cuando es conveniente, el antagonismo es inmediatamente suspendido. ¿Quién se olvida de la idílica cena de Haddad (PT) y Alckmin (PSDB), muy confortables, en un lujoso restaurante de París, en junio de 2013, pocos meses después de haber intercambiado cobras y lagartos en la reñida disputa por la alcaldía de San Pablo? En tanto las calles de San Pablo eran tomadas por jóvenes trabajadores que luchaban contra el aumento de las tarifas del transporte público, alcalde y gobernador estaban perfectamente de acuerdo en la política de represión a las protestas y en la estrategia de negociación con los gangsters que controlan los mega-eventos internacionales.

Destituida de sustancia, la polarización entre las dos alas del Partido del Orden sólo sirvió para degradar el ambiente político. El brasilero sale de la campaña más descreído en los políticos y sin ninguna conciencia sobre las causas de sus problemas y sus posibles soluciones.

Nadie puede bañarse dos veces en la misma agua del río. El segundo gobierno Dilma no será una repetición del primero. Por la fuerza de las circunstancias, será más conservador y truculento. Las condiciones objetivas y subjetivas que lo determinan se deterioran, estrechando sensiblemente el radio de maniobra para acomodar, a través de la expansión del desempleo, del aumento de los beneficiarios de las políticas compensatorias y de la cooptación de los movimientos sociales, las maldades de una modernización tramposa que profundiza la dependencia y el subdesarrollo.

En la economía el escenario es sombrío. Los problemas acumulados en la farra del consumo de bienes conspicuos, impulsada por la especulación internacional, tienen consecuencias. El aumento de la dependencia externa deja la economía brasilera a merced de los humores del mercado internacional. El agravamiento de la crisis mundial, que entra en su séptimo años sin perspectiva de solución, no abre espacio para el crecimiento. La amenaza de movimiento de fuga de capitales sujeta al país al jaque mate de la deuda externa. En ese contexto, las presiones de la gran burguesía globalizada para que Brasil realice una nueva rueda de ajustes fiscales empuja la política económica hacia una absoluta ortodoxia. Las veleidades neo-desarrollistas son cosas del pasado. El próximo Ministro de Hacienda será elegido directamente por el mercado y estará más cerca de Armínio Fraga que de Guido Mantega.

En el ámbito de la sociedad, la perspectiva es creciente convulsión. La modernización mimética que copia los estilos de vida y padrones de consumo de las economías centrales, agrava los problemas fundamentales del pueblo. La frustración generalizada con un cotidiano infernal agita los ánimos polariza la lucha de clases. Sin vislumbrar salida para el circuito cerrado que transforma la vida del trabajador en una pesadilla sin fin -en la fábrica y fuera de ella-, el brasilero se torna en un barril de pólvora pronto a explotar. El aumento de la violencia y el fin de la paz social preanuncian un futuro de grandes tensiones y creciente turbulencia social.

En las altas esferas de la política, la clase dominante afila las garras para enfrentar el conflicto social. La crisis del sistema representativo refuerza el consenso a favor de las soluciones represivas contra la inquietud social, aumentando la presión a favor de la criminalización de las protesta social como presupuesto de la estabilidad democrática. El giro conservador de la opinión pública, el aumento tremendo de la bancada de diputados de la derecha más descalificada y la movilización de un clase media histérica, desplazan el status quo sensiblemente hacia la derecha. Interpelado por la juventud que fue a las calles para protestar contra los desmanes de los gobernantes, el sistema democrático brasilero asume, descaradamente, su carácter de clase y se afirma abiertamente como una democracia de segregación social. La libertad política es exclusivo de la plutocracia y se manifiesta concretamente en la posibilidad de elección entre alternativas integralmente comprometidas con los parámetros del orden.

La presidenta retoma su puesto en el Planalto (sede del gobierno) en medio del fango. Antes incluso de asumir el segundo madato, su credibilidad ya se encuentra comprometida por la gravedad de las denuncias que apuntan a la complicidad directa del Planalto con los esquemas de corrupción diseñados por la alta cúpula de los partidos de su base aliada. De esta fiesta, no habrá luna de miel. Ávida de volver al gobierno luego de la cuarta derrota consecutiva, la oposición no dará tregua. Sin arsenal ideológico y programático para diferenciarse cualitativamente del gobierno petista, sólo le resta sangrar a Dilma del primer al último día de su mandato.

Nadie sale impune por pactar con el diablo. Sin capacidad de movilizar a la población y prisionera de compromisos inmorales, Dilma quedará en manos de la mafia que, al mando de los negocios, controla el Congreso Nacional. Víctima de su propia cobardía, que no le permitió enfrentar la tiranía de los magnates de la información, será objeto diario del chantaje de los grandes poderes mediáticos. Sin medios para defenderse, se tronará cada vez más dócil a las exigencias del capital. Se osa desafiarlos, será inmediatamente confrontada con el espectro del “impeachment” (juicio político) democrático. Es el modo de funcionamiento de las democracias burguesas contemporáneas en la periferia latinoamericana del capitalismo.

Para quien se ilusiona con la posibilidad de una tardía redención del PT, la resaca de la fiesta democrática será monumental La juventud romántica y los hombres de buena fe seducidos por el canto de sirena del “corazón valiente” luego percibirán en la piel un sentir de ingratitud de la presidenta. Cuando la población vuelva a las calles para protestar contra los descalabros del capitalismo salvaje, las disputas fratricidas entre las fracciones del Partido del Orden serán suspendidas. Como hermanos siameses, las dos alas del Partido del Orden estarán monolíticamente unificadas, armadas hasta los dientes, para reprimir a los manifestantes con brutalidad, como si fuesen enemigos internos que deben ser aniquilados, como ocurrió en junio de 2013, en las jornadas de la Copa de 2014 y toda vez que el pueblo se levanta contra los privilegios de los ricos. Pasado el riesgo inminente de descontrol social, las dos fracciones volverán a pelearse en la disputa por el del control del Estado.

La falsa polarización entre la izquierda y la derecha del orden, solamente será superada cuando los trabajadores no tengan ninguna ilusión en relación a la posibilidad de que el capitalismo puede ser domesticado, sea por el PT o por otro cualquiera. El capitalismo dependiente vive de la superexplotación del trabajo y tiene en la perpetuación de un gran reservatorio de pobreza uno de sus presupuestos. La situación se torna todavía más grave cuando la sociedad enfrenta un proceso de reversión neocolonial que solapa la capacidad del Estado de hacer políticas públicas.

Del show de horror de la elección de 2014, queda una lección: para salir del antro estrecho de las opciones binarias entre lo malo y lo peor, es preciso que la izquierda socialista se unifique y entre en escena.