7 de octubre de 2023

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YA VENDRÁN LOS ANTROPÓLOGOS

Cuento de Eduardo Pérsico (*).

24 de junio de 2007

En tanto la lluvia no aflojara los nocturnos del bar seguirían la charla. Y cuando el Profe de historia se subió al tren discursivo dispuesto a contar la muerte de Mariano Moreno en alta mar y ‘fue necesario tanta agua para apagar tanto fuego’, el matricero Vladimiro le ganó con otro asunto.

- Por el año ‘78, y aprovechando la distracción del Mundial de Fútbol, - encabezó y siguió que por entonces las fábricas cerraban sus puertas a destajo ‘porque liquidar la industria argentina ya había empezado y un sábado de lluvia sollozo buenosaires’, - el Vladi solía florearse- contó que él retocaría dos matrices en una forja que ese mediodía dejaría veinte tipos sin laburo, y aprovechando la oportunidad llevó su cámara de fotos. Agregó que por ser un último jornal ese mediodía los laburantes cobrarían doble y se despedirían del galpón según corresponde: comiendo un asadazo con ritual pródigo en vino y réquiem para un lechón.

Ahí Vladimiro se mostró algo serio al decir ‘volver a una fotografía de hace veinticinco años a veces resulta simpático’, y alguien lo sacudió ‘¿y te olvidaste de la matanza que nos hicieron en esos días del ’78?’, y él siguió.

- El matricero Vladimir llegó a la hora de morfar – lo saludó el negro Albornoz. Algunos ya andaban como extrañados por los rincones del galpón, lavándose en los piletones y sin apuro, acomodando su ropa para llevarse a casa.y diciendo pocas palabras. .
En el boliche conocían ese relato pero esa noche, con tanta agua y frío en la calle…..

- ¿Y Albornoz, cuándo salís de vacaciones? – siguió contando el matricero

. - En marzo, Vladi. Los bacanes como yo veraneamos en marzo, con Frank Sinatra y otra gente amiga.

Ahí Vladimiro discurseó si la resignación de un operario al cocinarse frente a un horno de mil doscientos grados no sería algo humillante; aunque más grave sería si el tipo no supiera reírse.

- Todos esperamos que el lechón estuviera a punto y luego aquel ámbito guardaría los últimos rumores. Pero antes de reinar el atroz silencio de fábrica vacía, como si actuara una representación final, a pura pinza y mano de obra exquisita, sí señores, Albornoz martineteó un recorte de acero al rojo como si amasara un bollo de pizza. Y en diez minutos entregó para sortear entre nosotros un perfecto gancho de acomodar las brasas; oficio, artesanía, como se llame… Y dale Albornoz, - aclaró Vladi que ahí disparó una foto- que en tres mil años te descubrirán los antropólogos. Sí, y al estudiar tu obra de artesano diestro y el tótem que modelaste con un cacho de acero a más de mil grados, esos tipos explicarán tus hábitos y quizá, hasta cierta religión que nunca practicaste, Albornoz. Por supuesto, varón, también habrá antropólogos chantas que dirán ‘los metalúrgicos del siglo veinte practicaban una Dinámica Transicional Coordinada y Proyecciones Globales Totalizadas’, o trabalenguas de ‘Asumida Logística’ y demás versos. Esos que inventan los Licenciados en Animación Productiva y otras pelotudeces, pero sí Albornoz, los antropólogos pueden ser así, ¿no lo sabías?. Y si hoy llegaran no se asombrarían de nada, - les guiñó a todos- pero en treinta siglos esos estudiosos serán ‘deslumbrados por esta civilización y multitudes de científicos rendirían su merecido homenaje al mejor forjador en caliente que pisara este planeta’. Escribirán tu nombre, Albornoz, seguramente dirán ‘laborioso y abnegado padre de familia que ni el sábado se ponía en pedo’. No te olvides, registrarán infinitos párrafos y hermosas frases sobre vos, pero el lunes bien temprano, Albornoz, comprá el diario y salí a buscar laburo antes de morirte de hambre. Que algún día llegarán los antropólogos, vas a ver...

(*). Eduardo Pérsico, narrador y ensayista, nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.