7 de octubre de 2023

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INSTRUCCIONES PARA AJUSTICIAR UN TORO

Por Eduardo Pérsico (*).

4 de febrero de 2009

¿…dónde ganaste esos cuernos, cabrón?

Es bien sabido que todo cristiano bien nacido merece su fiesta taurina, y como también sabemos que los toros deben ajusticiarse por el daño inferido a nuestra especie, vayan sugerencias de facilitar la faena.

De primera, jamás esperar a que el toro salga al ruedo cuando se le cante, así que a buscarlo con el grupo más decidido al heroísmo patriótico o como se llame, y si la bestia animal se escondiera a oscuras, - según acostumbran esos cobardes- iluminarlo a reflectores millón de bujías y espetarle ‘oye hijoputa, ¿no teneís pelotas para enfrentar a este manojo de valientes’? Y pensemos, si ahí Dios no alumbra con alguna otra sagrada ocurrencia ese instante memorable, embocarle a la bestia promiscua unas buenas municiones del ‘40 entre pecho y espalda, que por baja moral que ostente se sentirá bien molesta. Un buen momento para abanicarlo con pases de capote y preguntarle ‘¿dónde ganaste esos cuernos, cabrón?’. Y si el miura no reacciona, con nuestra mejor gallardía jerezana o parecida gritarle, ‘tu vaca es una flor de putanga que mientras tú la juegas de bestia sanguinaria ella te adorna con toda la ganadería’. Vamos, que esa acusación nunca falla, y si ahí mismo el toro no se hinca para que lo descabellen, insistamos todos los buenos por la gracia de Dios, ‘eres como tu madre, esa vaca más puta que las gallinas’. Que a no despreciar, eso ofende al más cojudo sea toro o gallareta… Sin mucho entusiasmo, conocemos otro modo casi inmediato de liquidar a un toro y consiste en calzarle unos audífonos y a soportar el pasodoble de la banda, que bien desafinan esas otras bestias. También a cualquier puro de lidia lo desorienta un cóctel Molotov entre las patas traseras, y ante la crisis de identidad taurina que le haga reelaborar cierto duelo maricón sobre la arena, darle de garrotazos entre personal de cuadrilla y especiales invitados, que nunca faltan. Y otra alternativa bien segura consiste en interrogar al toro por los yankis de Guantánamo, o que lo ametrallen los israelíes que repelieron a los niños terroristas palestinos por diciembre del 2008. Además como no hay Derechos Animales que valgan, podrían ser atropellados de vez en vez por varios camiones de combate muy pesados.

Señores, llegó la hora de bregar para cobrarnos el daño que durante siglos los toros miura y de otras marcas le hicieron a nuestra sagrada confesión. Y a quienes buscan igualar la lidia para que no siempre triunfe el matador, con tantos toreros de un lado contra igual cantidad de toros del otro, más a los malparidos que quieren confesar al cuadrúpedo para morir en la paz de su demonio, excomulgarlos ya mismo por lo que son. Que no sabemos precisamente qué son, pero así le daríamos más utilidad a los curas que curran en la Plaza. Y a esos frívolos herejes que ríen al ver a un matador patitas pa’ que te quiero antes de una cornada en su traje de luces, aunque no sean las cinco en punto de la tarde, denunciarlos a la Guardia Civil que bien sabrá cargarse a esos maricones.

Queda otra sugerencia: otro gran cómplice de los toros ha sido el Ernest Hemingway, un barbudo que viviera en Cuba y luego de escribir un libro sobre este asunto, se ahogó en una pileta de whisky on the rocks. Por eso repetimos que a pesar de los muchos infundios y cabronadas que se han dicho y hecho contra nuestra Fiesta de los Toros, nuestra celebración sigue mostrando al mundo que mientras ella perdure, no habrá un solo toro que nos tome en joda. Y si la barbarie nos ha declarao la guerra, a ellos para que aprendan. Vale.

(*). Eduardo Pérsico, escritor, nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.