7 de octubre de 2023

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MANUEL GONZÁLEZ PRADA ANTE LA CONDICIÓN HUMANA

Por: Carmen Zavala.

4 de diciembre de 2008

La intelectualidad peruana del siglo XX ante la condición humana.
Tomo I, Lima, 2004 (Coordinadora M.L. Rivara de Tuesta)

Datos biográficos:

Manuel González Prada nace en Lima el 5 de enero de 1844, en el seno de una tradicional familia católica llegando su padre a ser Vicepresidente de la República por el partido conservador durante el gobierno del General Echenique. Abandona sus estudios en el Seminario de Santo Toribio y más tarde sus estudios de derecho en el Convictorio de San Carlos por enseñarse el derecho romano en latín, lengua de la iglesia, que González Prada rechazaba por ser parte esencial del clero. Se recluyó al campo donde se dedicó a la química y a la experimentación agrícola. Durante la guerra con Chile (1879-1883) promocionó la organización del Ejército de Reserva para defender Lima del ataque chileno quedando totalmente decepcionado de la cobardía y oportunismo de los grupos de poder enquistados en el Perú, cuando siendo designado segundo jefe del batallón de Reserva durante la defensa de Lima recibió la orden expresa del Presidente de no disparar. Esta amarga experiencia lleva a González Prada a encerrarse en su casa por dos años y marcará todo su trabajo posterior. En 1886 es proclamado Presidente del "Círculo Literario", el cual según él debía convertirse en un "Partido Radical de la Literatura".

En 1888 da su famoso Discurso del Politeama en el que en nombre de la ciencia y la libertad denuncia a los militares, al clero y al hispanismo como causantes de nuestra situación de opresión e ignorancia y de la consecuente derrota en la guerra. Esto le causaría la posterior censura de todas sus apariciones públicas y de sus publicaciones. En 1891 González Prada funda el partido "Unión Radical" levantando las banderas del descentralismo, laicismo y del indigenismo. Ese mismo año viaja a Francia donde permanece hasta 1898. También viaja a España donde de relacionó con el anarquismo, que marcaría su pensamiento por el resto de sus días. A su regreso al Perú es silenciado por el gobierno por propagar ideas anarquistas, cerrando todo periódico donde apareciera alguna huella de González Prada y encarcelando a sus colaboradores.

En 1907 González Prada publica "La anarquía" y Horas de lucha, una serie de ensayos críticos sobre la situación del indio, la iglesia católica y la situación social y política corrupta del Perú en todos los niveles.

Al final de su vida finalmente recibe el reconocimiento del Estado que lo nombra director de la Biblioteca Nacional de Lima cargo que mantuvo hasta el final de sus días, salvo durante el breve percance de un golpe de Estado de 1914 a 1915 en el que él mismo renuncia en protesta. Fallece en 1918.

Su obra literaria, así como su prestigio como activista librepensador son ampliamente reconocidos y difundidos por el sistema educativo peruano, aunque la difusión de su pensamiento filosófico y de la crítica a la influencia de Iglesia, que es central en su pensamiento, es más bien restringida y poco promocionada.

Concepciones de Gonzales Prada sobre la condición humana:

González Prada (1844-1918) fue uno de los más influyentes pensadores peruanos de inicios de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX y a pesar de haber nacido en el seno de una acomodada y poderosa familia conservadora y católica, las reflexiones sobre la condición humana de Manuel González Prada se mantuvieron siempre dentro del marco del pensamiento científico, y por ello, escéptico, aunque con declarada simpatía por el positivismo. En el aspecto de su pensamiento político, de una primera etapa nacionalista, que se derrumba cuando, durante la guerra con Chile (1879-1883), presencia la cobardía y oportunismo de los grupos de poder enquistados en el Perú frente a la propia población peruana, pasa a una etapa anarquista de reflexión más profunda.

La condición humana, según González Prada, depende únicamente de los propios hombres: “Lo que fuimos, lo que somos, nos lo debemos a nosotros mismos”. Esto debe entenderse por una parte, como respuesta teórica al determinismo religioso que sugiere que hay un Dios que determina nuestros destinos, y por otra parte, como arenga para la acción consciente y revolucionaria, contra la cobardía frente al ultraje y la humillación, disfrazada de tolerancia, por parte de la mayoría de los intelectuales peruanos de la época. Estos dos aspectos fueron gravitantes a lo largo de toda su obra y motivadores de su pensamiento.

En el aspecto de la argumentación teórica, tenemos que, a pesar de ser profundamente humanista, González Prada rechaza el antropocentrismo pues considera que los animales y las plantas poseen iguales derechos a la existencia en la tierra que nosotros y que “la Naturaleza no ajusta sus leyes a nuestras concepciones cerebrales, (porque) el Universo no fue creado para la Tierra ni la Tierra para el hombre, la Humanidad y el planeta desaparecerán un día sin que el Universo se resienta de la desaparición”. Con ello responde a las acusaciones que la iglesia hace a los ateos, en el sentido de que éstos creerían que el ser humano es todopoderoso e infalible y que pretendería reemplazar o superar la supuesta autoridad divina. Mas bien, González Prada destaca la necesidad de tomar conciencia de los límites de las certezas del ser humano y el absurdo de las posiciones dogmáticas e intolerantes, sin olvidar, sin embargo, que ”el no declararnos infalibles, el no imponer nuestras convicciones, implica el no someternos a las ajenas, ni reconocer derechos de autoridades individuales o colectivas. Lo que otorgamos a los demás, lo reclamamos para nosotros”, punto en el que opta por una alternativa más creativa y dignificante que la de los pseudoescépticos postmodernos contemporáneos que bajo la excusa de no poseer una verdad única, se someten y propagandizan asolapadamente el sometimiento de los intelectuales a los intereses de los grupos dominantes.

Así el aspecto teórico de su pensamiento cimienta el otro aspecto de su pensamiento: el práctico. Basándose entonces en el principio de que no hay nada natural o esencial en la naturaleza en general, ni en la naturaleza del hombre, Gonzales Prada afirma que, la libertad no nos es natural y que tenemos que luchar por ella, venciendo a “la ignorancia de los gobernantes y la servidumbre de los gobernados” a través de la ciencia pues, “los pueblos no cuentan con más derechos que los defendidos o conquistados con el hierro; y la libertad nace en las barricadas o campos de batalla”.

En cuanto al aspecto de la educación y la moral, González Prada consideraba que si bien los hombres individualmente podían perfeccionarse, “la elevación moral no parece un rasgo característico de la especie, sino más bien el don excepcional de unos cuantos individuos”. Este supuesto, resultado de la observación de la corrupción en todos los niveles de la vida institucional peruana, sin embargo no lo lleva a deducir que la educación debiera ser elitista, sino que más bien promueve la educación pública laica y científica para todos. Pues el origen de la ignorancia y la vileza en América Latina se debía, según González Prada sobre todo a la educación religiosa y a la influencia del clero en general. “Erradiquemos de nuestras entrañas los prejuicios tradicionales, cerremos nuestros oídos a la voz de los miedos atávicos, rechacemos la imposición de toda autoridad humana o divina, en pocas frases creémonos un ambiente laico donde no lleguen las nebulosidades religiosas, donde sólo reinen los esplendores de la razón y de la Ciencia. Procediendo así, viviremos tranquilos, orgullosos, respetados por nosotros mismos”. Porque, destaca González Prada ”la moralidad requiere más elevación del alma que la religiosidad, así, mientras en los hombres de gran cultura florece una moral sin religión, en las mujeres y los hombres incultos abunda la religión sin moral.”

Cabe recordar que para González Prada “La verdadera moral no veda sacar a la vida todo el placer y toda la felicidad posibles: tenemos derecho de chupar la fruta para extraerle el jugo, de respirar la flor para sentir toda su fragancia” y en ese sentido es una moral racional, con un toque de naturalismo nietzscheano, esto es, una moral que saluda a la vida y opuesta a la de la iglesia que profesa una moral basada en el sufrimiento autoimpartido, que para él sería una perversión moral..

No basta pues estudiar, para instruirse intelectual y moralmente, enfatiza González Prada, es necesario adquirir el modo de pensar científico, pues la educación religiosa, si bien puede instruir al hombre, lo mantiene “en la bajeza y la servidumbre, en vez de formar personas rebeldes y con firmeza de voluntad, que es lo que realmente libera al hombre.

Esta libertad, que para González Prada sólo se consigue con la ayuda de la ciencia, es fundamental en su pensamiento. Se refiere a ella no como la libertad de unos cuantos criollos y extranjeros, que era la libertad defendida y aceptada por gran parte de la intelectualidad dominante, sino a “la libertad para todos, sobre todo para los más desvalidos”.

En este mismo sentido en su publicación “Nuestros indios” afirma: “Nuestra forma de gobierno se reduce a una gran mentira, porque no merece llamarse república democrática un estado en que dos o tres millones de individuos viven fuera de la ley”. En este sentido no cree que la opresión del indio pueda combatirse con leyes, pues “mensajes, leyes, decretos, notas y delegaciones se reducen a jeremiadas hipócritas, a palabras sin eco, a expedientes manoseados. Las autoridades que desde Lima imparten órdenes conminatorias a los departamentos, saben que no serán obedecidas; los prefectos que reciben las conminaciones de la Capital saben también que ningún mal les resulta de no cumplirlas.” Aclara que la cuestión del indio ”que más que pedagógica es económica” sólo puede resolverse de dos maneras: “o el corazón de los opresores se conduele al extremo de reconocer el derecho de los oprimidos, o el ánimo de los oprimidos adquiere la virilidad suficiente para escarmentar a los opresores.”< Como la primera opción es refutada de plano por toda la experiencia histórica González Prada propone que es necesario que el indio responda a la violencia con la violencia “escarmentando al patrón que le arrebata las lanas, al soldado que le recluta en nombre del Gobierno, al montonero que le roba ganado y bestias de carga”, pues “el indio se redimirá merced a su esfuerzo propio, no por la humanización de sus opresores”]. Por todo ello añade “al indio no se le predique humildad y resignación sino orgullo y rebeldía.”

Influenciado por la idea comteana de un progreso científico, González Prada divide la historia en cuatro períodos: “Período natural o primitivo: arreligiosidad absoluta; período medio: superstición pura; período actual: mezcla de superstición y ciencia; período futuro: exclusión de la superstición por la ciencia”, siendo este cuarto período la etapa más elevada del progreso humano y de su libertad. Avanzando hacia esta cuarta etapa viviremos una vida mas consciente y vislumbraremos “la organización científica de las sociedades” necesaria para llegar a “la etapa lógica de la evolución humana, que es como el denomina la organización racional de la sociedad que se debe dar en una sociedad anarquista.

Para aproximarnos a este ideal alienta a acudir a la Ciencia “ese redentor que nos enseña a suavizar la tiranía de la naturaleza” como un método de explicar la realidad libre de dogmatismos de todo tipo. Especifica que con “ciencia” no se refiere a “la ciencia momificada que va reduciéndose a polvo en nuestras universidades retrógradas: hablo de la Ciencia robustecida con la sangre del siglo, de la Ciencia con ideas de radio gigantesco, [...] de la Ciencia positiva que en sólo un siglo de aplicaciones industriales produjo más bienes a la Humanidad que milenios de Teología y Metafísica”. Cabe notar que para González Prada, la ciencia es un modo de vida, una actividad práctica, por lo que algún momento entre 1871 y 1879 se retiró de la ciudad para dedicarse a la química y a la agricultura, experimentando con una nueva clase de almidón de yuca, sobre lo cual escribió un artículo publicado en “El tonel de Diógenes”.

Estas posiciones defensoras de la ciencia, siempre son criticadas por los representantes de la iglesia con el argumento de que la ciencia y, más aún los científicos, son falibles y que en última instancia la ciencia se basa en supuestos no probados, de modo que preferir a la ciencia humana, en vez de la fe religiosa, no sería más que una vana y absurda pretensión del ser humano de superar el conocimiento y poder de un supuesto dios. González Prada responde a esta tergiversación de lo que es ciencia, afirmando que sólo en las matemáticas hay certezas absolutas y que todas las demás ciencias son “una serie de conceptos aproximativos” por lo que debiéramos “considerar nuestras convicciones como un simple vestido que hoy usamos y mañana podemos cambiar”pues “los mismos sabios la miran (a la ciencia) como un cúmulo de verdades provisionales, no como un edificio inamovible y definitivo. Ellos no la juzgan infalible ni destinada a origen y fin de las cosas, sino a estudiar y explicarnos el cómo de los fenómenos ocurridos a nuestro alcance: listos siempre a cambiar de hipótesis cuando la antigua no satisface.”

Además, consecuente con su espíritu científico González Prada reconoce que en última instancia nuestra percepción es relativa a nuestros órganos sensoriales cambiantes y que en última instancia no se puede hablar de una “verdad” absoluta. Por ello aconseja que “para evitar el engaño, nada más cuerdo que mantener el juicio en suspenso. Donde faltan las pruebas irrefragables, la prudencia estriba en dudar: la duda representa la situación más luminosa del alma; el estado en que de todos lados recibe diferentes luces, no dejándose deslumbrar por ninguna…”.

Este escepticismo responde a una clara influencia nietzscheana en la obra de González Prada que se refleja no sólo en su crítica a la religión, al clero, a la ciencia mal entendida y en su propuesta moral y apuesta por la vida, sino también en su forma literaria, y en este sentido conscientemente elige diferentes estilos literarios en su obra, tales como el irónico, la denuncia, la poesía o el aforístico. Así por ejemplo, sus 261 aforismos recopilados póstumamente y publicados bajo el subtítulo Memoranda en El tonel de Diógenes, inmediatamente nos hacen recordar por su forma a los aforismos nietzscheanos. También se deja ver la influencia de éste filósofo cuando González Prada sugiere que la elección de la moral, puede, tratarse en el fondo de una mera opción estética. Así González Prada llega a declarar que “... mientras la metafísica, la teología, la historia, la jurisprudencia son mentiras graves, rastreras y enojosas, la poesía es una mentira alegre, alada, luminosa. Mentira por mentira, me declaro por la más bella”.

Sin embargo esta influencia nietzscheana no pasa a ser determinante en su pensamiento. Hay que tomar en cuenta que en realidad González Prada parte del supuesto, no explícito, platónico de que “lo bello puede llamarse una cristalización de lo verdadero”, y que por ello, al evaluar las dos “mentiras”, si bien opta por la belleza de la poesía, en base a una evaluación estética, también hay que tomar en cuenta que, de esta concepción resulta que la poesía es más bella, porque está más próxima a la verdad o, lo que en contenido es lo mismo, es menos mentirosa que aquellas. Y en esto último difiere totalmente con Nietzsche, pues para González Prada “la poesía no tiene por objeto conducirnos a la ciencia; pero no debe alejarnos de la verdad”.

Es más aclara, “la literatura que desdeña basarse en las deducciones de la Ciencia positiva puede constituir una restauración arqueológica, digna de archivarse en las galerías de un museo, pero no es un edificio viviente que arranque el aplauso de los contemporáneos y despierte la admiración de la posteridad (...) La Ciencia tiene flores inmortales de donde pueden las abejas extraer miel de poesía.” Esta compatibilidad entre escepticismo y el amor por la ciencia positiva es posible, en este caso, porque para él “escepticismo no significa negación absoluta, sino más bien, una triple serie de afirmaciones: afirmación del pro, afirmación del contra y afirmación de la igualdad de las razones contrarias.”

La constatación de que podríamos estar equivocados no tiene por qué llevarnos a la pasividad, ni se puede deducir de la probabilidad de que estemos equivocados, que los demás estén menos equivocados. Deducción falaz tras la cual suelen escudarse los intelectuales temerosos. Por ello González Prada aclara “el convencimiento de nuestra pequeñez no exime de la acción” y alienta a que “luchemos por nuestras convicciones actuales y hasta ofrezcamos la vida por ellas, sin dejar de esconder en lo íntimo del alma un escepticismo risueño, ni olvidar que, tal vez combatimos por una ilusión o nos sacrificamos por una bobería.“

A diferencia de muchos políticos y filósofos políticos, González Prada reconoce pues la posibilidad del error en la acción por la que se lucha y llega a decir que “como el hombre realiza el heroísmo y la santidad creyendo en falsedades y cometiendo injusticias, debe admitirse que la perfección moral no estriba en poseer la verdad ni en formarse un concepto preciso de la justicia, sino en profesar lo que estimamos verdadero y en hacer lo que nos parece justo. Encontramos así en González Prada un precursor del existencialismo del siglo XX, pues para él es la acción responsable la que determina lo que finalmente ES el hombre.

También podemos encontrar en González Prada un precursor de la crítica a los estudios culturales cuando denuncia ”que si Augusto Comte pensó hacer de la Sociología una ciencia eminentemente positiva, algunos de sus herederos la van convirtiendo en un cúmulo de divagaciones sin fundamento científico”. Y desmenuza una serie de estudios culturales y/o racistas que se venían difundiendo en la época y que, por una parte, hablaban de la historia como la lucha entre las razas, y por otra, ”reducen a tan poco el radio de las acciones étnicas, que repiten con Durkheim: No conocemos ningún fenómeno social que se halle colocado bajo la dependencia incontestable de la raza.”, yéndose al otro extremo y mostrando que la sociología no es más que “el arte de dar nombres nuevos a las cosas viejas sino la ciencia de las afirmaciones contradictorias”. Este ataque al sociología por parte de González Prada se debe principalmente al racismo implícito que la mayoría de estos estudios culturales y/o raciales difundía atribuyéndole determinadas características o modos de pensar a determinados grupos humanos, como inherentes a su cultura o raza y no como resultado de su educación o, dado el caso, falta de educación

En este sentido, denuncia los discursos basados en clichés xenófobos que hasta hoy se suelen escuchar, como que los ”crímenes y vicios de ingleses o norteamericanos son cosas inherentes a la especie humana y no denuncian la decadencia de un pueblo; en cambio, crímenes y vicios franceses o italianos son anomalías y acusan degeneración de raza” y más concretamente a intelectuales como Pearson, que “se refiere a la solidaridad entre los hombres civilizados de la raza europea frente a la Naturaleza y la barbarie humana. Donde se lee barbarie humana tradúzcase hombre sin pellejo blanco”. O a sociólogos como Gumplowicz cuando pretende establecer, como hecho científico que “ Todo elemento étnico esencial potente busca para hacer servir a sus fines todo elemento débil que se encuentra en su radio de potencia o que penetre en él.” Cuando, contesta González Prada, lo cierto es que en el caso de América no se ha utilizado a los pueblos americanos para servirse de ellos, sino que simplemente se los ha exterminado por la “imprevisión del blanco”, por lo que no se da ninguna analogía con esto de que “las hormigas que domestican pulgones para ordeñarlos” pues ellas “no destruyen a su animal productivo”. Más bien, considera González Prada, debería establecerse, en todo caso, como ley que “cuando un individuo se eleva sobre el nivel de su clase social, suele convertirse en el peor enemigo de ella. (Así) durante la esclavitud del negro, no hubo caporales más feroces que los mismos negros; actualmente, no hay quizá opresores tan duros del indígena como los mismos indígenas españolizados e investidos de alguna autoridad.

La justicia para González Prada consiste en que cada uno tome lo que le corresponde. “El nacer nos impone la obligación de vivir, y esta obligación nos da el derecho de tomar, no sólo lo necesario, sino lo cómodo y lo agradable.” Debemos tomar lo que es necesario para nosotros como individuos, para nuestras familias, para el pueblo en el que vivimos y para toda la humanidad. La resignación y e sacrificios innecesarios son un acto de injusticia con nosotros mismos. Este tomar no debe tomarse como la acumulación de propiedad privada. González Prada fue un predecesor de la crítica a la propiedad privada del pensamiento, hoy tan defendida con el nombre de “copyright”. Al respecto afirma que “Las verdades adquiridas por el individuo no constituyen su patrimonio. Forman parte del caudal humano. Nada nos pertenece, porque de nada somos creadores. Las ideas que más propias se nos figuran, nos vienen del medio intelectual en que respiramos o de la atmósfera artificial que nos formamos con la lectura. Lo que damos a unos, lo hemos tomado de otros.”

Siguiendo este hilo de pensamiento González Prada critica a aquellos intelectuales que guardan sus conocimientos para sí. “Lo humano está, no en poseer sigilosamente sus riquezas mentales, sino en sacarlas del cerebro, vestirlas con las alas del lenguaje y arrojarlas por el mundo para que vuelen a introducirse en los demás cerebros. Si todos los filósofos hubieran filosofado en silencio, la Humanidad no habría salido de la infancia y las sociedades gateando en el libro de supersticiones.”

De esta posición se desprende la visión de González Prada sobre el lenguaje: contrariamente a la posición postmoderna predominante hoy en día, parte del supuesto de que el pensamiento es anterior al lenguaje. El pensamiento es traducido al lenguaje para poder comunicarnos con los demás, pero de ninguna manera nuestro pensamiento está determinado por el lenguaje, como lo sugiere el esencialismo lingüístico-cultural postmoderno contemporáneo. Aclara González Prada que: “La palabra no es imagen exacta de la cosa o del pensamiento sino el signo convencional para representarla, y nadie dirá que el vocablo monte sea como la fotografía de un monte ni que la voz dolor sea una figuración del dolor. Mientras pintura y escultura son imágenes de una idea que concebimos o de una cosa que vemos, la palabra es sólo una representación arbitraria, un símbolo convencional: fuera de la interjección (más grito que articulación) la frase no tiene vínculo estrecho con el pensamiento . . .”

La no palabra es el silencio. El peor enemigo de la justicia es identificado no como la injusticia, sino como el silencio y la condescendencia frente a la injusticia. Tenemos así, que la cobardía y abyección de la Humanidad suele llegar tan lejos, “que en el fragor de la lucha suele unirse con sus torsionarios para combatir a sus defensores”.

La cobardía, queda claro, es uno de los mayores problemas de nuestra sociedad y causa de nuestro subdesarrollo. Esto es tan grave denuncia González Prada que cuando una persona se llega a expresar con independencia y sinceridad se le considera audaz. Gran parte de las supuestas virtudes de la gente como por ejemplo el cumplimiento de las leyes o la asumsión de religiones o supersticiones a la vejez, se basan en última instancia en “un oportunismo hipócrita y maleable”. La moralidad resulta siendo en el Perú la transigencia con las inmoralidades imperantes, no solo guardando silencio ante la injusticia, sino defendiendo a los que atacan a sus denunciantes. ”La perfección moral de casi todos los buenos señores de la nómina se condensa en tres palabras: Alma de lacayos.” La cobardía se devela también tras la aparente sabiduría de madurez. González Prada la denuncia con el nombre de “cefalismo”, pues sugiere que muchos librepensadores han tomado de modelo al Céfalo del que habla Platón, que “habiendo comenzado por reírse de las supersticiones vulgares, concluyó por tomarlas a lo serio cuando vio que le asomaban las arrugas y las canas.(…) Prueba que la reculada senil puede realizarse en todas las naciones y en todas las épocas.”

González Prada fue mal visto y aislado por la sociedad peruana, en su mayoría católica, por las denuncias y críticas a la iglesia católica y a la religión. La influencia de la presión social del catolicismo, que él denuncia, llegó a personajes que incluso se suponía deberían haberse opuesto a la religión como Juan Carlos Mariátegui, ideólogo fundador del partido comunista en el Perú, al cual, por temor al rechazo social hizo llamar en un primer momento “partido socialista”. He allí que Mariátegui le critica a González Prada su “antirreligiosidad” y su “anticlericalismo” supuestamente “burdo”[38], porque Mariátegui, considera que no se puede vencer la influencia de lo religioso en el pueblo peruano, y que por lo tanto más bien sería más conveniente apelar al supuesto sentimiento religioso del pueblo peruano, impregnando el discurso político revolucionario de una aureola religiosa.

En ese sentido a González Prada no sólo se lo trató de ningunear desde las canteras del conservadurismo religioso, sino también por parte de los revolucionarios temerosos, a los cuales él mismo denuncia: “A cuantos surjan con humos de propagandistas y regeneradores, no les preguntemos cómo escriben y hablan, sino cómo vivien: estimemos el quilate de las acciones indefectibles en lugar de sólo medir los kilómetros de las herejías verbales. ¿Existe ya una ley de matrimonio entre los no católicos? Pues úsenla sin embargo de toda su deficiencia. ¿Existen escuelas regentadas por seglares? Pues no eduquen a sus hijos en planteles fundados por congregaciones”.

Cabe destacar a todo esto, que el anticlericalismo de González Prada tuvo siempre un carácter de denuncia social, y que el propio González Prada opina que los librepensadores “merecen una grave censura cuando eliminan las cuestiones sociales para vivir encastillados en la irreligiosidad agresiva y hasta en la clerofobia intransigente”. La crítica a la iglesia es sólo parte de su crítica social, que resulta tal vez algo frondosa, por el peso específico que en el Perú tiene y ha tenido el poder del clero. Pero de ninguna manera se debe pensar que la lucha contra la opresión puede limitarse a “perseguir sotanas en las celdas de las monjas o sorprender enaguas en las alcobas de los presbíteros” pues aunque se probara que ningún cura es consecuente con sus propios mandatos esto no derrumbaría el catolicismo, afirma González Prada. La lucha contra el clero no es , entonces, una cuestión de principios simplemente, sino que está motivada por el poder que el clero ejerce en el Perú, y en que lo utiliza para preservar un régimen de opresión, ignorancia e injusticia. Por ello, “todo político de mala ley presiente un adversario en todo pensador de tendencia irreligiosa, presentimiento muy racional, pues quien hoy se subleva contra las autoridades que presumen bajar del cielo, mañana suele rebelarse contra los déspotas que surgen de la Tierra.” Y es por ello, que “el librepensamiento no debe renunciar a la política por una razón: los políticos no se olvidan de los librepensadores.”

La lucha contra la injusticia pasa pues por la lucha de la libertad del hombre. No la libertad de pensar en silencio, pues esa “no se discute, se consigna” ni la mera libertad de expresión, pues la revolución francesa y la comuna de Paris mostraron “que dar al hombre la libertad de pluma y de palabra sin concederle la de acción, es negarle lo principal y otorgarle lo accesorio”. Se debe pasar “del librepensamiento (que hasta hoy no ha significado sino irreligión y anticlericalismo) para entrar en el pensamiento libre que entraña la defensa por la total emancipación del individuo”.

En el aspecto político, González Prada, pasa en un primer momento por un nacionalismo chauvinista, resultado de su experiencia en la reciente guerra con Chile, y llega a decir que “ojalá que mis palabras se conviertan en trueno que repercuta en el corazón de todos los peruanos i despierte los dos sentimientos capaces de rejenerarnos i salvarnos: el amor a la patria i el odio a Chile”. Criticó en aquel momento el carácter premoderno y feudal de la sociedad peruana que era la causa de que los peruanos carecieran de un espíritu de cuerpo nacionalista y que en la guerra con Chile, no fuimos ”una patria unida y fuerte, sino una serie de individuos atraídos por el interés particular y repelidos entre sí por el espíritu de bandería. Por eso, cuando el más oscuro soldado del ejército invasor no tenía en sus labios más nombre que Chile, nosotros, desde el primer general hasta el último recluta, repetíamos el nombre de un caudillo, éramos siervos de la Edad Media que invocábamos al señor feudal.” Pero aún en esta etapa radical, González Prada, se muestra contrario a entender la nacionalidad de manera esencialista, como se hace hoy, cuando se pretende buscar un “ser peruano” o un “ser chileno”, y critica “cuando una pluma extranjera censura nuestros vicios sociales o descubre las miserias de nuestros hombres públicos, estallamos de ira i pregonamos a la faz del mundo que en los negocios del Perú deben mezclarse únicamente los peruanos, que nuestros hombres públicos no pertenecen al tribunal del jénero humano, sino a la jurisdicción privativa de sus compatriotas… afirmaciones de topo que nada concibe más allá de la topera”.

Las conversaciones con anarquistas, socialistas y comunistas que tuvo durante su estadía en Europa lo llevaron a dejar de lado totalmente esta etapa nacionalista. Influenciado por el filósofo comunista Karl Liebknecht hace una revisión de la situación del pueblo chileno frente a sus opresores en el texto “Las dos Patrias” y proclama que “las victimas de los odios internacionales empiezan a no dejarse alucinar por la grosera farsa del patriotismo y a reconocer que en el mundo no hay sino dos patrias, la de los ricos y la de los pobres. Si de esta verdad se acordaran dos ejércitos enemigos el instante de romper los fuegos, cambiarían la dirección de sus rifles. Proclamarían que sus verdaderos enemigos no están al frente”.

Este viaje a Europa fue motivado por el hecho de que las primeras dos hijas de González Prada, que en ese entonces ya había fundado el partido opositor laicista, indigenista y descentralizador “Unión Nacional”, sospechosamente murieron al nacer, por lo cuál su esposa Adriana, de origen francés, le exigió que su tercer hijo por nacer, no naciera en Lima y si sobrevivía no fuera bautizado. Efectivamente Adriana que se convirtió en una atea apasionada nunca permitió que su hijo Alfredo que nació sano y salvo en Paris fuese bautizado.

La militancia atea de Adriana, sin duda, influenció en la visión de González Prada sobre la condición de la mujer. Al respecto dice que si habría de considerar cuál de las religiones sería la más degradante en lo que respecta al modo de desarrollarse de la mujer ( aunque no sólo al de ella , sino de todo ser humano en general), esta sería, sin lugar a dudas, la religión católica. Pues es ésta quien convierte –hasta la actualidad- a aquella, cuando casada o soltera, como hija o como madre, en un objeto de propiedad del sacerdote ( y otras veces del hombre): en un individuo enajenado por el discurso performativo del irracionalismo eclesiástico. Y en desacuerdo con quienes piensan que la mujer necesita de una religión para darle sentido a su vida o que casada dentro de una comunidad eclesiástico-estatal puede encontrar ese sentido, se pregunta Si acaso “puede hoy llamarse emancipada la mujer de los estados oficialmente católicos? En ellos sufre una esclavitud canónica y civil.” Esto es que tanto las leyes de la iglesia como las leyes civiles, fundamentadas en última instancia en prejuicios religiosos prevalecientes en la época, consideraban a la mujer como a los niños o los incapaces, necesitada de que alguien ejerciera patria potestad sobre ella. Es decir prácticamente como propiedad del marido. Y por ello, añade González Prada: ”Al estatuir la indisolubilidad del matrimonio ,(...), la iglesia católica fomenta y sanciona la esclavitud femenina. Arrebata a la mujer una de sus pocas armas para sacudir la tiranía del hombre, (...obligándola a) rendir amor, respeto y obediencia al indigno compañero que sólo merece odio, desprecio y rebeldía. A la constitución de una nueva familia dulcificada por la buena fe, la ternura y la fidelidad, los católicos prefieren la conservación de un hogar envenenado por la hipocresía, el desamor y el adulterio” Esta situación, denuncia, ha llevado al menosprecio de la mujer y a la creencia en la superioridad del hombre, que persiste hasta nuestros días, “en el ánimo de las gentes amamantadas por la Iglesia (de modo) que muchos católicos miran en su esposa, no un igual sino la primera en la servidumbre, a no ser una máquina de placeres, un utensilio doméstico.

Gracias a su carácter libertario González Prada se convierte en un predecesor de la crítica del pseudofeminismo contemporáneo, que nos habla de características supuestamente “femeninas”, tales como las del “cuidado por los demás”, que tienen sus raíces en estas ideologías católicas ancestrales, y nos dice que “semejante creencia en la misión social de un sexo denuncia el envilecimiento del otro.” Pues la mujer para González Prada es un cerebro y un corazón y, en última instancia, sólo ellas, en su calidad de madres pensantes, pueden crear verdaderos seres humanos inteligentes y valientes, capaces de sentar las bases para una nueva sociedad.”

A pesar de todos los diferentes matices expuestos con anterioridad del pensamiento de González Prada, este gran pensador peruano ha pasado al imaginario colectivo contemporáneo, ante todo, como un precursor del anarquismo en el Perú. Definió la anarquía como sigue:

“Anarquía y anarquista encierran lo contrario de lo que pretenden sus detractores. El ideal anárquico se pudiera resumir en dos líneas: la libertad ilimitada y el mayor bienestar posible del individuo, con la abolición del Estado y la propiedad individual. Si ha de censurarse algo al anarquista, censúresele su optimismo y la confianza en la bondad ingénita del hombre. El anarquista, ensanchando la idea cristiana, mira en cada hombre un hermano; pero no un hermano inferior y desvalido a quien otorga caridad, sino un hermano igual a quien debe justicia, protección y defensa. Rechaza la caridad como una falsificación hipócrita de la justicia, como una ironía sangrienta, como el don ínfimo y vejatorio del usurpador al usurpado. No admite soberanía de ninguna especie ni bajo ninguna forma, sin excluir la más absurda de todas: la del pueblo. Niega leyes, religiones y nacionalidades, para reconocer una sola potestad: el individuo.”

Pensaba que la sociedad estaba regida por leyes y citando a Friedrich Engels, con el cual compartía la visión y explicación científica del mundo expuesta en la “Dialéctica de la Naturaleza”, suponía que “las fuerzas sociales obran lo mismo que las de la Naturaleza, ciega, violenta, destructoramente, mientras no las comprendemos ni contamos con ellas”. Por eso la fuerza del hombre consistiría en hallar dichas leyes y utilizarlas en su beneficio, esto es, modificando la voluntad y “actuando eficazmente en la producción de los fenómenos sociales, activando la evolución, es decir, efectuando revoluciones.”

La influencia de los pensadores marxistas y anarquistas en González Prada, no lo llevó a repetir los postulados del marxismo o del anarquismo de manera repetitiva y tediosa, ni a adaptarlo para que sea aceptado por las multitudes, adoctrinadas en la religiosidad o el complejo de inferioridad racial o intelectual, como sí sucedió con otros pensadores de la época. Con inspiración, ingenio y coraje adaptó algunos pensamientos de sus colegas de Europa a aquellos que ya había elaborado por cuenta propia en el Perú, y los expuso por escrito, casi siempre en forma de arenga, tomando en cuenta la realidad del lector u oyente peruano. A modo de ejemplo tenemos el siguiente párrafo de 1907: “Uno de los grandes agitadores del siglo XIX no cesaba de repetir: Trabajadores del mundo, uníos todos. Lo mismo conviene decir a todas horas y en todas partes, lo mismo repetiremos aquí: Desheredados del Perú, uníos todos. Cuando estéis unidos en una gran comunidad y podáis hacer una huelga donde bullan todos —desde el panadero hasta el barredor— ya veréis si habrá guardias civiles y soldados para conteneros y fusilaros.”

Se ha acusado a González Prada de teñir todo su discurso filosófico y moral de política, insinuando que ello desmerecería el valor de su pensamiento. Pero esto es justamente parte esencial de su pensamiento, pues para él “la verdad política no se diferencia de la verdad moral, porque si la política no es una moral en acción, (entonces) es el arte de engañar y explotar a los hombres.” La neutralidad política y la supuesta prudencia en el actuar, que fungen como frenos de la acción modificadora del hombre, son justamente los que según González Prada desmerecen todo discurso y lo convierten en verborrea intelectual. La prudencia, nos dice González Prada, no es más que el nombre con el que los políticos llaman al miedo, a la confabulación de callarse, (y) a la mentira sin palabras.” Son parte del motivo de que nada haya cambiado en nuestra sociedad y que la injusticia siga imperando. Si queremos eliminar la corrupción en el ámbito político, tenemos que cambiar en el aspecto moral, y esto implica, por una parte, una educación científica, ya que la moral va ligada a la ciencia, y por otra parte, debemos dejar de ser tolerantes frente a la injusticia, el abuso y la humillación, esto es, “romper con el pacto infame de hablar a media voz”.

Tal vez esta famosa frase de González Prada resuma lo esencial del pensamiento de este emblemático pensador peruano de inicios del siglo XX, cuyo mensaje hoy, en el umbral del siglo XXI, sigue aún tan vigente como en ese entonces.