7 de octubre de 2023

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DE JARDINERO DEL EDÉN A CAPITALISTA

Marcos Winocur.

26 de abril de 2011

Introducción

¿Por qué Dios creó al hombre? Yo no encuentro otra respuesta que ésta: porque necesitaba un jardinero para su Edén. Y un detallito: ¿por qué llevó por nombre Adán? Porque Dios es muy aficionado a los mensajes subliminales, a los juegos de palabras y aquí la clave resulta tan simple que da risa: Adán lleva ese nombre porque, dicho al revés, arroja la palabra “nada”. Y eso quiso decirnos Dios: que somos una nada. Pero no lo hemos comprendido.

Así es, de los siete pecados capitales pienso que la soberbia es uno de los más frecuentados, fuente de errores pues sobreestimamos nuestras capacidades y poderes, y entonces es cuando perdemos como en la guerra.

Y eso se puso en evidencia desde muy antiguo. ¿Cómo sucedieron las cosas? Veamos. Con motivo del conflicto de la manzana, Adán y Eva tuvieron que dejar el Paraíso. Ahora bien, puestos en situación de dar o no el fatídico mordisco, ello implicó una elección: continuar siendo ignorantes e inmortales o bien cambiar a mortales y sabios. Sin entender cómo venía la jugada, Eva y Adán, llevada una por la tentación y el otro por la solidaridad de pareja, y tal vez ambos por la desobediencia debida de hijo a Padre, pasaron de la primera a la segunda alternativa, es decir, perdían la inmortalidad a cambio del acceso al saber, sin contar que ¡adiós, vida regalada del Edén!

Dan ganas de matarlos, qué par de tontos. En fin, como es sabido, el saber, lejos de traerle la paz, hace del hombre un ser desdichado. Lo registra el “Eclesiastés”, es parte de su filosofía. Lo dice el alma popular a través de un misérrimo campesino en “La guerra y la paz” de Tolstoi: “El hombre que piensa no es feliz”. Mantenerse en la ignorancia, en cambio, resulta sinónimo de dicha. Y en el caso, para siempre. Así, el paquetazo que le toco al hombre incluía, a más del saber, su inevitable desdicha, y la muerte.

¿Recuerdan la historia...?

Fue aquella historia de Eva, Adán y el Diablo bajo forma de serpiente. Cuando Dios desterró a la pareja del Edén, se agregó este castigo para Eva: estarás -le anunció- sujeta al dominio del hombre. Dios no era feminista y Eva ya había hecho sus primeras armas llevando a Adán a comer de la manzana prohibida. De modo que la mujer también se las traía. Dizque dominada por el hombre, desde entonces desarrolló su natural don de manejarlo sin que éste se diera cuenta.

Y castigados se fueron los dos a picar piedra a la Tierra. Y pasaron los milenios. ¿Y qué vino a ocurrir? A los descendientes de Eva y Adán les ha dado por hacer nuevas trampitas. A ver si como sabios reconquistan la inmortalidad perdida. Pero es una apuesta difícil como ninguna. A ver, recordemos. En el “Libro de la Sabiduría” del Antiguo Testamento, se dice: “Dios creó inmortal al hombre”. Y también: “por la envidia del Diablo entró la muerte al mundo”. Claro: éste estaba celoso de la obra de Dios, el perfecto Edén, y buscó dónde descargar la maldad: la pareja de humanos. A ellos Dios había recomendado: “del árbol del conocimiento del bien y del mal no comeréis; porque el día en que comiérais de él, moriríais sin remedio”. Y el astuto Diablo -que sabe doblemente: por Diablo y por viejo- comprendió que ahí podía meter una cuña. Y lo logró. Así, la elección de comer la manzana, además de lo dicho, significó decidirse entre obedecer o no al Padre, pues no se supone que la pareja identificara a Satanás bajo la piel de la víbora.

Y si es cierto que la intriga del Diablo en el Edén acabó logrando sus fines -así paga el Diablo-, tampoco Dios, después de la desobediencia, quería que Adán y Eva reconquistaran lo que al parecer ya había caducado, el original atributo de la inmortalidad: “no vaya a extender su mano (el hombre) para que tome todavía (los frutos) del árbol de la vida y comiendo (de ellos) viva para siempre.” Todo lo cual está así escrito en el “Génesis”. Y bien, Dios y el Diablo vinieron a coincidir, el primero dando un castigo, el segundo por la satisfacción de hacer daño.

La inmortalidad, amenaza mortal

Vemos así la multiplicidad de la elección del hombre: ignorancia e inmortalidad, por un lado y, por el otro, la sabiduría y la muerte; ello entraña decidirse entre la felicidad y la desdicha, entre el suave Edén y la áspera Tierra. Asimismo, optar por Dios o “lo Otro” que es el Diablo, elección que resulta a la vez moral: entre el bien y el mal, y que puede también entenderse como la desobediencia del hijo hacia el Padre, en tiempos en que Dios no estaba al tanto de la psicología familiar. Muy bien. Tal es el panorama. Pero hoy al hombre, decíamos, le ha dado por hacer trampitas. A ver si la ciencia le proporciona los medios para reconquistar la inmortalidad, y así eludir el castigo divino. Toda la ciencia, toda la sabiduría del hombre, en última instancia, a eso tienden: matar la muerte. Naturalmente, la Medicina. Pero, también el conjunto del conocimiento, la Física, para dar un ejemplo: la electricidad gobierna, sin cuyo manejo no hay aparatos para investigar el genoma humano, el cual parece camino promisorio para dar con las claves del prolongar la vida y ¿por qué no? reconquistar la inmortalidad. Pero no nos vaya a ocurrir lo que nos pasó con la energía nuclear: ha resultado muy efectiva... para el genocidio. Una fuente “inmortal” de energía, todavía no debidamente controlada en su uso pacífico, y la bomba.

Conclusiones

El jardinero del Edén devino ciudadano de la Tierra para quien el trabajo fue maldición. Y lo sigue siendo hoy, cuando en manos del hombre está producir el máximo de bienes con el mínimo de trabajo y sin embargo el abismo entre los hartos y las “bocas inútiles” no cesa de crecer en el mundo. Cuanto más poderosas son las fuerzas productivas, más desigual resulta la distribución de sus frutos. Por su parte, el universo se muestra proclive a un cierto diálogo, sin olvidar de prevenirnos sobre los límites del actuar humano. Cuando todo eso ocurre, la ciencia, las tecnologías, es una maravilla desplegarlas. Pero... sirven tanto a construir como a destruir.

El balance del siglo XX, que se proyecta al XXI, no resulta alentador para el hombre. Más le hubiera valido quedarse humildemente donde estaba, como jardinero del Edén y no devenir, ciego de soberbia, el administrador capitalista de la Tierra.