7 de octubre de 2023

INICIO > OTRAS SECCIONES > Especiales

POLÍTICA GENOCIDA DURANTE LA GUERRA CONTRASUBVERSIVA

Texto del Comité de Familiares de Desaparecido.

12 de junio de 2008

El gobierno de Belaúnde decidió combatir a los alzados en armas como terrorismo, siguiendo el patrón establecido por el amo imperialista Ronald Reagan, lanzando sus fuerzas policiales, desde el inicio mismo, y atropellando los más elementales derechos, desencadenó la acción contrarrevolucionaria brutal y sanguinaria sobre militantes, combatientes revolucionarios y masas principalmente campesinas, allanando y saqueando domicilios, han asesinado, robado e incendiado domicilios.

Primero utilizó sus fuerzas policiales: GC, GR, PIP, y sus correspondientes cuerpos antisubversivos: Sinchis, Llapan Atiq, Dircote, etc., con la asesoría, planificación, dirección y apoyo logístico de las Fuerzas Armadas las que en medio de sus crímenes y violaciones de los derechos fundamentales, aplicando la política reaccionaria de robar todo, quemar todo y matar a todos.

Toda esa acción brutal, desenfrenada, de las fuerzas policiales antisubversivas, obedece a la línea y política genocida que aplicó el Estado peruano y ha guiado su guerra contrasubversiva, y se refleja desde su propia formación.

Estas siniestras fuerzas policiales antisubversivas, ante todo en el departamento de Ayacucho actuaron peor que en los tiempos de la guerra con Chile. El pueblo ayacuchano, en campo y ciudades, los detestaba y, a la vez, los temía, pues a sus detenciones arbitrarias, atroces torturas, asesinatos y desapariciones cotidianas, se sumaban la prepotencia desenfrenada en sus borracheras, riñas y escándalos, en todas partes. Todo aquello era práctica generalizada, particularmente de los denominados sinchis, quienes eran vistos por el pueblo como torturadores, violadores, asesinos; durante los operativos que realizaban en zonas rurales las masas evitaban encontrarse con ellos, se retiraban para evitar se los asesinara, que violaran salvajemente a las jovencitas, incluso a niñas, como medio infame y abyecto para someterlas, y a quienes desde helicópteros las balanceaban en el aire, amarradas de los pies, para obligarles a dar falsas confesiones; con esos helicópteros transportaban los cuerpos encostalados de los detenidos, que luego de ser torturados y muertos eran arrojados desde lo alto a los ríos. Cometieron horrendas matanzas como en Chalcos, provincia de Sucre, Ayacucho, donde ebrios capturaron a un grupo de profesores acusándolos de terroristas y luego de presionarlos, diciéndoles "corran, escápense por donde puedan" los asesinaron a tiros en setiembre del 82; y en Socos, Huamanga, masacraron a 34 campesinos entre hombres, mujeres y niños, en noviembre de 1983. Esos son solo algunos de los innumerables crímenes perpetrados por esas fuerzas represivas.

Ante la derrota de las fuerzas policiales y principalmente ante el surgimiento del Nuevo Poder, se quebró la reticencia de Belaúnde a la intervención de las Fuerzas Armadas; se impuso la necesidad de clase de los explotadores y opresores y les encomendaron a las tres juntas: Ejército, Marina y Aviación, la primera como fuerza principal, el restablecimiento del orden público con el apoyo de las fuerzas policiales, poniendo en estado de emergencia y bajo control político-militar a la región de Ayacucho, Huancavelica y Apurímac, desde diciembre de 1982. Las operaciones se dan bajo dirección del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas que actúan según lo dispuesto por el.

Cuando ingresó la Fuerza Armada hacía casi tres años que estudiaba la guerra revolucionaria en el país, más aún, como ya vimos, asesoró y planificó las acciones de las fuerzas policiales, así entró con ventaja y, obviamente, contando con mayores y mejores medios humanos y materiales.

El Manual del Ejército sobre Guerra no Convencional Contrasubversión ME 41-7, editado por el Ministerio de Defensa en 1989, prueba fehacientemente la política contrasubversiva que aplicaron de oponer masas a masas, mediante la formación de mesnadas, guiada por la política genocida del Estado peruano, en todo el proceso de su guerra contrarrevolucionaria, dice: "A nivel nacional corresponde al Ejecutivo la dirección general de todas las acciones de la guerra contrasubversiva en los diferentes campos", que "el apoyo de la población es necesario para la contrasubversión", para ello, el problema consiste en encontrar una minoría activa favorable y "organizarla para movilizar a la mayoría neutral contra la minoría contraria", "identificar a los miembros y la organización de los alzados en armas… así también a las bases de apoyo y la fuerza local", para eso "optimizar la infiltración", "formar redes de colaboradores e informantes", "combatir… empleando procedimientos similares a los de los subversivos", "realizar operaciones sicológicas", etc. Lo que sigue es la "destrucción de la Organización Política Administrativa Local (OPA)", siendo "por definición, (que) los miembros de la OPA no son elementos armados… debe primar el objetivo de la eliminación total". Sobre éstas bases proceden al "establecimiento de Comités de Autodefensa "CADS" .

De inmediato puso en marcha su plan de mesnadas, en el que ya había venido avanzando la policía, de utilizar masas contra masas, siguiendo la vieja norma imperialista de contraponer nativos contra nativos. Primero utilizó contingentes previamente escogidos, preparados entre licenciados y el pequeño grupo de campesinos conservadores ligados al gamonalismo y abigeato, a los que manejó como agentes e infiltrados dentro de las masas campesinas, unidos a la red de espionaje que desde la década del 70, recomenzaron a montar. Sobre esta base de agentes, infiltrados, espías y soplones, más las viejas autoridades derrocadas y gamonalillos conformaron las mesnadas tal como han escrito en su Manual: "El problema consiste en encontrar una minoría activa favorable" a la contrarrevolución, la que bajo el plan y mando militar, en acciones coordinadas con los operativos policiales y militares (cuyos miembros también actuaron disfrazados de campesinos o policías), desataron el terror blanco en el campo, presionando y sometiendo a las masas, desarrollando crueles matanzas, torturas, violaciones, robos, saqueos e incendios, comportándose como una verdadera fuerza de ocupación, contra militantes, combatientes, dirigentes del Nuevo Poder y masas avanzadas, miembros o ligados a los alzados en armas, aplicando la siniestra política de matar a todos, robar todo y quemar todo.