7 de octubre de 2023

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CRISIS Y CULTURA

Por: Tito Alvarado.

27 de abril de 2009

(Argenpress). A fines del año 2008 se ha hecho visible un proceso que venía de antes, el quiebre, que puede ser definitivo, del sistema. Cuando son ellos los que pierden se le llama crisis, pero cuando son millones los pobres aumentando en número y en pobreza, esas cifras de seres humanos en la constante frustración y única preocupación de pasar el día, no cuentan. Esta crisis se prolongará por todo el año 2009 y nadie nos puede decir que no seguirá creciendo en el 2010. Las cifras en contra y sus nefastas consecuencias irán aumentando con los sacrificios y dramas que ello significa para varios miles de millones de seres humanos y también para la naturaleza en todo el planeta.

En este periodo, entre muchas malas noticias, tendremos tres constantes:

una, la política de políticos fuera de la realidad con soluciones de parche en sus intentos desesperados por mantener el control y los privilegios. Surgirán otras visiones aportando soluciones de fondo, nada indica que vayan a ser escuchadas o que tengan la audacia de encontrar la fórmula que permita sumar caudales de cambio;

dos, la efervescencia social, desde los esfuerzos individuales por sobrevivir hasta la lucha organizada en pequeños grupos o en grandes frentes. Los primeros recurrirán a vender todo lo que les sea posible vender, incluido su propio cuerpo, o trabajar en oficios “inusuales”, por decir algo que se aproxime, y hasta trabajar por lo justo para sobrevivir. Se perderán los sueños y la vergüenza. Los que vean en la organización entre iguales su tabla de salvación, deberán recurrir a la imaginación y a la presión para no retroceder en dignidad y mantener la esperanza y la solidaridad: ollas comunes, manifestaciones y protestas. Si lograran avanzar y convertirse en una fuerza que amenace el sistema, el poder echará mano a sus aparatos armados para acallarlos;

tres, la violencia, un factor de desquilibrio que estará presente en todas sus formas, grados y niveles sociales. Quizá la principal sea la delincuencia común expresada en robos menores, asaltos, secuestros y muertes por unos pocos pesos, pero también estará presente el asesinato de familias completas, luego el suicidio del asesino y la policía reprimiendo a quienes manifiestan su descontento. En menos medida podrá darse que exista un incremento de las bandas, los paramilitares y hasta la posibilidad de rebeliones armadas.

Hasta la fecha, mucho del drama actual, es el producto de decisiones nefastas tomadas en oficinas y aceptadas por el fatalismo de que cada uno se siente casi nada ante el poder de quienes deciden. Esto ha cambiado y seguirá cambiando. La crisis del sistema se produce por una serie de diversos factores acumulados, hasta que el sistema financiero, económico y de dominio llega a un callejón sin salida, sumado a los otros callejones sin salida que son los cambios climáticos, la crisis alimentaria y la crisis energética, producirá un cambio en la cultura. La crisis desterrará muchos falsos valores, que han sido los cimientos del sistema.

Toda crisis es un momento de quiebre en que conviven las señales de muerte de lo viejo y las señales incipientes de lo nuevo, sin que necesariamente signifique que de toda crisis surge algo completamente nuevo, pues los seres humanos en su lucha y unidad, su necesidad del otro y a la vez rechazo, actúan por intereses: unos para no perderlos, otros para obtenerlos. De esta lucha y unidad de contrarios que se necesitan a veces surge la ilusión de que avanzamos, que algo profundo ha cambiado para que luego todo vuelva a lo mismo en escala superior. Salvo que en esta crisis hay factores nuevos, y por lo mismo, posibilidades de que todo caiga y que de esos escombros se levante algo radicalmente distinto. En realidad lo de hoy es una crisis de civilización, un dilema en que o asumimos el cambio y salvamos la vida en el planeta o el no cambio terminará matándonos a todos.

Reafirmando la idea anterior puedo decir que esta crisis nos habla con estruendo del derrumbe de lo que se tenía por seguro, con desesperación de lo no funciona, pero no acaba de morir, de lo que podría venir, pero no acaba de nacer. En tiempos de crisis conviven dos visiones fundamentales: una que se esfuerza

por salvar lo que está en crisis y otra que propicia una ruptura total, el comienzo de algo nuevo. Por lo tanto veamos a toda crisis como una oportunidad de avanzar hacia nuevas fronteras, una oportunidad para implementar cambios.

La crisis, en tanto quiebre y apertura, redimensiona los espacios públicos y privados. Cada ser humano se verá confrontado a su esencia y está se manifestará de acuerdo a las leyes internas que mueven su ser. Su interacción con otros en los mismos apuros dará como resultado una situación que podemos denominar: crisis cultural.

Entiendo que hay una ley universal que mueve a los seres humanos: la ley del menor esfuerzo, como también existe una fatalidad que me atrevo a llamar de efecto retardado; tenemos en la cabeza imágenes de las diversas realidades generadas en un ayer y en base a ellas respondemos a las situaciones presentadas en un hoy, por lo tanto algunas respuestas aparecen desfasadas en el tiempo. Cambia la realidad mucho más rápido que nuestra capacidad de responder ante lo nuevo.

Para hablar de crisis basta ver las cifras de cientos de miles de personas que pierden sus empleos y los estragos que esta situación produce. Otros querrán que veamos las grandes compañías declarando la bancarrota y/o cerrando definitivamente. Yo no me ocuparé de ellas, pues éstas han estado siempre en guerra unas contra otras, en guerra contra sus trabajadores, en guerra por los mercados, que pierdan ahora unas cuantas no me dice otra cosa que no sea una aceleración del descalabro que a diario crean. Ahora les toca a algunas más, eso es todo. En eso no hay drama, el drama es la gente que pierde su modo de vida, su esperanza y se queda con la única certeza de que ya no tiene futuro.

La cultura como palabra acepta muchos significados, por ello es imprescindible que nosotros fijemos cual significado le damos y facilitar con ello el entendimiento. Cultura es la acumulación y lucha de valores morales, ideas, representaciones y resultados materiales de un conjunto humano determinado, en un espacio y un tiempo determinados.

En tiempos de crisis la cultura toda está en crisis, pues los valores morales, las ideas, las representaciones, los resultados materiales han perdido su base de sustentación. Salvo que primero ocurren los hechos, luego, como en cámara lenta, los seres humanos procesamos internamente, para luego exteriorizar los hechos que produjeron la crisis y los hechos que la crisis produce. Se da un tiempo en que cada cual sigue estando en el tiempo que ya no existe mientras la descomposición avanza. En este espacio tiempo vital, es cuando algunas mentes ven más lejos y nos entregan sus luces, poco importa que no todos tengamos las capacidades para escucharlos. Es también en este tiempo que quienes nos ocupamos de hacer un trabajo cultural nos enfrentamos al dilema: sucumbir a la desesperación, al juego fácil de entretener o asumir el desafío de ser crítica mortal, de señalar un camino haciéndolo florecer en las mentes, de proyectar los mejores valores humanos, que siempre están más allá de toda religión o de todo pequeño interés político. Es en este periodo en que podemos dar saltos de calidad en nuestro trabajo afirmándonos en la realidad para apoyar la conciencia humana, para alentar la sobreviviencia, para proyectarnos como humanidad toda.

Tres asaltos a la realidad

Hemos definido el sentido que le damos a la palabra cultura, definición que puede ser compartida, discutida o hasta negada, sin embargo eso no quita que aquí reafirme esa definición para aplicarla a la comprensión de lo que es el momento actual y lo que la crisis significa para el trabajo cultural.

En tiempos normales hay una cultura general, al interior de la cual sobreviven y luchan varias subculturas. En tiempos de crisis hay dos culturas en lucha: la que está en crisis y la que se anuncia más las otras subculturas que también tienen el mismo dilema, pero en forma ampliada. Todas ellas conforman una sola.

Por razones de espacio hablaremos de la cultura dominante, desde tres asaltos:

Primer asalto: crisis en la cultura

En estos momentos, a nueve años del inicio del tercer milenio, la crisis financiera afecta los super bancos y la bolsa, esto produce una crisis en la economía que afecta las grandes compañías y esta se refleja en el estado, la comuna, la familia y las personas. Lo primero que se pierde es la confianza, luego vienen los estragos de la pérdida de empleos y la paulatina alteración de la “normalidad”. Las condiciones para la crisis venían creándose lentamente desde mucho antes en una forma imperceptible. Es el mismo sistema el que crea los monstruos de su propia destrucción. Para existir, el estado de cosas en que unos pocos imponen reglas en su propio beneficio, necesita de la ilusión.

Son varios cientos de millones los seres humanos que no saben leer, son varios miles de millones los que sabiendo leer, no leen. Somos varios millones de escritores intentando acaparar un público sin un plan coordinado para impulsar la lectura. Somos una especie en vías de extinción. Nosotros intentamos poner ideas en circulación, abrir puertas a diversas posibilidades, ampliar el horizonte de expectativas, mostrar distintas realidades. El sistema, por medio de sus aparatos de dominación ideológica, proyecta una justificación de cada uno de sus actos dando “moralidad y aceptabilidad” a lo inmoral desde el punto de vista de las necesidades y potencialidades de la sociedad humana. Es inmoral el hambre, la desnutrición, la falta de educación, la indigencia, la pobreza, la explotación irracional de los recursos del planeta, la extinción de especies, la contaminación ambiental, pero mucho más inmoral e irritante es la desmesurada riqueza en manos de unos pocos mientras los muchos viven en condiciones infrahumanas.

Esto señala una crisis en la acumulación y lucha de valores morales, ideas, representaciones y resultados materiales de un conjunto humano determinado en un espacio y un tiempo determinados, es decir una crisis en la cultura, y se expresa de muchas formas, una de ellas es el elitismo, el escapismo, la puesta en marcha de mafias, la masificación de la chabacanería, etc. La mayor crisis de la cultura es que los seres humanos ya no pueden vivir como vivían, pero no asumen la audacia del cambio.

Segundo asalto, cultura de la crisis

La crisis de la cultura crea una cultura de la crisis, una forma en que cada uno de nosotros se enfrenta a la mortificante realidad. Por mucho que esta no nos afecte en la misma medida que a quien tenía un trabajo y hoy no lo tiene ni tiene esperanza de tenerlo a corto plazo. Analizar como funcionan las respuestas es imposible sin que vayamos a lo más general. Puede haber tantas respuestas como individuos, pero invariablemente hay dos caminos en la interacción de los seres humanos en sociedad: o se encierran en un progresivo aislamiento, autosensura, mutismo, evasión, locura, etc.; o se abren a respuestas colectivas, movilizaciones, protestas, sindicatos, grupos de presión, etc. Estas respuestas generales podemos ponerlas bajo la lupa de cuatro constantes;

a) la sobrevivencia

En tiempos “normales” los estragos del sistema están ahí, ya sea en estado latente o en resultados palpables, como también están presentes los mecanismos ideológicos que nos empañan la visión o vuelven invisible lo obvio. En esos tiempos hay espacio para soñar, pero no hay los apremios de hacer posible esos sueños, la ideología nos dice que todos los sueños pueden ser, pero no hay apuro. En estos tiempos de crisis hay una necesidad imperiosa de soñar, en el entendido de que el sueño es vislumbrar aquello que está más allá y que nos alienta en la vida, pero no hay tiempo para hacerlo realidad. La lucha por la sobrevivencia abarca todo nuestro espectro de preocupaciones. De vivir con una meta, un horizonte para un mañana, pasamos a vivir el momento sin otras preocupaciones que resolver las urgencias de sobrevivir.

Sobrevivir es la corrupción de la vida, es la menos vida, que nos deshumaniza y destruye la capacidad de vernos en otra realidad. Esta deshumanización destruye nuestras capacidades de respuesta y nos adentra en los torbellinos de vivir al día ocupados de nosotros mismos;

b) la evasión

Ante la realidad que ha cambiado tan abruptamente y tan en contra, cada ser humano tiene mecanismos que le permiten remontar las aguas torrentosas, en unos puede ser la evasión, en otros, los menos, la creación. Todos necesitamos un momento de alejamiento, de soledad, de ensimismamiento, de disfrute de aquello que nos eleva en la ensoñación, de instantes sin preocupaciones. La diferencia está en que para cada uno, estas necesidades de descanso y carga espiritual son distintas, absolutamente individuales y dependen en mucho de lo que cada cual ya tiene en su interior. Quien tiene menos vida interior tiene menos mecanismos de defensa para enfrentar con integridad la crisis y en general será presa fácil de quienes convertirán estas necesidades en negocio: el esparcimiento sin contenido, la banalidad como un valor, el ocultamiento de la realidad, la cosificación del cuerpo humano, la drogadicción, el alcoholismo, el juego y otros “escapes”;

c) el imaginario

La realidad a diario nos muestra su superioridad en relación a la ficción. El imaginario, en su proyección interna, en su manifestación personal; en su proyección social, en su manifestación abierta hacia lo público, depende de la realidad. La realidad es tanto lo que hay en un momento dado como la suma de lo que hubo y sobre todo lo que cada cual percibe como realidad. La realidad es también el hecho de que alguien la asuma como tal. Por lo mismo pueden convivir en un tiempo y espacio dado múltiples realidades no asumidas y realidades asumidas que no son tal. Por otra parte tomamos como realidad imágenes que vemos ya sea de presencia propia o por medio de informantes, que no muestran todo, que manipulan, que dosifican lo real de acuerdo a necesidades e intereses externos. Este cuadro de realidades parcialmente vistas, parcialmente asumidas, parcialmente creídas, parcialmente negadas son nuestra realidad y es tan aplastante, tan invasiva, tan superior a la pequeñez de cada uno, que es asumida como superior a la imaginación.

Un estudio más profundo nos dirá que la superioridad de la realidad es menos cierto de lo que parece, en parte depende de una incapacidad humana: no podemos describir algo que no hayamos visto. Este detalle de fuerza mayor nos deja en la imposibilidad de que nuestro imaginario sea superior a la realidad, pues cuanto imaginemos o asumimos como ficción será siempre una suma de pequeñas piezas de la realidad, hábilmente unidas para que parezcan como más allá de las realidades que la generaron.

En una crisis la deshumanización se amplifica. La realidad se torna mucho más invasiva hasta hacerse insoportable. En parte se pierde la capacidad de sorprenderse. En la medida de que ya no distinguimos claramente lo real, el imaginario se atrofia. El accionar deshumanizado de los seres humanos, produce una mayor deshumanización y desnaturaliza completamente al ser humano, incluidos los espacios para imaginar algo distinto y las capacidades para ponerlo en práctica;

d) la proyección

Solamente los locos, entre los que podemos distinguir a políticos audaces, aves raras cuya existencia a diario se pone en duda; a creadores fuera de serie, que no siempre son los que más venden o los más populares o bien considerados por la crítica; a personas justas, solidarias, de alma pura, pueden ver hacia adelante y mencionar lo que nadie se ateve a decir pues se lo impiden los convencionalismos. Estos locos no son los que podemos encontrar en los centros de “salud mental” o a la cabeza de grandes empresas, bancos, partidos políticos o estados. Hablo de quienes proyectan lo que viene, lo que puede ser, sin pedirnos nada a cambio ni mucho menos aplastarnos con sus decisiones. Son los adelantados que nadie escucha hasta que el mercado los hace vendibles o las terribles urgencias y necesidades humanas los imponen con sus soluciones.

Se da la paradoja de que la proyección, la capacidad de ver y presentar alternativas hacia otras posibilidades, hacia otras soluciones, hacia otras realidades, siendo lo más necesario, se hace un bien escaso y cuando aparece nadie le presta la debida atención, pues estamos ocupados en salvar lo poco que nos queda.

En este espacio tiempo en que todo, absolutamente todo, está en duda, no son los políticos, los banqueros, los “hombres de negocio”, los guías espirituales ni los técnicos ni los burócratas quienes nos sacarán del marasmo. Miles de seres humanos haciendo política en sus urgencias, intentado cambiar su destino y los creadores mostrando lo que está más allá de la realidad serán los encargados de apoyar este despertar. La proyección es un camino de liberación y una labor cultural titánica imprescindible.

Tercer asalto, la cultura en la crisis

Ya hemos visto que en una crisis es la cultura la llamada a jugar un papel más allá del ego o de las leyes del mercado. Para que ese rol le sea posible ha de hacerse un trabajo cultural que a la vez sea crítica mortal y proyecte un mundo distinto, alcanzable poniendo en tensión las capacidades humanas para romper el miedo atávico hacia lo desconocido. Estamos hablando de un trabajo cultural que libere y posibilite la participación de todos en su propio destino.

Toda crisis es un momento de tensión en donde o se amplifica más de lo mismo o se cambia de raíz lo probado y podrido. Estamos hablando de una cultura de, y para el cambio. Entendemos que este momento es una oportunidad irrepetible, nos encontramos en la cuerda floja de: o cambiamos la vida y avanzamos o nos cambia la vida y retrocedemos hacia el primitivismo e incluso hacia la desaparición de la civilización humana. En el universo conocido, tanto micro, como macro universal, no existe nada, absolutamente nada al margen del movimiento. Esta verdad que debiera ser la primera verdad a aceptar por todos, no lo es pues una gran mayoría percibe como lo mismo el hecho de moverse y el de avanzar. Moverse no es avanzar, aunque para avanzar hay que moverse. Avanzar no siempre es, en lo inmediato, hacia un estadio superior y sin embargo todo movimiento es una superación.

Estas leyes que más tienen que ver con la física que con la filosofía poco nos dicen a quienes trabajamos en lo cultural. Nuestros límites son conocidos: un breve periodo de productividad, un estrecho campo de acción, unos escasos medios para la difusión nos impiden vernos en la continuidad, proyectarnos en lo que está por venir. Son las limitantes contra las cuales debemos batallar para superar la cultura de la crisis y estabilizarnos en una cultura de seres humanos que tenga como meta la humanización de la naturaleza, la naturalización de la humanidad.

Pasado, presente y futuro

Toda cultura resume aportes anteriores, la suma en el tiempo del accionar de muchos que nos dan como resultado un ahora, un presente, ese periodo infinitesimal que vivimos ya y se nos acumula en la memoria, esa tenue línea entre lo que fue y lo que será.

El futuro, que en mucho depende de ese pasado y este presente, es continuidad y salto, proyección de utopías, espacio hecho posible con los actos que sumamos cada día, también es el fatalismo del menor esfuerzo, del dejar a otros hacer lo suyo o que las soluciones nos caigan del cielo. Las respuestas de hoy tienen mucho de la cultura a la cual pertenecemos y lo que en el marco de esa cultura entendemos como lo realizable en este momento, que en muchos casos es una simple justificación para continuar en lo mismo.

Nada de lo que ocurrió ayer deja de tener incidencia en el hoy, nada de lo que ocurre hoy deja incólume el mañana. El detalle es que los hechos, primero ocurren, luego viene alguien y nos relata lo ocurrido. Quienes los hacemos posibles somos todos, quienes los relatan son unos pocos y estos los acomodan a los parámetros de la ideología dominante. En este trasvasije mucho se pierde y gran parte de lo que se recupera se distorsiona, esto que se pierde y esto que se distorciona incide en que proyectemos hacia adelante un mundo sin continuidad, un mundo que va de tumbo en tumbo, desechando valores, costumbres, tradiciones. Está pérdida nos dificulta el trabajo a quienes estamos en el quehacer cultural. Se pierden puentes de comunicación entre generaciones, se pierden puntos de contacto entre culturas, se pierde sentido y se termina creyendo que todo ocurre sin conexión, vemos el mundo como si este fuera un acumular de fotos dispersas en tiempo y espacio.

Lo ineludible en cuatro cuadros

En cada instante estamos enfrentados a lo ineludible: la vida, la muerte, el amor, el odio. En una crisis estos ineludibles adquieren una dimensión distinta, como desdibujados en la bruma de los problemas o en el peor de los casos se inclinan peligrosamente hacia el fin de lo hermoso, hacia la menos luz, hacia las terribles consecuencias del salvaje egoísmo.

La vida

Por tal entendemos lo que se mueve con energía propia y ésta la encontramos en millones de formas. Una característica de la crisis actual es que la vida está amenazada. Los cambios climáticos son el producto de la irracionalidad humana, que agota los recursos sin prever para las generaciones futuras. La amenaza de extinción de miles de especies se agrava por la aceleración de los cambios climáticos.

La muerte

Es una etapa en los procesos naturales. En todo ser vivo tenemos como punto final una muerte y con esta se inicia un proceso que genera nueva vida en otros muchas formas, hasta la recomposición total de lo esencial contenido, materialmente hablando, en esa vida que ha llegado a su punto de muerte.

Lo terrible es que los seres “racionales”, los que podemos observar, conocer y admirarnos de lo hermoso que es vivir, somos los culpables de la mayor amenaza contra la vida de toda la historia natural. Ya no se trata de la continuación de un proceso como parte de lo que entendemos por vida, la acción humana ha roto el equilibrio del medio ambiente en el que se han desarrollado múltiples formas de vida, en dependencia y reciprocidad de unas con otras, la extinción de unas acelera la extinción de otras. Hay conciencia de lo terrible que se avecina, pero no hay acciones al nivel de la envergadura del problema. El resultado será desastroso para la economía y no está descartado que lo sea para la sociedad humana y para la vida misma.

El amor

Es más que la unión de dos cuerpos en un acto, es la constante de energía positiva que posibilita la continuidad de las especies. Sin oxígeno e hidrógeno en sus formas puras y en sus formas de unidad y carga positiva, es decir: sin aire y sin agua, no hay vida. Sin amor la vida no tiene ningún sentido.

Dice una canción de Violeta Parra que “al malo sólo el cariño lo vuelve puro y sincero”, es una verdad que no siempre logra imponerse. La sociedad humana tiene perversiones legales, velos ideológicos que justifican lo moralmente injustificable, que permiten a unos detentar y usufructuar del poder, a otros aceptarlo como un mal necesario y a los más les permite mirar para otro lado como si nada malo estuviera ocurriendo ante sus ojos.

Perversiones y velos ideológicos que nos condicionan a la no expresión del cariño y a estar en permanente disposición contra nuestros semejantes. Pese a esos condicionamientos y contra esas perversiones y autoengaños es que debemos imponernos, desde el trabajo cultural, la vía de salvación por y hacia el amor, en sus expresiones sociales de convivencia fraterna y desarrollo de todo el potencial de crecimiento humano. Los esotéricos le llaman a esto energía crística, nosotros podemos llamarla energía pura.

El odio

Es la fuerza que nos adelanta el momento final, es también el resultado del miedo a lo desconocido. Odiamos por miedo a perder la seguridad de lo que tenemos, odiamos por haberlo perdido, odiamos por defender algo que creemos nos pertenece. El odio ha sido la característica mayor de la especie humana, ahí está la historia llena de los actos de odio cubriendo los espacios públicos, y estos, con ser terribles, no logran despertar un rechazo que los deseche como práctica humana.

Cuanto hemos logrado como civilización ha sido posible sobre lo que han dejado y permitido las violentas manifestaciones de odio, en sus formas de asesinatos, reyertas, golpes de estado, invasiones, guerras, opresiones, violaciones, esclavitud, etc. y otras muchas no tan violentas, pero igualmente funestas. Imaginemos cuánto más hubíeramos podido lograr si todos nuestros actos estuvieran guiados por amor.

Diez piezas para rearmar el rompecabezas del trabajo cultural

Uno, hacia o desde o mejor hacia y desde

Independiente de los méritos, el reconocimiento y el nivel alcanzado por los artistas y su arte, una gran mayoría trabaja desde un pedestal y entrega su aporte hacia un público del que sabe poco, casi nada. La ideología dominante les ha encasillado en una forma de hacer cultura que siempre es de un yo creador, semi dios, hacia una masa receptora. Otros, los menos, proponen, y muchas veces lo logran, hacer su trabajo desde una masa con rostro generalizado. Pagan el precio de ser ignorados por los aparatos del sistema. En este empeño de hacer su trabajo desde receptores con rostro genérico se desdibujan y no avanzan en que este quehacer deje huellas profundas y marque rumbos.

Es hora de intentar la audacia de realizar un trabajo cultural sin las trampas del sistema y en una continua retroalimentación hacia y desde públicos definidos, incorporándolos a la labor de creación.

Dos, espectadores o actores o mejor simplemente actores

Cada día, vemos, vivimos y sufrimos los efectos de decisiones tomadas desde las fuentes del poder, al amparo de sus leyes y sus gobiernos. Nosotros, el pueblo, somos la contuidad de esas decisiones en cifras: consumidores, contribuyentes, electores y otras muchas definiciones que caben todas en la categoría de espectadores, entes pasivos ante al drama de nuestra propia vida, sin otro poder que la capacidad de sobre vivir. Todo es espectáculo, nos movemos alrededor de un gran escenario, donde ocurren las cosas y nosotros siempre estamos en la sala de espectadores. La solución normal en tiempos normales sería pasar a ser actores.

La caída del modelo, lo que vemos y continuaremos viendo nos impone el único camino: simplemente ser actores. Esto, dicho más como una categoría política, pues políticos son todos nuestros actos sociales o que afectan a otros integrantes de la sociedad. En tanto el medio de expresión y desarrollo de nuestro talento es el trabajo cultural somos actores, lo que se requiere hoy es que lo sean todos los seres humanos y que esta transformación se exprese en un accionar más cultural que político.

Tres, ego sobredimensionado o fuerza pura

El arte es representación, comunicación e intento de comunión. El artista busca producir un impacto, una conmoción en quien recibe su arte. Hasta aquí todo iría bien sino fuera por que en un sistema de libre mercado impera la lógica del libre mercado. Las obras y los artistas no escapan a esta lógica, que a la larga deshumaniza el arte y lo vuelve simple mercancía, Esta misma lógica sobredimensiona al artista elevando su ego y asignándole el papel de aval del sistema.

El verdadero arte trasciende su tiempo, pues logra expresar humanidad que trasciende el tiempo y los valores negativos en los que se basa el sistema.

A este verdadero arte se llega intentado expresarse con fuerza pura. Partir de un yo para llegar a un otro yo que nos trasciende. Partir de un yo fuera de las reglas del brillo individual para expresar los otros yo que sufren, que viven y mueren buscando un espacio de felicidad bajo el sol. Es la vida misma que clama hoy por un verdadero arte, expresión de la fuerza pura que anima a los verdaderos artistas.

Cuatro, burocratización o democratización de la cultura

Los países “desarrollados” miden la cultura con recursos en funcionarios, en bibliotecas, en salas de espectáculos, etc. Todo está regulado y previsto, se cuenta con los edificios, las oficinas y las personas para asegurar la administración de algo que se administra con leyes de mercado. En los países emergentes los recursos son menores y el quehacer cultural queda en manos los propios artistas, pero sin ninguna facilidad para el desarrollo de lo suyo. En los países que están más abajo en la escala de recursos disponibles, todo está por hacerse.

Sin embargo la existencia de recursos no indica que allí se produzcan más obras, sino que estas son más conocidas. La producción de obras artísticas no depende de los funcionarios ni de las salas de cultura ni de los computadores ni de las facilidades que se le dé al artista, depende de quienes estamos en el trabajo.

En España las bibliotecas públicas no aceptan un libro de regalo, son los funcionarios los que deciden qué se compra. En suecia lo aceptan y luego envían el cheque por correo. En Canadá, depende de cada provincia, en todas lo aceptan, en unas dan las gracias en forma verbal, en otras envían una carta, en las menos envían una carta dando las gracias y el respectivo cheque. Sin embargo lo que caracteriza todos estos ejemplos es que existen funcionarios, no son creadores, casi nunca son creativos y siempre están para seguir un padrón de conducta que no tiene mucho que ver con una disposición de facilitar el acercamiento entre el creador y un público. De todas maneras hay una concepción de obras culturales más de museo que atesora cosas inertes, que de centro para mostrar los latidos de la sociedad.

Se valora en todos estos ejemplos la democracia como algo poco menos que sagrado, salvo que esta palabra con todo su significado acumulado no alcanza a rozar los bordes del trabajo cultural. Si nadie nos conoce seguimos siendo parias o dependiendo de un amigo o de las veleidades de un funcionario. Para ser conocidos debemos estar en el mercado con sus reglas y valores, es decir haciendo cultura para entretener, poco importa cual sea nuestra definición en términos de política partidista.

Distinto sería si democratizáramos la gestión cultural.

Cinco, al fatalismo de chocar con la misma piedra, la habilidad de asumir lo nuevo
Se ha repetido muchas veces que somos los únicos animales capaces de tropezar dos o más veces con la misma piedra. Quizá esta nada envidiable característica tenga mucho que ver con la ley del menor esfuerzo y, en parte, con el fatalismo de creernos el cuento de que nada podemos contra lo establecido.

Esta piedra es móvil, etérea y la podemos encontrar en todas partes, aunque la mayor de las veces se encuentra en nuestras propias habilidades para ver y sortear los peligros, peligros que en periodos de crisis se amplifican y se diversifican. Ya poco importará que estemos frente al mismo problema, pues parecerá otro y sin duda habrá más piedras con las cuales chocar.

El miedo a lo desconocido se vuelve contra nosotros y nos inclina a caminar por senderos ya recorridos. La única forma de no volver a chocar pasa por el desarrollo de nuestras habilidades, que en este caso nos debieran conducir a aceptar lo nuevo sin miedo y asumirnos nosotros en la capacidad de modificar creadoramente el entorno, nuestro accionar y sus resultados.

Seis, el arma de la imaginación

La mente humana continúa siendo un amplio campo en exploración. Sabemos bastante, poco, casi nada en relación a lo que falta por saber de como funciona. La mente es un maravilloso computador mal conocido y peor aprovechado.

Alguna gente, que forma parte del consorcio de los iluminados, cree y pregona que ellos son la solución. No quieren entender que todos somos únicos ni que desde esta unicidad todos tenemos algo que aportar a las soluciones. Pero el asunto no es de individuos, el drama actual es de la supervivencia de la civilización humana. En un punto en que todas las vías comienzan a cerrarse, solamente la imaginación puede aportarnos la o las claves para continuar la vida. Por lo mismo, la imaginación se vuelve un arma imprescindible a ser usada para encontrar soluciones.

Siete, ver la hierba crecer

Cuántas cosas existen, están ahí y no las vemos, cuántos gestos de amor llenan nuestra vida sin que los hayamos apreciado en su justo valor, cuántos momentos de comunión y nosotros sin darnos cuenta, cuántas personas han necesitado nuestra ayuda y nosotros sordos y ciegos a sus necesidades, cuántas situaciones han cambiado ante nuestros ojos y hemos permanecido ciegos.

La hierba crece lentamente, las urgencias nos impiden ver su crecimiento, esto que es una realidad, es a la vez una imagen, para ilustrar el penoso hecho de que por las urgencias no atendemos lo importante. No vemos la hierba crecer, no vemos el instante en que la flor se abre, el instante en que se producen los cambios. Asistimos a la maravilla sin haber sido testigos de como se produjo. Asistimos al cambio sin darnos cuenta que se ha producido.

Nuestra responsabilidad para con nuestro arte, para con nosotros mismos en tanto personas dedicadas a atrapar y expresar la sensibilidad humana es ver la hierba crecer, es captar y mostrar el instante supremo, es mostrar la maravilla de lo nuevo, es deleitar y deleitarnos con lo que está naciendo y es a la vez una responsabilidad de supervivencia de la humanidad toda, el contribuir desde el arte a establecer una cultura de sensibilidad y acción.

Ocho, naturalización de la sociedad humana

Ya sea en un breve análisis o en un estudio profundo del devenir de la sociedad humana en todos los tiempos, encontramos como característica la ausencia de humanidad, extendida esta como valores de convivencia armónica entre todos. La historia siempre la cuentan los vencedores. En ella vemos la crueldad, las guerras innecesarias, los atropellos, las injusticias, el robo presentados como algo normal inevitable y en esta normalidad atrofiada hemos crecido y creído.

A tal punto estas historias son un velo que aún hoy, cuando disponemos de los medios para estar medianamente informados, seguimos prisioneros de la aceptación de un modo de vida en sociedad deshumanizado, un modo de vida que nos mata. Es el dominio de la desnaturalización, alejamiento de la naturaleza y de lo natural al ser humano, ser hermano de todos.

No habrá solución real a la crisis sin la naturalización de la sociedad.

Nueve, humanización de la naturaleza

La larga lucha del ser humano por la libertad, es la larga historia de equívocos al creer que la libertad es hacer lo que dictan nuestros deseos, sin tener en cuenta los factores del medio ambiente que lo impiden ni los factores económicos o físicos.

Lejos estamos aún de conseguir la libertad sino emprendemos la audacia de humanizar la naturaleza, es decir conocer sus leyes de funcionamiento y dominarlas según las necesidades sociales. Recién en esta etapa estaremos más cerca de la libertad, aquella que habla del desarrollo sin restricciones de todas nuestras potencialidades, aquella que habla de nuestro accionar teniendo presente al otro que comparte nuestro espacio y nuestro tiempo, pues mi libertad termina donde comienza la del otro.

Diez, al cambio de las reglas del juego, el juego y el fuego del cambio de las reglas

Toda sociedad para asegurar su continuidad, tiene normas regulatorias de las relaciones sociales que sus miembros establecen entre si e ideas que las justifiquen. Estas pueden estar escritas en forma de leyes o reglamentos o no estar escritas en la forma de códigos de conducta, costumbres, tradiciones. Estas normas a diario se transgreden.

Desde el punto de vista del transgresor, transgredir una norma no es tan grave sino se descubre y prueba su transgresión, a veces es hasta justificable y socialmente aceptable. Que determinadas normas estén establecidas no significa que sean justas o que sean necesarias ni que sea imposible cambiarlas. Su mayor significado es que responden a la ideología de los sectores dominantes al momento de establecerse legalmente o como costumbre.

Toda crisis, por ser un momento de intensa lucha entre ruptura y continuidad, es una oportunidad para el cambio de reglas, reglas que no responden a las necesidades de toda la sociedad. Este momento de cambio en que todo está en duda, en que todos los caminos tienden a cerrarse, en que las amenazas son globales y en muchos casos finales, se impone con desesperación la urgente necesidad de cambiar las reglas de juego, la necesidad de establecer el fuego de discutir unas nuevas reglas, para que lo sean deben responder a las ideas e intereses de la mayoría.

Socialmente hablando, primero es el cambio luego es la ley, primero es la norma de hecho, luego es de derecho. Sin embargo nadie puede asegurar que esto, que es consecuencia, sea una manera de establecer y afianzar lo nuevo. Las necesidades humanas han estado y están ahí, pero las leyes no responden a esas necesidades, pues las ideas dominantes imponen su dominio justificándose como ideas de la mayoría. El ser que es no tiene conciencia de su ser, es la alienación de la cultura.

Cultura de cambio, cultura de ver, analizar y expresar el ser que somos, cultura como una poderosa herramienta liberadora.

Conclusión abierta o preguntas para conversar con la almohada

¿Perdidos en el espacio?

Quizá si, quizá no. Lo que afecta la sociedad hasta sus cimientos, afecta la vida de cada una de las personas que vive en ese espacio tiempo. Las formas en que esos efectos se manifiestan, nos hablan de ante que personas estamos y como estas siguen su marcha.

Según sea como los efectos de la crisis se manifiestan en nosotros, tendremos un espectro de respuestas que van desde los que es más de lo mismo, los que no ven nunca el dolor ajeno, los que crecen en valor, los que se aíslan, los que redoblan la lucha, los que son hoja al viento, los que cambian y se venden, los que adquieren la dignidad de muchos, los que iluminan con sus actos, los que renuncian a la vida. Cada cual tiene sus razones. Todos en mayor o menor medida están perdidos en el espacio, poco importa el tiempo en que andan perdidos. Algunos se reencuentran rápidamente, otros se pierden en forma definitiva, son los menos. En este periodo incierto la única certeza es que hay un quiebre. Nadie puede decir con certeza que vendrá más tarde, aunque todos temamos lo peor.

Este es un momento irrepetible, en el que quienes trabajan desde y hacia la cultura somos los primeros sacrificados y paradojalmente cuando menos recursos, cuando menos público tenemos, cuando más circo pone en circulación el sistema, cuando ya muchos han perdido las esperanzas, somos más necesarios en los deberes de ser luz, proyecto, esperanza, aportar imaginación y sobre todo vernos en la posibilidad irrepetible del cambio, necesario, urgente, importante.

Singular plural

Generalmente hablamos de Cultura a secas, como si su significado fuese compartido por todos, con ello pretendemos ahorrarnos explicaciones y manifestamos el hecho de verla como un todo. La realidad muestra ser diversa, cambiante y por lo tanto multifacético. Aceptar esto debiera permitirnos hablar no de cultura sino de culturas y asumirlas en cohexistencia y lucha, desde una relación simbiótica hasta una callada o estridente lucha de ideas.

El sistema se apoya en la individualidad y lo resalta como un valor que lo acerca al más puro egoísmo. Cada uno de nosotros tiene la magia de ser único, pero esta unicidad no impide que nos reconozcamos en otros que reconocemos como iguales, ya sea por circunstancias, por intereses, por objetivos, por valores, por idioma, por conocimientos, por gustos, etc. Esta semejanza de individualidades forman lo que podemos llamar los intereses colectivos, es aquí donde muchas veces el individuo se pierde, como también se pierde el individuo en la cotidianeidad de los avatares de la vida: el trabajo o su búsqueda, la seguridad, la comida, etc.

En nuestro caso es tremendamente fácil creer que somos mejores que los demás. A diario los mensajes del sistema te dicen que eres alguien si eres conocido, si vendes, si recibes premios, si se habla de ti. También a diario la realidad nos asalta con mensajes de seres humanos en los infiernos del hambre, de la falta de trabajo, de la insalubridad, de las guerras, de la violencia.

Adelantar el mundo que queremos

Cada uno de nuestros actos puede, debe ser un adelanto del mundo que queremos

Aportemos arte en todas sus manifestaciones, para cambiar y salvar la vida. El primer paso es querer.