7 de octubre de 2023

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Beethoven: Hombre, compositor y revolucionario

Por: Alan Woods.

11 de julio de 2013

Acompaña este bello texto de Alan Woods una exquisita interpretación de la Sonata N° 9 en La Mayor, Opus 47, de van Beethoven, conocida como “Sonata Kreutzer”, para violín y piano, en la versión de Anne Sophie Mutter (violín) y Lambert Orkis Zuhari (piano).

“Beethoven es amigo y contemporáneo de la Revolución Francesa, y continuó fiel a ella incluso cuando, durante la dictadura Jacobina, los humanitarios de nervios débiles del tipo de Schiller le dieron la espalda prefiriendo destruir tiranos en el escenario teatral con la ayuda de espadas de cartón. Beethoven, ese genio plebeyo, quien orgulloso despreció a emperadores, príncipes y magnates -éste es el Beethoven que nosotros amamos: por su optimismo inquebrantable, su tristeza viril, por la inspirada pasión de su lucha y por su voluntad de hierro que le permitió agarrar al destino por la garganta-.”

Ígor Stravinski

Si algún compositor merece el nombre de revolucionario ése es Beethoven. La palabra revolución deriva históricamente de los descubrimientos de Copérnico, quien estableció que la tierra gira alrededor del sol, transformando así la manera en que vemos el universo y nuestro lugar en él. De forma semejante, Beethoven llevó a cabo lo que fue, probablemente, la revolución más grande de la música moderna. Su producción fue extensa -incluye nueve sinfonías, cinco conciertos de piano y otros para el violín, cuartetos para cuerdas, sonatas para piano, canciones y una ópera-. Cambió la manera en que la música era compuesta y apreciada. Hasta el final, nunca dejó de empujar la música hasta sus límites. Después de Beethoven era imposible volver a los viejos tiempos en que la música era considerada como un somnífero para los patrocinadores ricos, los cuales podían dormitar durante una sinfonía y a continuación se iban a casa a dormir tranquilamente en la cama. Después de Beethoven, ya nadie regresaba de un concierto tarareando agradables melodías. La suya es música que no calma, sino que conmociona y perturba. Es música que hace pensar y sentir.

Infancia

Marx señaló que la diferencia entre Francia y Alemania es que, mientras que los franceses realmente hicieron revoluciones, los alemanes simplemente especularon sobre ellas. El idealismo filosófico prosperó en Alemania a finales del siglo XVIII y principios del XIX por la misma razón. En Inglaterra la burguesía efectuaba una gran revolución de relevancia histórico-mundial en la producción, mientras que, al otro lado del Canal de la Mancha, los franceses realizaban una revolución igualmente grande en política. En la Alemania atrasada, donde las relaciones sociales quedaron rezagadas frente a las de Francia e Inglaterra, la única revolución posible era una revolución en las mentes de los hombres. Kant, Fichte, Schelling y Hegel argumentaron sobre la naturaleza del mundo y de las ideas, al tiempo que otra gente en otras tierras comenzó efectivamente a revolucionar el mundo y las mentes de hombres y mujeres. El movimiento Sturm und Drang fue una expresión de este fenómeno típicamente alemán. Goethe fue influenciado por la filosofía idealista alemana, especialmente por Kant. Aquí podemos detectar los ecos de la Revolución Francesa, pero son lejanos y difusos, estrictamente confinados al mundo abstracto de la poesía, de la música y de la filosofía. El movimiento Sturm und Drang en Alemania reflejó la naturaleza revolucionaria de la época de finales del siglo XVIII. Era un período de fermento intelectual enorme. Les philosophes franceses anticiparon los acontecimientos revolucionarios de 1789 con su asalto a la ideología del viejo régimen. Como Engels escribió en el Anti-Dühring: “Los grandes hombres que iluminaron en Francia las cabezas para la revolución en puertas obraron ellos mismos de un modo sumamente revolucionario. No reconocieron ninguna autoridad externa, del tipo que fuera. Lo sometieron todo a la crítica más despiadada: religión, concepción de la naturaleza, sociedad, orden estatal; todo tenía que justificar su existencia ante el tribunal de la razón, o renunciar a esa existencia.

El entendimiento que piensa se aplicó como única escala a todo. Era la época en la que, como dice Hegel, el mundo se puso a descansar sobre la cabeza, primero en el sentido de que la cabeza humana y las proposiciones descubiertas por su pensamiento pretendieron valer como fundamento de toda acción y toda asociación humanas; pero luego también en el sentido, más amplio, de invertir de arriba abajo en el terreno de los hechos la realidad que contradecía a esas proposiciones”. (Engels, Anti-Dühring, Introducción.) El impacto de este fermento pre-revolucionario en Francia se hizo sentir mucho más allá de las fronteras de ese país: en Alemania, en Inglaterra e, incluso, en Rusia. En literatura, las viejas formas cortesanas estaban desapareciendo gradualmente. Esto se reflejó en la poesía de Wolfgang Goethe -el poeta más grande que Alemania haya producido-. Su gran obra maestra, Fausto, está llena de un espíritu dialéctico.

Mefistófeles es el espíritu vivo de la negación que lo penetra todo. Este espíritu revolucionario encontró un eco en los trabajos posteriores de Mozart, particularmente en Don Giovanni, que entre otras cosas contiene un conmovedor estribillo con las palabras: “¡Viva la libertad!” Pero es solamente con Beethoven que el espíritu de la Revolución Francesa encuentra su expresión verdadera en música. Ludwig Van Beethoven nació en Bonn el 16 de noviembre de 1770; fue hijo de un músico de origen flamenco, Johann, quien fue empleado de la corte del Arzobispo. Su padre puede ser considerado como un hombre áspero, brutal y disoluto. Su madre, María Magdalena, sobrevivió su martirio con silenciosa resignación. Los primeros años de Beethoven no fueron felices. Esto probablemente explica el carácter introvertido y algo hosco del compositor, así como su espíritu rebelde. La educación temprana de Beethoven fue, en el mejor de los casos, incompleta. Dejó la escuela a la edad de once años. La primera persona en reconocer el potencial enorme del chico fue el organista de la corte, Gottlob Neffe, quién le mostró los trabajos de Bach, especialmente el Clave bien temperado. Observando el talento precoz de su hijo, Johann intentó convertirlo en un niño prodigio -un nuevo Mozart-. A la edad de cinco años fue presentado en un concierto público. Pero Johann estaba condenado a la decepción: Ludwig no era ningún pequeño Mozart. Asombrosamente, no tenía ninguna disposición natural para la música y tuvo que ser obligado. Fue así que su padre lo envió a varios profesores para que le metieran la música en la cabeza.

Beethoven en Viena

En esta época, Bonn, capital del Electorado de Colonia, era un remanso provinciano y tranquilo. Para avanzar, el joven músico tuvo que ir a estudiar música en Viena. Su familia no era rica, pero en 1787 el joven Beethoven fue enviado a la capital por el arzobispo. Allí conoció a Mozart al cual dejó impresionado. Más tarde, uno de sus profesores sería Haydn. Pero después de solamente dos meses tuvo que volver a Bonn porque su madre estaba gravemente enferma. Ella murió poco tiempo después. Ésta sería la primera de muchas tragedias personales y familiares que persiguieron a Beethoven toda su vida. En 1792, el año en que Louis XVI fue decapitado, Beethoven finalmente se trasladó de Bonn a Viena, donde viviría hasta su muerte.

Los retratos que han llegado a nosotros muestran a un joven introvertido y sombrío, con una expresión que transmite una sensación de tensión interna y de naturaleza apasionada. Físicamente no era hermoso: una cabeza grande con una nariz aguileña; una cara marcada por la viruela, y pelo grueso y espeso que nunca parecía estar peinado. Su tez oscura le ganó el apodo de “el español”. Bajo, rechoncho y bastante torpe, tenía el porte y las maneras de un plebeyo -un hecho que no podía disimular con la ropa elegante que usaba cuando joven-. Este rebelde nato se presentó en la aristocrática y refinada Viena desaliñado, pobremente vestido y malhumorado, con ninguno de los aires y gracias cortesanos que se pudieron haber esperado de él. Como cualquier otro compositor de la época, Beethoven fue obligado a depender de concesiones y comisiones de patrones ricos y aristocráticos. Pero éstos nunca llegaron a poseerle. Él no era un músico cortesano -como Haydn, quien estaba en la corte de la familia Esterházy. Qué pensaban de este hombre extraño no se sabe, pero la grandeza de su música le garantizó encargos y, por lo tanto, un sustento económico.

Él, que desdeñaba el convencionalismo y la ortodoxia, debió haberse sentido totalmente fuera de lugar. No estaba interesado en lo más mínimo en su aspecto personal o en su ambiente. Beethoven era un hombre que respiraba y vivía para su música y era indiferente a las comodidades mundanas. Su vida personal era caótica e inestable, y se le podía describir como un bohemio. Vivió en la miseria más extrema. Su casa era siempre un desastre, con restos de comida por todos lados e incluso orinales sin vaciar. Su actitud respecto a los príncipes y a los nobles que le pagaban fue capturada en una pintura famosa. En ella se muestra al compositor durante un paseo con el poeta Goethe, el archiduque Rodolfo y la emperatriz. Mientras que Goethe, respetuoso, se quita cortésmente su sombrero y cede el paso a la pareja real, Beethoven los ignora completamente y continúa caminando sin mostrar ningún respeto a la familia imperial. Esta pintura contiene el espíritu entero del hombre, un espíritu audaz, revolucionario, intransigente. Sofocándose en la atmósfera burguesa de Viena, escribió este comentario desesperado: “Mientras que los austriacos tengan su cerveza oscura y sus pequeñas salchichas, nunca se rebelarán”.

Una época revolucionaria

El mundo en el que nació Beethoven era un mundo turbulento, un mundo en transición, un mundo de guerras, revolución y contrarrevolución: un mundo como el nuestro. En 1776, los colonos americanos ganaron su libertad con una revolución que tomó la forma de una guerra de liberación nacional contra Gran Bretaña. Éste fue el primer acto de un gran drama histórico. La Revolución Americana proclamó los ideales de la libertad individual que se derivaban de la Ilustración Francesa. Apenas una década después, las ideas de los Derechos del Hombre volvieron a Francia de una manera aún más explosiva. La toma de la Bastilla marcó, en julio de 1789, un momento decisivo en la historia mundial. En su periodo de ascenso, la Revolución Francesa erradicó toda la basura acumulada del feudalismo, puso a una nación entera a sus pies y se enfrentó a toda Europa con valor y determinación. El espíritu de liberación de la Revolución en Francia se extendió por Europa como un fuego arrasador. Tal período exigió nuevas formas de arte y nuevas maneras de expresión. Esto fue logrado con la música de Beethoven, que expresa el espíritu de su tiempo mejor que cualquier otra cosa. En 1793, los jacobinos ejecutaron al rey Luís XVI de Francia. Una ola de conmoción y miedo se extendió por todas las cortes de Europa. La actitud hacia la Francia revolucionaria se endureció. Aquellos “liberales” que inicialmente habían saludado la revolución con entusiasmo, ahora se escabulleron al rincón de la reacción.

El antagonismo de las clases acaudaladas hacia Francia fue expresado por Edmund Burke en su obra Reflexiones sobre la revolución francesa. Por todas partes, los partidarios de la revolución fueron vistos con suspicacia y además perseguidos. Ya no era seguro ser un amigo de la Revolución Francesa. Éstos eran tiempos tempestuosos. Los ejércitos revolucionarios de la joven República Francesa derrotaron a los ejércitos de la Europa monárquico-feudal y estaban contraatacando en todos los frentes. El joven compositor fue desde el principio un ardiente admirador de la Revolución Francesa y estaba horrorizado por el hecho de que Austria fuera la fuerza principal en la coalición contrarrevolucionaria contra Francia. La capital del imperio estaba infectada de un ambiente de terror. El aire estaba enrarecido por la sospecha; los espías aparecían por todas partes y la libre expresión fue sofocada por la censura. Pero lo que no podía expresarse con la palabra escrita encontraría su expresión en música grandiosa. Sus estudios con Haydn no iban muy bien. Beethoven ya estaba desarrollando ideas originales sobre la música, lo cual no era del agrado de su viejo maestro, aferrado firmemente con el antiguo estilo cortés y aristocrático de la música clásica. Era un choque de lo viejo con lo nuevo.

El joven compositor se estaba haciendo famoso como pianista. Su estilo era violento, como la edad que lo produjo. Se dice que golpeaba las teclas tan fuerte que rompía las cuerdas a menudo. Comenzaba a ser reconocido como un compositor nuevo y original. Tomó Viena por asalto. Se convirtió en todo un éxito. La vida, empero, puede jugar las bromas más crueles sobre hombres y mujeres. En el caso de Beethoven, el destino le preparaba un final particularmente cruel. En 1796-97 Beethoven cayó enfermo, posiblemente con un tipo de meningitis que le afectó su sentido del oído. Tenía 28 años y estaba en la cima de su fama… pero estaba volviéndose sordo.

Hacia 1800, experimentó los primeros signos de sordera. Aunque no se volvió totalmente sordo hasta los últimos años, tener conciencia de que su condición se deterioraba debió haber sido una tortura terrible. Se volvió una persona deprimida e incluso suicida. Escribió acerca de su tormento interno y de cómo solamente su música lo contuvo de quitarse la vida. Esta experiencia de intenso sufrimiento y la lucha por superarlo, tiñe su música y la imbuye de un espíritu profundamente humano. En su vida personal nunca fue feliz. Tenía el hábito de enamorarse de las hijas (y las esposas) de sus ricos patrones, y sus relaciones siempre terminaron malamente y con nuevos arranques de depresión. Después de uno de estos momentos escribió:¡El arte, y solamente el arte, me ha salvado! Me parece imposible dejar este mundo sin haber dado todo lo que he sentido nacer dentro de mí.

Al principio de 1801 sufrió una severa crisis personal. Según El testamento de Heiligenstadt, se encontraba al borde del suicidio. Pero habiéndose recuperado de su depresión, Beethoven se lanzó con vigor renovado al trabajo de la creación musical. Estos incidentes hubieran destruido a un hombre más débil. No obstante, Beethoven convirtió su sordera -una discapacidad paralizante para cualquier persona, pero una catástrofe para un compositor- en una ventaja. Su oído interno le proveyó de todo lo que era necesario para componer música grandiosa; y en el mismo año de su crisis más devastadora (1802) compuso su gran sinfonía Eroica.

La dialéctica de la sonata

La dinámica de la música de Beethoven era enteramente nueva. Compositores anteriores escribieron piezas tranquilas y piezas ruidosas, pero ambas estaban totalmente separadas. Con Beethoven, por el contrario, pasamos rápidamente de una a la otra. Esta música contiene una tensión interna, una contradicción que exige una urgente resolución. Es la música de la lucha. La forma de la sonata es una manera de elaborar y de estructurar la materia musical. Se basa en una visión dinámica de la forma musical y es dialéctica en esencia. La música se desarrolla a través de una serie de elementos en oposición. A finales del siglo XVIII la forma de la sonata dominó mucha de la música compuesta. Aunque no era nueva, la forma de la sonata fue desarrollada y consolidada por Haydn y Mozart. Pero en las composiciones del siglo XVIII tenemos la forma de sonata solamente de una forma potencial y no su contenido verdadero. En parte (pero solamente en parte) ésta es una cuestión de técnica. La forma que Beethoven utilizó no era nueva, pero sí lo era la manera en que la utilizó. La forma de la sonata comienza con un primer movimiento rápido, seguida de un segundo movimiento más lento, un tercer movimiento que es más alegre en el carácter (originalmente un minueto, más adelante un scherzo, que literalmente significa “broma”) y termina como comenzó, con un movimiento rápido.

Básicamente, la forma de la sonata se basa en la línea de desarrollo A-B-A. Vuelve al principio, pero a un nivel superior. Esto es un concepto puramente dialéctico: movimiento mediante contradicción, la negación de la negación. Es un tipo de silogismo musical: exposición-desarrollo-recapitulación, o, expresado en otros términos, tesis-antítesis-síntesis. Esta clase de desarrollo está presente en cada uno de los movimientos. Pero hay también un desarrollo global en el que temas conflictivos terminan reconciliándose en un “final feliz”. En la coda final volvemos a la tonalidad inicial, creando la sensación de una apoteosis triunfal. Esta forma contiene el germen de una idea profunda y tiene el potencial para un desarrollo serio. Puede también ser expresada por una amplia gama de combinaciones instrumentales: piano solo, piano y violín, cuarteto de cuerdas, sinfonía… El éxito de la forma de la sonata fue facilitado por la invención de un nuevo instrumento musical: el pianoforte. Éste podía expresar la dinámica completa del romanticismo, mientras que el órgano y el clavicordio estaban restringidos para tocar la música escrita según los principios de la polifonía y del contrapunto.

El desarrollo de la forma de la sonata estaba ya bien avanzado a finales del siglo XVIII. Alcanzó su punto álgido en las sinfonías de Mozart y de Haydn y, en cierto sentido, podría decirse que las sinfonías de Beethoven son solamente una continuación de esta tradición. Pero, en realidad, la identidad formal encubre una diferencia fundamental. En sus orígenes, la forma de la sonata predominó sobre su contenido real. Los compositores clásicos del siglo XVIII estaban principalmente preocupados por conseguir la corrección de la forma (aunque Mozart es una excepción). Pero con Beethoven el contenido verdadero de la forma de la sonata emerge finalmente. Sus sinfonías provocan un sentimiento incontenible de un proceso de lucha y de su desarrollo a través de contradicciones. Aquí tenemos el ejemplo más sublime de la unidad dialéctica entre forma y contenido. Éste es el secreto por excelencia de todo arte. Tales alturas se han alcanzado raramente en la historia de la música.

La oscura larga noche

El optimismo revolucionario de Beethoven estaba a punto de experimentar su prueba más seria. A pesar de que Napoleón había restaurado todas las formas exteriores del Ancien Régime, el miedo y la repugnancia hacia la Francia napoleónica por parte de la Europa monárquica no era menos que antes. Los monarcas europeos temían la revolución incluso en la forma degenerada y torcida del Bonapartismo, igual que más tarde temieron y odiaron la caricatura burocrática estalinista de Octubre. Conspiraron contra él, pusieron en marcha ataques contra él, intentaron por todos los medios de estrangularlo y de sofocarlo. El avance de los ejércitos de Napoleón en cada frente dio contenido material a estos sentimientos de alarma. Los regímenes reaccionarios de la Europa monárquica, liderados por Inglaterra con sus suministros ilimitados de oro, tensaron cada nervio y tendón para enfrentar la amenaza desde Francia. Nosotros entramos en un convulsivo período de guerra, conquista extranjera y luchas de liberación nacional, que, con alzas y bajas, duraron más de una década. El Grande Armée de Napoleón casi conquistó el conjunto de la Europa continental antes de, finalmente, sufrir una derrota grave en las congeladas tierras de Rusia en 1812. Debilitado por este duro golpe, una fuerza Anglo-Prusiana derrotó finalmente a Napoleón en los fangosos campos de Waterloo. Para Beethoven el año 1815 fue marcado por dos desastres: uno en la escena internacional, el otro de carácter personal: la derrota de Francia en Waterloo y la muerte del querido hermano del compositor, Kasper.

Afectado profundamente por la pérdida de su hermano, Beethoven insistió en hacerse cargo de la educación de su hijo, Karl. Esto llevó a una disputa larga y amarga con la madre de Karl sobre la custodia. El período después de 1815 fue uno de reacción negra. La contrarrevolución monárquico-feudal triunfó en toda regla. El congreso de Viena (1814-15) reinstaló el dominio de los borbones en Francia. Metternich y el Zar de Rusia pusieron en marcha una verdadera cruzada para derrocar regímenes progresistas por todas partes. Revolucionarios, liberales y progresistas fueron encarcelados y ejecutados. Se impuso una ideología reaccionaria basada en la religión y en el principio monárquico. Las monárquicas Austria y Prusia dominaron Europa, apoyadas por las bayonetas de la Rusia zarista. Es verdad que la guerra contra Francia contenía elementos de una guerra de liberación nacional en países como Alemania, pero el resultado fue enteramente reaccionario. El caso más claro de esto era España. El dominio extranjero fue derrocado por un movimiento nacional, cuyo componente principal eran las “masas oscuras” -un campesinado pisoteado y analfabeto bajo la influencia de un clero fanático y reaccionario-.

Bajo el reinado de Fernando VII, la reacción reinó en España, donde el experimento de una constitución liberal fue aplastado. Las magníficas y tortuosas pinturas de los últimos años de Goya reflejan la esencia de este período turbulento. Las pinturas y aguafuertes de Goya son una reflexión gráfica del mundo que él vio a su alrededor. Como la música de Beethoven, estas pinturas son más que arte. Son una declaración política. Son una furiosa protesta contra el espíritu prevaleciente de la reacción y el oscurantismo. Así, para subrayar su protesta, Goya eligió el camino voluntario del exilio fuera del régimen represivo del rey traidor Fernando VII, su viejo protector. Goya no estaba solo en su odio hacia el monarca español -Beethoven rehusó enviarle sus obras-. Hacia 1814 -la fecha del congreso de Viena- Beethoven estaba en el pináculo de su carrera. Pero la creciente reacción en Europa, la cual enterró las esperanzas de una generación, tuvo un efecto desalentador sobre el espíritu de Beethoven. En 1812, cuando la marcha del ejército de Napoleón fue detenida a las puertas de Moscú, Beethoven trabajaba en su Séptima y Octava sinfonías. Y después de 1815, el silencio.

Él no escribió más sinfonías durante casi una década, cuando escribió su última y más grandiosa sinfonía. La derrota final de lo que restaba de la Revolución Francesa enterró todas las esperanzas y sofocó el impulso creativo. Durante los años de 1815 a 1820 se observó una declinación aguda en la producción de Beethoven comparada al enorme flujo de música del período anterior. Solamente seis obras de importancia fueron producidas en tantos años. Estas incluyen el ciclo de canciones An der fernte Geliebte (Al amado distante), las últimas sonatas para violoncelo y piano, las sonatas para piano Opus 101 y la gran sonata Hammerklavier -un trabajo lleno de contradicciones internas y discordia, posiblemente reflejando la discordia en su vida personal-. Él estaba profundamente sordo ahora. Leemos historias desgarradoras de su lucha para oír algo de sus propias composiciones. Éstas tienen un carácter filosófico cada vez más contemplativo e introvertido.

El movimiento lento de la sonata de Hammerklavier, por ejemplo, es abiertamente trágico, reflejando un sentido de aceptación. La sordera de Beethoven lo condenó a una soledad agonizante, empeorada por períodos frecuentes de carencia material. Se volvió más introvertido que nunca, malhumorado y suspicaz, lo que sirvió solamente para aislarlo todavía más de otra gente. Después de la muerte de su hermano, desarrolló una obsesión con su sobrino Karl y se convenció de que él debía estar a cargo de la educación del muchacho. Utilizó toda su influencia para conseguir la custodia sobre su sobrino y después negar el acceso de la madre de Karl a su hijo. Sin embargo, careciendo de cualquier experiencia de paternidad, trató a Karl con una dureza y rigidez excesivas. Esto llevó eventualmente a Karl a intentar suicidarse -un golpe devastador para Beethoven-. Más adelante se reconciliaron, pero todo el asunto llevó solamente a una gran infelicidad y dolor para cada implicado. ¿Cuál era la razón de esta obsesión extraña? A pesar de su naturaleza apasionada, Beethoven nunca tuvo éxito en la formación de una relación satisfactoria con una mujer y no tenía ningún hijo propio. Todas sus emociones fueron vertidas en su música.

El resultado fue un beneficio eterno para la humanidad, pero dejó indudablemente un vacío en la vida personal de Beethoven. Ya no un hombre joven, sordo, solo y enfrentado al naufragio de todas sus esperanzas, intentaba desesperadamente llenar el vacío en su alma. Frustrado en la esfera política, Beethoven se lanzó a lo que él se imaginaba era la vida familiar que nunca había tenido. Esta clase de situación es bien sabida por los revolucionarios. Considerando que en tiempos de auge revolucionario, los asuntos personales y de la familia parecen palidecer en insignificancia, en períodos de reacción tales cosas asumen una significación mucho mayor, induciendo a cierta gente a separarse del movimiento y buscar refugio en el seno de la familia. Es verdad que este asunto no muestra a Beethoven de la forma más favorable, y alguna gente mezquina ha intentado utilizar el episodio de Karl para ennegrecer el nombre de Beethoven. Tales acusaciones recuerdan la observación de Hegel de que ningún hombre es héroe para su sirviente, quien ve todas las faltas de su vida personal, sus excentricidades y vicios. Pero como comenta Hegel, el sirviente puede criticar estos defectos. El alcance de su visión no llega más allá de aquellos asuntos triviales y eso explica porqué él no será más que un sirviente y no un gran hombre. Por todos sus defectos (y los defectos son inevitables en todos los seres humanos), Beethoven fue uno de los hombres más grandes que vivieron nunca.

Aislamiento

A pesar de todo, en esta noche larga y oscura de la reacción, Beethoven nunca perdió la fe en el futuro de la humanidad y en la revolución. Ahora se ha vuelto normal referirse a su gran humanitarismo. Esto es correcto hasta cierto punto, pero no va suficientemente lejos. Esto coloca a Beethoven al mismo nivel que párrocos, pacifistas y señoras mayores bienintencionadas que dedican su tiempo libre a las “causas dignas”. Es decir, coloca a un gigante al mismo nivel que a un pigmeo. La perspectiva de Beethoven no era apenas un humanitarismo vago que desea que el mundo sea un lugar mejor pero nunca va más allá de impotentes y piadosas buenas intenciones. Beethoven no era un humanista burgués sino un partidario republicano y un ardiente militante de la Revolución Francesa. No estaba dispuesto a entregarse a la reacción prevaleciente o al compromiso con el status quo. Este intransigente espíritu revolucionario nunca lo abandonó hasta el final de sus días. Había hierro en el alma de este hombre que lo sostuvo a través de todas sus aflicciones y tribulaciones en la vida. Su sordera le duró los últimos nueve años de su vida. Uno a uno, él había perdido a sus más íntimos amigos y estaba completamente solo. En esta soledad desesperada, Beethoven se vio reducido a comunicarse con la gente mediante la escritura. Descuidó su apariencia aún más que antes, y daba el aspecto de un vagabundo cuando salía. Con todo, incluso en tales circunstancias trágicas, él estaba trabajando en sus obras maestras más grandes. Como Goya en su período negro, ahora componía no para el público sino para él mismo, encontrando la expresión para sus pensamientos más íntimos.

La música de sus últimos años es el producto de la madurez de la edad avanzada. No es música bella sino muy profunda. Trasciende el Romanticismo y señala el camino adelante al tortuoso mundo de nuestra propia época. Lejos de ser populares en esta época, los trabajos de Beethoven estaban totalmente fuera de moda. Estaban contra el espíritu de los tiempos. En periodos de reacción, el público no quiere ideas profundas. Así, después de la derrota de la Comuna de París, las operetas ligeras frívolas de Offenbach hacían furor. La burguesía de París no quería recordar los conflictos y las tensiones sino beber champán y mirar los numeritos de las vedettes de las revistas. Las melodías felices pero superficiales de Offenbach reflejaron este espíritu perfectamente. En este período Beethoven escribió la Missa Solemnis, la Grosse Fuge y los últimos cuartetos de cuerdas (1824-26), música muy por delante de su tiempo. Esta música penetra mucho más hondamente en las profundidades del alma humana que casi cualquier otra composición musical. Sin embargo, tan extraordinariamente original era esta música que mucha gente realmente pensó que era signo de que Beethoven se había vuelto loco. Beethoven no prestó absolutamente ninguna atención a todo esto. No se interesó para nada en la opinión pública y nunca fue discreto en cuanto a la expresión de sus opiniones. Esto era peligroso. Solamente su estatus como compositor famoso le mantuvo fuera de la prisión.

Debemos considerar que en aquél tiempo Austria era uno de los principales centros de la reacción europea. No sólo la política sino también la vida cultural fueron sofocadas. Los espías de la policía del emperador estaban en cada esquina. La censura vigilaba atentamente todas las actividades que podrían considerarse, incluso, ligeramente subversivas. Bajo tales circunstancias, el respetable burgués vienés no quería escuchar música compuesta para arengarlos a luchar por un mundo mejor. Prefería que sus oídos fueran suavemente rozados por las óperas cómicas de Rossini -el compositor en boga-. Por el contrario, la gran Missa Solemnis de Beethoven fue un fracaso. El tormento en el alma de este gran hombre encontró su reflejo en esa composición extraña conocida como la Grosse Fuge. Es una música intensamente personal que indudablemente nos dice mucho sobre el estado de ánimo de Beethoven en este tiempo (escuche aquí). Aquí estamos en presencia de un mundo de conflicto, de disonancia y de contradicciones sin resolver. No era lo que el público quería escuchar.