7 de octubre de 2023

INICIO > LATINOAMERICA

Venezuela: el fin de una ilusión

Por: Carlos León Moya.

11 de marzo de 2014

Venezuela me entusiasmó, y mucho. ¿Qué otra cosa podía pasar? ¿Me iba a entusiasmar con la aburrida Concertación chilena y su administración sin nervio? ¿Con los programas sociales brasileros? ¿Me iba a emocionar con una Revolución Cubana que subsistía de milagro, como ese abuelo que quieres mucho pero que ya no puede caminar? ¿Cómo no emocionarme con Chávez, con su radicalismo, con su incontinencia verbal, con las mareas rojas en las calles, con la organización de la gente?

Fui dos veces a Venezuela, primero con ilusión y luego con precaución, y corroboré muchas de las cosas que me emocionaban. Pero también vi otras que me generaban grandes sospechas.
Hoy veo lo que ocurre en Venezuela y ya no siento entusiasmo. Me da más bien pena y tristeza. Es un autoritarismo chabacano con un líder limitado que permite la actividad impune de civiles armados. ¿O acaso debo considerar saludable que los motorizados anden amedrentando gente, disparando y hasta robando, solo porque tienen un polo con una estrella roja y escuchan Alí Primera?
Un país con una economía insostenible. Un gobierno que tiene todo consigo para demoler a la oposición: el aparato del Estado, el dinero del petróleo, las Fuerzas Armadas, la Guardia Nacional Bolivariana, el Poder Judicial, el Poder Electoral, los medios de comunicación televisivos, y hasta la provisión del servicio de internet. Con todo eso a favor del gobierno, ¿creen que voy a tomar en serio a quienes hablan de una oposición fuerte y octópoda? Eso fue el 2002-2003. Estamos en el 2014.
No hay argumentos válidos para defender al gobierno de Maduro. Para mí, es el fin de una ilusión.

Pero así como he aprendido a valorar algunas cosas (instituciones, reglas claras y otras que antes consideraba una cháchara liberal) debo dejar en claro otras.

1. No me sumo, para nada, a los clamores de "libertad" para Venezuela. ¿Por qué? Porque son las mismas personas que reclaman "libertad" desde 1999, que a nombre de esa "libertad" apoyaron un golpe de Estado el 2002. Son pedidos ideológicos de quienes consideran que todo gobierno de izquierda es una prisión. No guardo simpatía ni cercanía con ellos. Lo de Maduro es indefendible y espero no continúe, pero no tengo simpatía alguna con estos "liberadores".

2. El gobierno de Maduro no es malo por ser "de izquierda". Hay en los medios de comunicación peruanos esa necesidad ontológica de achacar a la existencia misma de la izquierda las razones de este revés: ineficiencia innata y autoritarismo genético. Son los mismos que atacan cualquier cosa que sea de izquierda, con o sin razón. Pero tampoco voy a ponerme en el plan de "no voy a criticar para no hacerle el juego a". Ese argumento es tan penoso que Stalin estaría riendo en su dacha de solo escucharlo.

3. Tampoco voy a tirar todo al tacho. No me arrepiento de haberme entusiasmado. No niego que Hugo Chávez me simpatizó bastante, aunque sí minimicé su talante autoritario y su pésima elección de tener un coro de aduladores como círculo más cercano. No me parece mal que se haya impulsado la organización popular de la manera en que se hizo, con los Consejos Comunales, con el mismo PSUV, con los batallones, con las misiones. La gente cambió. Se volvió más activa. Participó en política con fuerza. Muchos sintieron que realmente tenían derechos, y que al Estado no había que rogarle: había que exigirle (aunque manteniendo esa vieja mentalidad rentista) ¿Me parecen mal estas cosas ahora que Maduro lleva al país a un despeñadero? Para nada. Me parecen rescatables, aunque ciertamente poco viables porque no tenemos una caja chica como aquella. Pero son cosas de Venezuela que defendí y que seguiré defendiendo. El fracaso de este gobierno no me hará tirarme al piso, pedir perdón, azotar mi espalda y volverme liberal. No.

La primera vez que fui a Venezuela tenía 21 años. Llegué sin alojamiento y sin un sólo dólar, pero volví entusiasmado. Feliz.
Hoy ya tengo 28 y esa ilusión se terminó. Pero está bien. Hay cosas que uno va aprendiendo a la fuerza.