7 de octubre de 2023

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EL TIBET Y LAS MENTIRAS DEL DALAI LAMA

Por: Dmitri Kósirev.

17 de marzo de 2009

(RIA NOVOSTI). La rebelión del Tíbet contra el Gobierno central de China estalló hace cincuenta años el 10 de marzo de 1959. Dalai Lama, líder espiritual de una de las sectas budistas del Tíbet abandonó su patria hace esos mismos años (17 de marzo) entonces, tenía 24 años, ahora tiene 74.

Transcurrido medio siglo, tanto en el Tíbet como fuera de sus fronteras han cambiado muchas cosas y son varias las generaciones que no saben qué fue lo que ocurrió en esa lejana primavera.

Fueron acontecimientos muy ilustrativos que en esencia, reflejan las contradicciones entre la conservación de las costumbres y tradiciones y los cambios que impone la evolución cultural.

Para empezar, vale recordar cuál fue la actitud del Gobierno comunista que llegó al poder en China en 1949 con respecto a Tíbet.

A propósito, hasta ese momento, el Tíbet era parte de China, más exactamente, desde el siglo XIII bajo el imperio de Kublai Kan, nieto de Gengis Kan y primer emperador chino de la dinastía Yuan que unió a su imperio a China y el Tíbet.

Desde esos tiempos remotos, el territorio chino no ha cambiado mucho, a excepción de la independencia de Mongolia.

Hay que saber muy mal la historia para confundir a Mao Zedong y Kublai Kan .

En conversaciones sostenidas en Pekín en 1951, Dalai Lama no habló sobre la independencia del Tíbet sino sobre las condiciones para conservar su autonomía.

Dalai Lama propuso al nuevo gobierno la misma fórmula que hasta entonces se habían aceptado los gobernantes chinos; Pekín asumía los asuntos de defensa y política exterior sin intervenir en la vida interna y forma de vida de la población del Tíbet.

Y Mao Zedong aceptó. Puede ser porque el nuevo poder chino en esos momentos no contaba con recursos y posibilidades para hacer cambios en esa provincia lejana donde era casi imposible llegar. Todavía existe la polémica sobre si Mao fue un comunista auténtico, pero nadie puede negar que el controvertido líder chino ante todo fue un pragmático.

En 1955, el primer ministro chino permitió al corresponsal del diario soviético Pravda Vsévolod Ovchínikov visitar el Tíbet. Para esos años, fue prácticamente el único extranjero que pudo ver con sus propios ojos ese país desconocido. Ovchínikov escribió dos libros sobre el Tíbet en los que plasmó sus observaciones y juicios saturados de asombro y algunas veces, hasta de horror.

Por lo visto, las autoridades chinas quisieron que el periodista soviético describiera cómo Pekín cumplía las promesas hechas a Dalai Lama en relación a que el Gobierno chino no intervenía en los asuntos internos de la autonomía.

Los reportajes de Ovchínikov testificaron al mundo que en el Tíbet seguía siendo un reducto del feudalismo y esclavismo inalterable desde el siglo XIII.

En sus relatos, el periodista soviético contó por ejemplo, la suerte fatídica de tres esclavos fugitivos castigados con cargar un enorme yugo de madera con tres agujeros para sus cabezas.

Lo macabro ocurría con la muerte de uno de los castigados, ya que los dos reos restantes debían portar el cadáver de su compañero durante varios días hasta que llegara el funcionario de determinado rango con la llave para abrir el único candado que cerraba el yugo.

Además, por las calles de la Lhasa, la capital del Tíbet se veía muchas personas a las que les había cortado la nariz, las orejas o una mano en un castigo por delitos de acuerdo a las leyes que imperaban sólo en la autonomía y sin vigencia en el resto de China.

Entonces, el Tíbet era una región en donde vivían 850.000 vasallos o esclavos y 130.000 monjes libres al servicio de los lamas.

¿Y que podía pensar de esto Dalai Lama, líder de una doctrina religiosa que reconocía la superioridad del rico feudal y la inferioridad del campesino miserable, del monje inferior, del esclavo y finalmente la mujer?

Pues ese era precisamente el orden que establecía el budismo tibetano como resultado ineludible de la sucesión kármica, producto de virtudes o vicios en vidas o reencarnaciones pasadas.

Al respecto de Dalai Lama, Ovchínikov recuerda que durante una exposición industrial en 1954, Dalai Lama causó pánico porque en un momento se apartó de la delegación china y apareció más tarde en un pabellón donde se exponía trenes de juguete.

A propósito, la primera vía de ferrocarril se instaló en el Tíbet apenas el año antepasado.

¿Se puede incriminar al joven líder espiritual por querer conservar la forma de vida de sus antepasados?

¿Se puede acusar que Dalai Lama de estar implicado en la rebelión de 1959 que supuso la ruptura de los acuerdos suscritos en 1951?

Muchos se equivocan cuando piensan que los sucesos de 1959 fueron producto del "Gran Salto" (los experimentos ultra comunistas, preludio de la Revolución Cultural en China).

El Gran Salto comenzó mucho después, y Pekín no tuvo tiempo para violar el acuerdo pactado con Dalai Lama.

En el Tíbet, los lamas tenían otros problemas más serios, eran varios centenares de jóvenes que habían recibido educación en las escuelas y centros de capacitación técnicas chinos.

La rebelión ocurrió cuando la élite tibetana comprendió que esto era el síntoma de un cambio a una forma de vida que no cambió por siglos.

Pekín reprimió la insurrección con métodos extremadamente duros, los instigadores escaparon a India, entre ellos, Dalai Lama.

Todavía es complicado establecer si Dalai Lama emigró por su propia iniciativa o fue evacuado por gobiernos "benefactores", como también es difícil establecer hasta qué punto pudo estar implicado en la violencia que estalló durante la rebelión.

La historia de la emigración del Tíbet es triste. Esa gente afirma que cuentan con caminos secretos que llegan a la patria para recibir información de sus simpatizantes, pero la mayor parte de esos tibetanos en el exilio, inmersos en la forma de vida occidental, no saben cuál era el Tíbet que había antes y mucho menos cuál es el rostro actual del Tíbet.

La gran mentira sobre el Tíbet al alcance en cualquier parte del mundo por los clubes de amistad y fondos de solidaridad rompe todos los récords de desinformación comparable tal vez con la campaña de desinformación sobre Kosovo o la situación en Timor.

Otro mito es que Dalai Lama es el líder espiritual de los budistas del mundo. Dalai Lama no representa el budismo chino, ni el de sudeste asiático y el budismo zen en Japón.

En realidad los budistas del Tíbet son el 2 % de los budistas del mundo.

Además, en el Tíbet existen cuatro escuelas budistas independientes y Dalai Lama pertenece a una de ellas, la gelugpa que se distinguen por sus vistosos bonetes amarillos.

En realidad, Dalai Lama es un líder religioso con pocos discípulos religiosos, una cantidad enorme de adeptos políticos y un número todavía mayor de simpatizantes engañados por una acertada estrategia informativa.

Repetir la tesis sobre la opresión del Tíbet y la destrucción cultural de este pueblo es tan absurdo como afirmar que hasta 1949 Tíbet era un país independiente.

Aunque, después del rebelión de 1959, sí hubo cambio en el Tíbet, se abolió la servidumbre y la esclavitud, se expropio la tierra a los monasterios y se repartió a los campesinos para que la trabajaran sin pagar impuestos durante veinte años.

Pekín ha invertido en Tíbet dinero en carreteras, salud y educación. No ha impuesto ninguna asimilación porque todavía los chinos representan menos del 5 % de la población que asciende a 3,5 millones de habitantes.

Una población que en cincuenta años se triplicó, más que todo porque aumentó el doble la esperanza de vida, ya que en 1959 el promedio de vida en el Tíbet apenas rozaba los 30 años.

Sin lugar a dudas el Tíbet de hoy no es el mismo al que había hace cincuenta años.

¿Será indispensable lamentarlo como aconsejan muchos?

¿O podemos ser optimistas en el futuro del pueblo tibetano, con o sin budismo?.